Apologética y teodicea.

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    • #1

    Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 1].
    Nunca olvidaré la conversación que en los ambientes universitarios de Biología tuve con un ateo, quien en la niñez había sido creyente. Por alguna razón que ahora no recuerdo bien, salió a relucir el tema de la inspiración divina de la Biblia y la creencia en el Dios del Antiguo Testamento. Pues bien, después de más o menos un cuarto de hora de interlocución, el ateo se puso un poco intransigente y me dio a entender, con sutileza, que mi postura a favor de la Sagrada Escritura adolecía de una considerable falta de formación lógica y científica. Yo, por mi parte, desgraciadamente, no supe reaccionar con sabiduría y le parafraseé con cierto reproche el pasaje bíblico que se encuentra en la epístola del apóstol Pablo a los cristianos romanos, capítulo 1, versículo 20: "Porque las cosas invisibles de él (se sobreentiende: de Dios), su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" (Biblia de Reina-Valera de 1960). Acto seguido, el ateo me contestó de una manera tan magistral y sorprendente que me dejó boquiabierto. Quedé aturdido, y no pude reaccionar. De hecho, llegué a sertir lástima de mí mismo y de mi propia fe cristiana, porque percibí interiormente que ésta podría desmoronarse progresivamente en el futuro inmediato. ¿Cuáles fueron sus palabras?

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    • #2

    [Apologética y teodicea. Comentario 2].
    Bueno, el ateo comenzó por preguntarme qué pensaba yo de ciertos fenómenos biológicos de gran complejidad estructural, tales como la polinización de las plantas por el concurso de aves e insectos o las simbiosis. Enseguida le contesté que había de tener más fe un individuo que afirmara que toda esa intríngulis biosférica era el producto del ciego azar evolutivo que un sujeto que declarara que semejante parafernalia de extrema complejidad era el resultado del diseño inteligente. Inmediatamente me dijo que en el mismo orden de riqueza estructural se encontraban las relaciones de depredación y parasitismo entre muchos de los seres vivientes de este planeta, sólo que aquí, además, un observador podría encontrar con relativa facilidad actuaciones tan crueles, retorcidas y sanguinarias que no serían aptas para los ojos de cualquier niño criado en un ambiente pacífico y de moralidad altruísta, so pena de herir sus sentimientos y de exponerlo a indigestiones emocionales que pudieran llegar a ser graves; mucho peor en el supuesto de que el infante hubiera sido educado en la idea de la existencia de un Creador cuya bondad se manifiesta en la armonía y cooperación que hipotéticamente reinan en la Naturaleza... Y, entonces, el ateo pasó a estremecerme con dos ejemplos.

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    • #3


    ja-vier ha dicho:
    Hola, mi nombre es Antonio Sandoval, tengo 42 años de edad, quiero contarles un poco de mi loca historia, me enamore hace un tiempo atrás de una hermosa y alocada muchacha, una coleccionista de sueños, comparti tanto con ella que recién empece a creer en el amor, la amaba con la fuerza de un amante entre un millón, pienso que ella también sentía algo lindo por mi, pues muchas veces me lo había demostrado, no se cuando exactamente paso lo mas triste de mi vida, alguien venenoso conocio, que logro separarnos violentamente, mi corazón enamorado quedo hecho cicatrices, por mas que le rogaba ella me miraba con honda tristeza y se retiraba, me di cuenta que algo extraño ocurria, fui a consultar a una bruja, asombrado oía lo que me decía, mis sospechas eran ciertas, el maldito había usado cierto sortilegio para atrapar a mi bella novia, la brujería que habían usado con mi enamorada era muy fuerte, yo aun era algo eceptico, pero me decidi, le pedi ayuda a la bruja Melania, y al pasar de pocos días volvió a mi, diceindome que nose que le había pasado, que la perdonara, al principio la rechace pero luego como antes la ame, hoy en dia somos felices, siempre agradeceré, el ocultismo de la bruja Melania, tu también puedes ser feliz.
    Aquí te dejo su correo con el que yo la contacte parasicologadarla@live.com,
    No dudes en consultar se que te ayudara ati también asi como lo hizo conmigo.



    Estimado Antonio, con el debido respeto a las creencias de los demás, permíteme exponerte lo que yo creo que es un gran peligro para tí y para otros, entre otras cosas, porque he podido ser espectador de algunos casos de personas que han caído bajo las redes de los poderes ocultos y luego no han podido salir de ella o bien lo han poldido conseguir (en muy pocos casos) después de mucho sufrimiento y frustraciones. No en vano, la sagrada escritura advertía a los israelitas del peligro al respecto y definía cuál era el punto divino al respecto: "Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios te da (se sobreentiende: En la tierra de promisión), no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones. No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o MAGIA, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios (se sobreentiende: Es un individuo que se hace repulsivo para Dios) y por causa de todas estas abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas naciones delante de ti (se sobreentiende: Las naciones cananeas)" (Libro sagrado de Deuteronomio, capítulo 18, versículos 9-12; Biblia de Jerusalén de 1975). Una de las razones de por qué a Dios le resulta abominable la Magia es porque su gran enemigo, el Diablo, la utiliza para poner a la gente en contra de su Creador. Así, según se desprende de la sagrada escritura, el Diablo usa técnicas astutas de ese tipo para coger a las personas en un trampa, tal como lo hace el pescador al poner una carnada luminosa en el anzuelo, con la intención de que los peces piquen en él. A veces la carnada da la impresión de ser beneficiosa o inofensiva, pero a la postre lo único que produce es daño y mucho sufrimiento, pues el cerebro que está detrás de ella es muy cruel y egoísta. Eso es lo que yo he podido constatar después de haber observado muchos casos de perdición en individuos que practicaron la Magia y cómo ésta salpicaba también sobre sus amigos y familiares más cercanos, unas de tantas víctimas inocentes del espiritismo. Saludos.

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    • #4

    [Apologética y teodicea. Comentario 3].
    El primer ejemplo tenía que ver con las plantas carnívoras, las cuales, aparentemente, están unívocamente diseñadas para depredar insectos y pequeños vertebrados (ranas, roedores); un dantesco tipo de diseño éste, tan pródigo en habilidades y refinamientos crueles, que servirían de inspiración y deleite para los instintos sádicos de un torturador chino. Por lo tanto, admitir que tales especímenes botánicos han sido concebidos por diseño inteligente sería equivalente, según mi interlocutor ateo, a ubicar a la deidad creadora dentro del panteón de los dioses de la mitología griega, clásicos ejemplos de maldad y ultraje indescriptibles, quienes comparativamente harían que cualquier humano adorador de ellos, por perverso que fuera, quedara convertido en santo. Por lo tanto, según él, la postura atea era más humanitaria y más lógica desde el punto de vista ético y moral que la postura del creyente. Estos argumentos me tomaron por sorpresa y enmudecí, y finalmente claudiqué, como final del asalto, yéndome figurativamente hacia el banquillo situado en el vértice del cuadrilátero, cual boxeador al que se le extiende la oportunidad de reponer fuerzas y vitalidad cuando suena la campana que clausura transitoriamente la pelea. Pero en este caso mi oponente decidió abandonar la lucha dialéctica, por considerarla aburrida, despidiéndose de mí con una última carga devastadora, lanzada a modo de torpedo salido de un submarino en retirada. Se trataba de un segundo ejemplo, que reforzaba al primero y cuyo objetivo era consolidar incontestablemente la postura “racional y sabia”, y hasta de una “moral superior”, del ateo (todo ello, evidentemente, en función de la particular interpretación de la realidad biosférica que dicho ateo se había fraguado): En dirección centrífuga (desde el ser humano hacia los vivientes más “primitivos”, en la escala filogenética), existen virus (el de la rabia, por ejemplo), bacterias (bacilo tetánico y sus terribles neurotoxinas), protozoos (amebiasis) y metazoos (quiste hidatídico) de unívoco diseño que están destinados a causar inimaginables sufrimientos al enfermo humano y animal; depredadores mamíferos que para alimentar a su prole cazan herbívoros, a veces herbívoros hembras, con lo que las crías pasan a quedar desvalidas y absolutamente desamparadas y mueren por inanición y en tal condición de desamparo que harían llorar de pena a cualquier observador humano medianamente sensible que contemplara la situación sin poder intervenir; y hay avispas que convierten a orugas o cucarachas en zombis y luego depositan sus voraces larvas en el interior del desafortunado insecto, quien muere lentamente siendo devorado por las insaciables larvas (las cuales parecen poseer una excepcional habilidad para acabar con la víctima de la forma más lenta posible, a fin de agotar al máximo las posibilidades de seguir consumiendo alimento fresco e incorrupto); en fin, un etcétera macabro tan largo y variopinto que su enumeración sería infinita. Con esto el ateo revalidó su postura por n-ésima vez, supongo. No obstante, a pesar del impacto y aturdimiento que el razonamiento de mi interlocutor me causó, por aproximadamente un mes, aquella experiencia tuvo el efecto feliz de espolearme para asegurarme de que mi fe cristiana no era una necedad y de que la santa Biblia era realmente la Palabra de Dios. El resultado fue bueno y edificante para mí, pero no fue gratuito; es decir, hube de hacer un notable esfuerzo investigador para conseguir bendiciones. Hube de actuar en armonía con el siguiente pasaje sagrado...

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    • #5

    [Apologética y teodicea. Comentario 4].
    ... “Hijo mío, si recibes mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros (se sobreentiende: Un esfuerzo nada pequeño por hallar conocimiento y sabiduría, en conexión con las directrices divinas y con respecto a su obra creativa), entonces entenderás el temor de Jehová (se sobreentiende: El temor reverente hacia Dios, que es entendido por el adorador bien informado en el sentido de que la sabiduría divina es apoteósica y excede todo lo imaginable por el hombre; algo que causa tanta admiración en el devoto que no puede menos que sentir una especie de sobrecogimiento parecido a un vértigo de astronauta, al contemplar la inmensidad del espacio sideral en relación con su infinita pequeñez), y hallarás el conocimiento de Dios (se sobreentiende: Algunas Biblias hablan de la ciencia divina, en lugar del conocimiento, y esto quiere dar a entender que hallar dicho conocimiento es un gran privilegio porque supone alcanzar una comprensión de la realidad, biosfera incluída, que permite, evidentemente a un grado limitado y soportable por el cerebro humano, explicar cosas aparentemente inexplicables)” (Libro sagrado de los proverbios de Salomón, capítulo 2, versículos 1-5; Biblia de Reina-Valera de 1960).

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    • #6

    [Apologética y teodicea. Comentario 5].
    Afortunadamente, tuve éxito; porque pude encontrar una línea de argumentación que prometía rebatir eficazmente los razonamientos ateos y materialistas que mi interlocutor había esgrimido contra mis creencias más preciadas, unas creencias que daban propósito y sentido a mi vida (por eso eran valiosísimas referencias existenciales desde mi punto de vista). Recuerdo que durante los días de zozobra que experimenté a resultas de la conversación con este hombre, se me alojó en la mente, de manera persistente, un pasaje de la sagrada escritura que decía: “Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó (nota: Comprendí que si el ateo tenía razón, entonces la enseñanza fundamental de la resurrección, en la que se supone que creen los cristianos, es ficticia y no hay esperanza, sino que el mañana es desolador). Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación (nota: No habría buenas nuevas que proclamar, de modo que la evangelización sería absurda). Y somos convictos (se sobreentiende: Se nos podría acusar) de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan (nota: Peor aún, pues desde el prisma del ateo, Dios no existe). Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados (nota: Permanecer en el pecado, o en el error, significa muerte; pues en la sagrada escritura se conecta el pecado con la muerte). Por tanto, también los que durmieron (se sobreentiende: Durmieron en la muerte) en Cristo perecieron. Si solamente en esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres (se sobreentiende: En el supuesto de que Cristo no hubiera resucitado, todo el que pone fe en que él fue levantado de entre los muertos es verdaderamente digno de la mayor compasión o lástima; pues semejante creyente habrá llevado una existencia colmada de privaciones materialistas, exenta de placeres egoístas contraproducentes y salpicada de adversidades causadas por agentes anticristianos ¿para qué?; para nada)” (Primera carta del apóstol Pablo a los cristianos corintios, capítulo 15, versículos 13-19; Biblia de Jerusalén de 1975).

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    • #7

    [Apologética y teodicea. Comentario 6].
    En realidad, ese razonamiento paulino (expuesto en el comentario 5), tendente a asentar la veracidad de la resurrección de Jesucristo, era una apología o defensa de la fe mediante razonamientos. De hecho, la “apología” es básica para la fe, puesto que por medio de ella nos convencemos a nosotros mismos de que estamos en el camino correcto y, de paso, podemos ayudar a otros a afianzarse de la verdad revelada. Sin embargo, la “apología”, o, mejor y de manera más general, la “apologética” (rama de la teología preocupada por la defensa intelectual de la verdad cristiana), no tiene por qué ser agresiva. No se trata de demostrarse uno a sí mismo que tiene la verdad a costa de derrotar o ridiculizar las creencias de los demás, sino, más bien, de convencerse uno de sus propias doctrinas y entonces ofrecer de manera pacífica y respetuosa al prójimo la oportunidad de que éste, si lo desea, se beneficie libremente de nuestro aporte. A este respecto, el apóstol Pedro escribió lo siguiente: “Santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, estando siempre preparados para presentar defensa (se sobreentiende: Apología) ante todo el que os demande razón (se sobreentiende: Razones o raciocinio; lógica) de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia (se sobreentiende: Respeto profundo, evitando así herir las susceptibilidades)” (Primera epístola de Pedro, capítulo 3, versículo 15; Biblia de las Américas).

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    • #8

    [Apologética y teodicea. Comentario 7].
    El vocablo español “apología” proviene de su homógrafo griego romanizado “apología”, que pasó al latín con esa misma grafía romanizada. Su acepción original era “defensa” en sentido general, aunque siempre circunscrito al dominio de la dialéctica. La “apología”, pues, es el discurso que se realiza en defensa o alabanza de algo o alguien; de modo que se trata de un conjunto de expresiones orales, escritas o de otro tipo, que se difunden con la intención de brindar apoyo a una causa, organización o persona. Parece que las primeras apologías fueron a favor de Sócrates, ya muerto, de parte de Platón y Jenofonte, sus fervientes admiradores. Centurias más tarde, algunos cristianos bien instruidos académicamente utilizaron la técnica apologética para defender la fe cristiana frente a las acusaciones realizadas contra ella por parte de individuos opositores durante los siglos II y III de nuestra era. Se trataba de una reacción defensiva ante las burlas, críticas y desprecios hechos a los cristianos por parte de autores romanos que catalogaban peyorativamente de secta al incipiente cristianismo. Por lo tanto, las apologías cristianas eran escritos dirigidos a los no cristianos con el fin de darles a conocer la fe y las costumbres de esta nueva religión basada en la figura mesiánica de Jesús. Según algunos autores, la obsesión por encontrar argumentos a favor de la fe en Cristo, mediante el uso de metodologías académicas sutilmente impregnadas de filosofías emanadas de elementos paganos, se extralimitó y empezó a desentonar de la manera en que el apóstol Pablo defendió la fe y también se alejaron gradualmente de la pauta señalada por las siguientes palabras del señor Jesucristo: “El trabajo que yo los envío a hacer (se sobreentiende: La evangelización o proclamación pública de las buenas nuevas) es peligroso. Es como enviar ovejas a un lugar lleno de lobos. Por eso, sean listos y estén atentos como las serpientes, pero sean también humildes (se sobreentiende: Hay un peligro intríseco que consiste en confiar más en los propios razonamientos y decisiones de uno que en los razonamientos basados en los consejos bíblicos, y esto es causado por una altanería subconsciente acrecentada por la tendencia heredada hacia el error, es decir, por el denominado “pecado original”), como las palomas. Tengan cuidado, porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Por ser ustedes mis discípulos, los llevarán ante reyes y gobernadores, y ustedes hablarán de mi parte ante ellos y ante su gente. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir, ni cómo van a decirlo, porque en ese momento Dios les indicará lo que deben decir” (Evangelio según Mateo, capítulo 10, versículos 16-19; Traducción de la Biblia al lenguaje actual, edición del año 2000, producida por las Sociedades Bíblicas Unidas).

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    • #9

    [Apologética y teodicea. Comentario 8].
    Rastreando la sagrada escritura, podemos decir que las primeras defensas racionales a favor de la fe cristiana las llevó a cabo el propio Jesucristo. Sus principales adversarios fueron individuos ilustres de entre sus mismos hermanos de raza, tales como escribas, fariseos, saduceos y sacerdotes. Por ejemplo, en el relato evangélico se lee: «Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan” (se sobreentiende: Recriminaban a Jesucristo por la actuación de sus seguidores, quienes no procedían según tradiciones humanas minuciosas que apenas tenían valor a los ojos de Dios). Respondiendo él, les dijo: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? (se sobreentiende: Jesús les replica, señalando que ellos habían entrado en un conflicto contra la ley de Dios, al anteponer tradiciones humanas que obstruían el cumplimiento de dicha ley y al inculcarlas en los demás). Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre (se sobreentiende: El egoísmo humano, que abundaba en aquella época y en aquella sociedad judaica, justificaba el abandono a la indigencia de padres y madres envejecidos por medio de apartar los recursos económicos, que podrían servir para ayudar a los progenitores, en calidad de ofrenda en perspectiva, ni siquiera efectiva o real, destinada al Templo; y esto era algo repugnante a la vista de Dios). Así habéis invalidado el mandamiento de Dios (se sobreentiende: Un mandamiento caritativo o misericordioso) por vuestra tradición”» (Evangelio según Mateo, capítulo 15, versículos 1-6; Biblia de Reina-Valera de 1960).

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    • #10

    [Apologética y teodicea. Comentario 9].
    Otra figura relevante en cuanto a defender la fe cristiana con poderosos razonamientos fue el apóstol Pablo. Por ejemplo, a mediados del siglo I de nuestra era este apóstol visitó Atenas en su segunda gira misional. A medida que transita la ciudad, que era el centro griego del saber donde antaño difundieron sus doctrinas Sócrates, Platón y Aristóteles, se percata de que además es una metrópoli sumamente religiosa. A cada paso que da se topa con un ídolo: en los templos, en las plazas, en las calles... esto es, por doquiera que camina. Allí se daba culto a todo un panteón de absurdas divinidades y también a filosofías racionalistas, aglutinándose en tan relativamente pequeño reducto urbano todos esos elementos antagónicos, dispares e incoherentes entre sí. El fiel apóstol no sólo conoce lo que piensa Dios acerca de las imágenes idolátricas, sino que, además, debido a su gran preparación académica y a su clarividencia, sabe muy bien que la idolatría convierte al ser humano en una piltrafa pseudointeligente a merced de las manipulaciones demoníacas, a modo de marioneta abusada, con todas las malsanas consecuencias que se derivan de ello, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. En su papel de evangelizador, aparte de razonar en base a las sagradas escrituras con los judíos de la Diáspora, en la sinagoga local, consideró oportuno entrar en contacto con los atenienses ajenos al judaísmo, en el Ágora, al noroeste de la Acrópolis. Semejante lugar era el corazón económico, político y cultural de la urbe y constituía el punto predilecto de los atenienses para reunirse y entablar discusiones intelectuales. En aquel marco de circunstancias se enfrentó a un público difícil, con filósofos de dos escuelas rivales: la epicúrea y la estoica. Los primeros creían que la vida había surgido al azar, por pura casualidad, y su actitud existencial se podría resumir en las siguientes palabras: “No hay necesidad de respetar o temer a Dios, pues en la muerte no se siente nada; el bien es alcanzable y el mal es soportable”. Los segundos, por su parte, daban prioridad a la lógica y a la razón, y rechazaban la idea de que Dios fuera un ser personal. Ninguno de los dos grupos era favorable a la creencia en la resurrección, y menos tal y como la enseñaban los discípulos de Cristo. Era patente, pues, que ambos sistemas filosóficos resultaban incompatibles con las verdades del cristianismo, y premonizaban dificultades inmediatas para la prédica del apóstol si éste no era suficientemente prudente y capaz de ejercer la máxima habilidad a la hora de exponer sus argumentos.

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    • #11

    [Apologética y teodicea. Comentario 10].
    La manera en que el apóstol Pablo habló a aquellos atenienses es un ejemplo de apología, moderada y respetuosa para con las creencias ajenas, digno de ser imitado por todo defensor prudente y sensato de la fe cristiana: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas. Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él (se sobreentiende: Gracias a Él) vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: PORQUE SOMOS TAMBIÉN DE SU LINAJE. Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano. Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse (se sobreentiende: Arrepentirse o cambiar la manera absurda de pensar y de ver las cosas que atañen al Todopoderoso), porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado (se sobreentiende: Jesucristo es ese “hombre destinado”, quien murió a favor de la humanidad para poder salvar al máximo número de humanos posible; y por eso su juicio será benévolo y misericordioso, favorable para los humildes o mansos y desfavorable para los malvados o perversos), dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos” (Hechos de los apóstoles, capítulo 17, versículos 22-31; Biblia de Jerusalén de 1975).

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    • #12

    [Apologética y teodicea. Comentario 11].
    Pero lo que verdaderamente motivó la aparición de los apologistas cristianos no fue la intentona de imitar las habilidades y maestría del apóstol Pablo en defensa de la fe, sino más bien una lucha dialéctica contra la persecución que las autoridades romanas lanzaron hacia los discípulos de Jesús durante todo el siglo II de nuestra era. Antes de eso, la hostilidad contra los seguidores de Cristo había procedido casi exclusivamente de los judíos. Incluso la terrible persecución de Nerón, acaecida durante los años 64 a 68 de nuestra era, parece que fue vigorosamente inducida por los judíos y filojudíos que estaban en el entorno del emperador, de manera que éste simplemente se dejó arrastrar por dicha influencia y acusó a los cristianos del incendio de Roma, iniciando así una de las más crueles y sanguinarias batidas históricas contra los indefensos y pacíficos discípulos de Jesucristo. En efecto, según ciertos historiadores, Popea Sabina, segunda esposa de Nerón después de que éste repudiara a Octavia su primera consorte, era filojudía y estaba muy influída por los cabezas religiosos del judaísmo, quienes odiaban intensamente el cristianismo. De manera que, atando cabos, el entusiasmo romántico del lunático emperador por su segunda esposa y la animadversión de ésta hacia el movimiento cristiano fueron aparentemente los principales ingredientes terrestres (al margen de la consabida hostilidad demoníaca hacia dicho movimiento) que decantaron la terrible persecución. Adicionalmente, por supuesto, hay que señalar que el populacho, gentil o judío, también era proclive en general a considerar a los cristianos como vecinos molestos y odiosos, pues su conducta, moralmente elevada, constituía una censura silenciosa contra la actuación fraudulenta e impía de la mayoría de los súbditos del Imperio.

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    • #13

    [Apologética y teodicea. Comentario 12].
    Después de la persecución neroniana contra los cristianos de Roma, acaecida entre los años 64 y 68 de nuestra era, hubo una relativa calma en la hostigación gubernamental hacia los seguidores de Jesús. Pero al cabo unas dos décadas y media más tarde, el emperador Domiciano desató de nuevo una ola persecutoria anticristiana debido a que los discípulos de Jesucristo rehusaron adorarlo como si fuera un dios. Este emperador exigió para sí reverencia divina y asumió el título de “Dominus et Deus noster” (Nuestro Señor y Dios). El adorar al engreído emperador no supuso ningún problema para los que daban culto a dioses falsos, pero los cristianos primitivos no podían participar en aquello; por eso, hacia finales de la gobernación de Domiciano les sobrevino una severa persecución y algunos eruditos sostienen que fue este Domiciano quien desterró al cuasi centenario apóstol Juan a la isla de Patmos, el lugar donde el envejecido evangelista recibió y puso por escrito las revelaciones del Apocalipsis. Pero cuando Domiciano fue asesinado, en el año 96 de nuestra era, su sucesor Nerva fue más tolerante y parece que puso en libertad a Juan. Es muy posible, finalmente, que el longevo apóstol muriera en paz y no alcanzara a ver la siguiente oleada de hostilidades que se presentó en el escenario con la subida al poder del emperador Trajano.

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    • #14

    [Apologética y teodicea. Comentario 13].
    Según la tradición, fue durante la persecución domiciánica cuando el envejecido apóstol Juan fue desterrado a la isla penal de Patmos. Allí recibió las impactantes visiones proféticas del Apocalipsis; y parece que el anciano apóstol fue puesto en libertad durante el reinado del siguiente emperador, Nerva; y su Evangelio y sus 3 epístolas, quizás iniciados bajo el mandado de Nerva, fueron completados después que comenzó el gobierno de Trajano y tal vez poco antes de que se alcanzara el momento álgido de la persecución auspiciada por este último. Probablemente, Juan ya habría muerto poco antes de que dicho punto álgido se produjera. El terreno para el surgimiento de esa ola persecutoria contra los seguidores de Cristo ya estaba abonado desde años atrás, pues para los romanos resultaba inconcebible que una religión (la cristiana) exigiera devoción exclusiva a un único Dios. Si los dioses romanos no lo pedían, ¿por qué habría de hacerlo el Dios de los cristianos? Además, el culto a las divinidades imperiales se consideraba un simple reconocimiento del orden político. Por consiguiente, se tomaba como alta traición la denegación a someterse a dichas ceremonias. La Enciclopedia de McClintock y Strong, tomo X, página 519, informa además: “Los emperadores se vieron obligados a notar el cristianismo debido a los tumultos que entre el populacho incitaron los sacerdotes paganos, quienes observaban con alarma el notable progreso de aquella fe, y por eso Trajano tuvo que decretar la supresión gradual de la nueva enseñanza que transformaba a los hombres en odiadores de los dioses. La administración de Plinio el Joven como gobernador de Bitinia se complicó con asuntos que se desarrollaron como resultado de la rápida difusión del cristianismo y la consiguiente furia de la población pagana dentro de su provincia”.

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    • #15

    [Apologética y teodicea. Comentario 14].
    Cayo Plinio Cecilio Segundo (61-113), conocido como Plinio el Joven, fue un abogado, escritor y científico de la antigua Roma, perseguidor de los cristianos. Era sobrino de Plinio el Viejo, considerado como el mejor naturalista de la antigüedad. Siendo niño, Plinio perdió a sus padres y posteriormente fue adoptado por su tío Plinio el Viejo, quien lo mandó a estudiar a Roma. Comenzó la carrera de leyes a la edad de 19 años, creciendo su reputación en este campo muy rápidamente. Se puede decir que su carrera es un resumen de todos los cargos públicos más importantes en Roma, y en efecto, Plinio contribuyó a la organización del Imperio en muchos de sus campos. Sus cartas son un testimonio único de la administración ordinaria del siglo primero. Su estilo es muy diferente de los usados hasta entonces, afirmando algunos críticos que Plinio es el inventor de un nuevo género literario: la carta escrita para ser publicada a modo de monografía. En sus primeras cartas de juventud describe la erupción del monte Vesubio y la muerte de su tío y mentor, Plinio el Viejo, a causa de dicha erupción en el año 79. Estas cartas estaban dirigidas a su amigo Tácito, que fue uno de los grandes historiadores romanos, para darle una visión cercana y certera de la muerte de su tío. De sus numerosas cartas (las Epistulae) se deduce su carácter más bien moderado. En una de sus últimas, escrita desde Bitinia entre los años 112 y 113, se dirigió al emperador Trajano describiendo la plaga en la que pensaba que se habían convertido los cristianos, así como el fuerte arraigo que tenían en sus creencias, y le explicó el procedimiento que seguía para encargarse de las personas a quienes se acusaba de profesar el cristianismo... un procedimiento que el emperador aprobó. A los que negaban que fueran cristianos se les ponía en libertad cuando, como dijo Plinio, “habían repetido la invocación que yo había hecho a los dioses, ofrecido incienso y vino a tu imagen [la de Trajano] [...] y, además, maldecido a Cristo”. Se ejecutaba a los que resultaban ser cristianos. Trataba al cristianismo como una superstición incómoda y se sorprendía del gran número de denuncias anónimas que se recibían en este campo. Trajano le respondió apoyando su actitud, pero ordenándole que no diera curso a las denuncias anónimas, probablemente para no dar pábulo a un régimen de desgaste y terror basado en la soplonería.

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    • #16

    [Apologética y teodicea. Comentario 15].
    A finales del primer siglo de nuestra era y durante la primera parte del segundo, el rechazo persistente de los cristianos a tomar parte en algún acto de culto profano, sea para el honor de los dioses o para homenajear al emperador, comenzó a atraer sobre ellos la atención del gobierno romano. Había una ley contra todas las religiones que no estaban aprobadas por el estado, y esta ley podía, de un momento a otro, ser puesta en vigor. Era una especie de “espada de Damocles”, suspendida constantemente sobre la cabeza de los cristianos. Corrían el peligro de ser llevados ante los gobernadores a causa de las turbaciones y sediciones fomentadas contra ellos por los sacerdotes de los ídolos, por aquéllos que fabricaban imágenes, y que temían, como el Demetrio que se menciona en el capítulo 19 (versículos 23 y siguientes) del libro sagrado de los Hechos de los Apóstoles, que su negocio fuese reducido a nada; y finalmente también podían ser víctimas de infundios por aquéllos que vivían de los espectáculos y juegos públicos, a los cuales no se veía asistir a los discípulos de Cristo. En esa época, circulaban extrañas acusaciones contra ellos de quienes no sabían casi nada acerca de los cristianos y simplemente propagaban rumores maliciosos sin medir las terribles consecuencias que pudieran acarrear a sus víctimas. Por temor a que la persecución estallara, ellos se vieron obligados a reunirse en secreto; y no faltaban las personas que insinuaban que en estas reuniones pasaban cosas que no habrían podido soportar la luz del día (asesinato y canibalismo de niños pequeños, orgías de la peor clase, contubernios peligrosos, etc.). Temprano, bajo el reinado de Trajano, se había publicado un edicto declarando ilegales a todas las corporaciones y asociaciones. Se podía intuír enseguida cómo esta ley ponía en peligro a todas las pequeñas comunidades cristianas, formadas por personas unidas entre sí como hermanos en Cristo. Un testimonio claro y nada especulativo ha sido conservado de lo que debió ser la situación cotidiana de los cristianos frente a aquéllos que los rodeaban, y también con respecto al gobierno romano. Dicho testimonio lo constituye el conjunto de las cartas intercambiadas entre el emperador Trajano y el célebre escritor Plinio el joven, amigo del emperador. Estas misivas arrojan luz adicional sobre la persecución que los amenazaba entonces, y que pronto fue desencadenada.

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    • #17

    [Apologética y teodicea. Comentario 16].
    Plinio había sido enviado como gobernador de las provincias del Ponto y Bitinia en el Asia menor, donde algunas personas habían sido llevadas delante de él acusadas de practicar el cristianismo. Este caso era nuevo para él, y no sabía cómo actuar frente a este extraño género de delito, y, en su perplejidad, pedía consejo al emperador y le exponía cómo había procedido hasta entonces contra los acusados. He aquí algunos pasajes de su carta: “antes de entrar en la provincia no había tenido jamás la ocasión de asistir a un interrogatorio de cristianos. No sabía entonces como actuar o decidir, sea en la instrucción de su causa, o en el castigo a infligir. ¿Era necesario castigar como si ser cristiano fuese en sí mismo un crimen, o solamente si esto estaba acompañado de otros delitos? ¿Era necesario hacer algunas diferencias teniendo en cuenta la juventud o la edad de los acusados?... Al asistir, he aquí cómo he procedido con relación a aquéllos que eran llevados ante mí como cristianos. Yo les preguntaba si ellos eran cristianos. Ellos lo confesaban, y yo reiteraba mi pregunta una segunda y tercera vez amenazándolos de muerte, si ellos persistían. Perseverando ellos en su confesión, ordenaba que ellos fuesen llevados, unos para ser ejecutados, los otros, como ciudadanos romanos, para ser enviados a Roma, para ser juzgados”. Plinio justifica su sentencia capital mediante la siguiente razón: “Yo no ponía en duda una acusación que confirmaba los nombres de un cierto número de personas. Habiéndolos interrogado, algunos negaban ser o haber sido cristianos, e invocaban a los dioses como yo les prescribía; ofrecieron ante tus imágenes, incienso y vino, y blasfemaron el nombre de Cristo, todas las cosas, se me ha dicho, a las cuales uno no puede forzar a un cristiano verdadero. Éste es el resumen de su error. Entonces encontraba bueno liberarlos. Otros confesaron primeramente que eran cristianos, pero enseguida lo negaron... En cuanto a su religión anterior, que eso sea un error o un delito, he aquí lo que ellos declaraban: tenían la costumbre de reunirse un cierto día antes de que amaneciera y cantar juntos un himno a Cristo como a un Dios. Después ellos se comprometían por juramento a abstenerse del mal, a no cometer fraude, robo, adulterio, y a no faltar a su palabra. Después de esto, tenían la costumbre de separarse para reunirse más tarde y comer juntos, apaciblemente, y sin ningún escándalo. Pero ellos habían dejado atrás esta ultima costumbre desde el edicto dado por mandato tuyo y que prohibía toda reunión”.

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    • #18

    [Apologética y teodicea. Comentario 17].
    Plinio era un filósofo, un hombre educado y refinado, bondadoso y generoso desde un prisma superficial, pues por otra parte no dudó en emplear los medios más crueles para descubrir la supuesta culpabilidad de las personas que él consideraba adeptas a la “absurda superstición” del cristianismo, confirmando con esta actitud que su bondad y generosidad estaban muy alejadas del criterio superior del Altísimo. He aquí cómo él continuó su carta: “Después de este relato me pareció más necesario interrogarlos, aplicándoles tortura a dos mujeres, de aquéllas que se llaman diaconisas. Pero salvo una maldad y absurda superstición, no he podido sacar nada de ellas... El número de acusados es tan grande que el asunto merece una seria consideración. Muchas personas de ambos sexos, de toda edad y condición, son acusados, y un número mayor aún lo serán, porque el contagio de esta superstición ha invadido no solamente las villas, sino también los lugares más pequeños y las campiñas”. Plinio añade enseguida que a su llegada los templos (se sobreentiende: Los templos paganos) estaban casi abandonados, las ceremonias sagradas (se sobreentiende: Las ceremonias religiosas paganas) quedaron interrumpidas por largo tiempo y las víctimas de los sacrificios (se sobreentiende: Las ofrendas animales muertas en sacrificio a los dioses paganos) no encontraban más que raros compradores. Pero deja ver al mismo tiempo que sus esfuerzos para detener los progresos de la “superstición” no han sido vanos, y termina diciendo que se puede pensar que un gran número de cristianos será restaurado (se sobreentiende: Restaurado a la creencia popular en los dioses paganos y en las celebraciones sociales convencionales ligadas frecuentemente a éstos), si el perdón es asegurado para aquéllos que se arrepienten. El emperador respondió a Plinio de la siguiente forma: “Tú has actuado perfectamente, querido Plinio, en tu manera de proceder con relación a los cristianos que han sido llevados ante ti. Es evidente que en asuntos de este género, uno no puede poner ninguna regla general. Estas personas jamás deben ser buscadas. Pero si ellas son acusadas y permanecen convencidas de ser cristianas, deben ser castigadas a muerte; pero con esta restricción: que si alguna renuncia al cristianismo, y lo prueba invocando a los dioses, se le absolverá a causa de su arrepentimiento, sin importar cuál haya sido su conducta anterior. En ningún caso, las denuncias anónimas deben ser recibidas; éstas son un medio peligroso y que no concuerda de ninguna forma con los principios de nuestros tiempos”. Así fue la respuesta del poderoso emperador a su amigo filósofo, en un tiempo en el que esta élite se jactaba de sus luces y urbanidad. Por lo tanto, el cristianismo y sus practicantes eran tratados prejuiciosamente como elementos infrahumanos, con toda la inapreciable sobrecarga de error que tenía semejante prejuicio para la mentalidad de aquella aristocracia romana monstruosamente impregnada de su propia miopía cognoscitiva.

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    • #19

    [Apologética y teodicea. Comentario 18].
    Hubiese sido muy fácil para estos cristianos, despreciados por la mayoría de la gente de la época, salvar sus vidas, bastando para ello el simple acto de arrojar al fuego del altar pagano algunos granos de incienso e inclinarse ante la estatua del emperador. Pero aquellos seguidores de Cristo sabían bien lo que significaba esta ceremonia, de apariencia inofensiva. Era un lenguaje conductual, más poderoso que las palabras, por medio del cual se indicaba la adhesión o el rechazo a Dios y a su Hijo. En cuanto a las cartas de este procónsul, Plinio el joven, tenemos que señalar que son de importancia histórica por varias razones. Por ejemplo, aunque se emitieron desde una provincia del Imperio, constituyen un testimonio irrevocable de que el cristianismo ya se había expandido considerablemente, hasta el grado de hacer casi desaparecer el paganismo en esta provincia en particular. Y no se puede comprender del todo este absurdo cuadro de persecución contra estos ciudadanos inofensivos y respetuosos si no introduce en él a la criatura sobrehumana que la sagrada escritura llama Satanás, el gran opositor y rebelde contra Dios, y el más esforzado combatiente contra cualquier resplandor de la verdad. Por otra parte, el testimonio escrito de un enemigo pagano en favor de la fidelidad de los cristianos de aquel tiempo es muy poderoso; en él se destaca lo que Plinio dijo de sus reuniones, destinadas a cantar alabanzas a Cristo y comer en hermandad. Se trataba sin duda de la Cena del Señor y de las fiestas de amor que frecuentemente la acompañaban, como se deduce de la primera carta que escribió el apóstol Pablo a los cristianos corintios, capítulo 11. Además, en esta etapa de la historia del cristianismo, las asambleas de los discípulos se caracterizaban por la simplicidad, en franco contraste con el ornato y la pompa que posteriormente se fue introduciendo de forma paulatina en la cristiandad.

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    • #20

    [Apologética y teodicea. Comentario 19].
    Es conveniente situarse en el año 111 de nuestra era, cuando Plinio el joven, gobernador de Bitinia, a orillas del Mar Negro, regresó a su residencia tras una inspección efectuada a su populosa y rica provincia romana y se topó con un desafortunado incendio que devastaba la capital, Nicomedia. Mucho se habría podido salvar si hubiera habido bomberos allí, pero estaban prohibidos. La razón de ello se atisba en la carta que Plinio dirigió al emperador Trajano (98-117 de la EC) dándole noticias de lo sucedido, en los siguientes términos: “Te toca a ti, señor, valuar si es necesario crear una asociación de bomberos de 150 hombres. De mi parte, cuidaré de que tal asociación no incorpore sino bomberos...”. Trajano le respondió rechazando de plano tal iniciativa: “No te olvides que tu provincia es presa de sociedades de este género. Cualquiera que sea su nombre, cualquiera que sea la finalidad que nosotros queramos dar a hombres reunidos en un solo cuerpo, esto da lugar, en cada caso y rápidamente, a eterías”. Evidentemente, el temor a las “eterías” (nombre griego para las “asociaciones”) prevalecía así sobre el temor a los incendios; y este miedo gubernamental hacia los grupos humanos organizados provenía de más de un siglo atrás. Por lo visto, las asociaciones de cualquier tipo, que podrían transformarse eventualmente en grupos políticos, habían inducido al césar Augusto (63 antes de la EC – 14 de la EC) a prohibir todas las agrupaciones mediante decreto oficial emitido en el año 7 antes de nuestra era: “Quienquiera establezca una asociación sin autorización especial, es pasible de las mismas penas de aquéllos que atacan a mano armada los lugares públicos y los templos”. Esta ley estaba siempre en vigor, aunque las asociaciones no dejaban de florecer por todo el Imperio: desde los barqueros del Sena a los médicos de Avenches, desde los comerciantes de vino de Lión a los trompetistas de Lamesi. Todas ellas defendían los intereses de sus afiliados, incluso ejerciendo presión sobre los poderes públicos. Por lo tanto, si bien dicha ley anti-asociaciones no se había derogado, permanecía habitualmente inerte, latente, en la mayoría de los casos, cual lejano telón de fondo apenas divisable.

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    • #21

    [Apologética y teodicea. Comentario 20].
    Parece que a resultas de la respuesta de Trajano a Plinio, este último proclamó alguna clase de recordatorio o edicto de esa ley augusta en sus dominios y no tardó en aplicar la prohibición de las eterías a un caso particular que se le presentó en el otoño del año 112. Bitinia estaba llena de cristianos, pues según el propio Plinio: “Es una muchedumbre de todas las edades, de todas las condiciones, esparcida en las ciudades, en la aldeas y en el campo”. Al parecer, había recibido repetidas denuncias por parte de los fabricantes de amuletos religiosos, quienes se sentían estorbados por los cristianos porque éstos predicaban la inutilidad de semejantes baratijas. Como consecuencia, había instituido una especie de proceso judicial para poder conocer bien los hechos y había descubierto que los cristianos tenían “la costumbre de reunirse en un día fijado, antes de la salida del sol, de cantar un himno a Cristo como a un dios, de comprometerse con juramento a no perpetrar crímenes, a no cometer ni latrocinios ni pillajes ni adulterios, a no faltar a la palabra dada. Ellos tienen también la costumbre de reunirse para tomar su comida que, no obstante las habladurías, es comida ordinaria e inocua”. Obviamente, los cristianos no habían dejado de celebrar estas reuniones ni siquiera después del edicto del gobernador que recalcaba la interdicción de las eterías. Si bien Plinio no ve nada malo en todo esto, no obstante la repulsa cristiana a ofrecer incienso y vino delante de las estatuas del emperador le parece un acto de escarnio sacrílego. La firmeza de los seguidores de Jesucristo en no efectuar ningún acto de adoración a la imagen del emperador la toma como una obstinación irrazonable y necia. De la carta de Plinio a Trajano queda claro que habían cesado las acusaciones absurdas de infanticidio ritual y de incesto que años atrás se levantaron contra los cristianos, y sólo quedaban las de rehusar rendir culto al emperador (vista como de lesa majestad; esto es, de atentar simbólicamente contra la vida futura del emperador al no rendirle adoración como si fuera un dios) y de constituir una etería. Trajano responde a Plinio que “los cristianos no han de ser perseguidos oficialmente. Si, en cambio, son denunciados y reconocidos culpables, hay que condenarlos”. Con otras palabras: Trajano anima a cerrar un ojo sobre ellos, pues son una etería innocua como los barqueros del Sena y los vendedores de vino de Lión; pero ya que están practicando una “superstición irrazonable, tonta y fanática” (según la juzgan Plinio y otros intelectuales de la época), y ya que continúan rehusando dar culto al emperador (y, por consiguiente, se consideran ajenos a la vida civil), no se puede pasar esto por alto: por lo tanto, si son denunciados, se les ha de condenar. Trajano insta, pues, de forma poco rígida, a tener presente que no es lícito ser cristiano; que la asociación cristiana es ilegal, pero en el fondo inocua.

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    • #22

    [Apologética y teodicea. Comentario 21].
    Sin embargo, esa patente inocuidad no inspira suficiente clemencia en los opositores paganos y por ello se producen atropellos inhumanos y víctimas cristianas inocentes. La misma política represiva de Trajano hacia los cristianos es la empleada por los emperadores Adriano (117-138) y Antonino Pío (138-161). Pero el emperador Marco Aurelio (161-180) fue más lejos, pues consideraba que el cristianismo era un delirio que podía propagarse por todo el dominio romano, con fatales consecuencias. Este Marco Aurelio era un emperador filósofo, que pasó guerreando 17 de los 19 años que estuvo en el poder. En sus “Memorias”, en las que cada noche, bajo la tienda militar, anotaba algunos pensamientos “para sí mismo”, se encuentra un gran desprecio hacia el cristianismo. Lo consideraba una locura, porque proponía a la gente común, ignorante, una manera de comportarse (fraternidad universal, perdón, sacrificarse por los otros sin esperar recompensa) que sólo los filósofos como él podían comprender y practicar después de largas meditaciones y disciplinas. En un escrito del año 176-177 prohibió que cualesquier sectarios fanáticos, con la introducción de cultos hasta entonces desconocidos, pusieran en peligro la religión del Estado. Por consiguiente, la posición social de los cristianos, siempre desagradable y mal entendida por la gente, se tornó, bajo él, más áspera. Las florecientes comunidades cristianas del Asia Menor, fundadas por el apóstol Pablo, fueron sometidas día y noche a robos y saqueos por parte del populacho. En Roma, el filósofo Justino y un grupo de intelectuales cristianos fueron condenados a muerte. La floreciente comunidad cristiana de Lyon fue aniquilada a raíz de la infundada acusación de ateísmo e inmoralidad. Y esta situación continuó también en los primeros años del emperador Cómodo, hijo de Marco Aurelio.

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    • #23

    [Apologética y teodicea. Comentario 22].
    Bajo el reinado de Marco Aurelio, la ofensiva de los intelectuales de Roma contra los cristianos alcanzó el culmen. Esto suponía una gran amenaza para el cristianismo, pues podía asfixiar las posibilidades de obtener nuevos conversos y, lo que es peor, amenazaba con poner en crisis la fe de los propios evangelizadores. Fabio Ruggiero, de la Universidad de Boloña, Italia, escribe: “A menudo y erróneamente se cree que el mundo antiguo combatió la nueva religión con las armas del derecho y de la política. En una palabra, con las persecuciones. Si esto puede ser verdadero (y, de todos modos, sólo en parte) para el primer siglo de la era cristiana, ya no lo es más a partir de mediados del segundo siglo. Tanto el mundo gentil como la Iglesia comprenden, más o menos en la misma época, la necesidad de combatirse y de dialogar en el terreno de la argumentación filosófica y teológica. La cultura antigua, entrenada desde siglos a todas las sutilezas de la dialéctica, puede oponer armas intelectuales refinadísimas al conjunto doctrinal cristiano, y muy pronto la misma Iglesia, dándose cuenta de la fuerza que el pensamiento clásico ejerce en frenar la expansión del evangelio, comprende la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico genuinamente cristiano, pero capaz al mismo tiempo de expresarse en un lenguaje y en categorías culturales inteligibles por parte del mundo grecorromano, en el cual viene a insertarse cada vez más”. Como si de una trampa bien urdida se tratara, elaborada para poder combatir más eficazmente unas creencias que habían demostrado ser más fuertes que toda la maquinaria persecutoria generadora de tantos mártires triunfantes, el ataque intelectual contra el cristianismo primitivo no se desplegaba físicamente, aunque no por ello era menos feroz, pues se trataba de una nueva modalidad acosadora que pretendía hacer beber una sabrosa pócima (a saber, la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico “genuinamente” cristiano, en palabras de Fabio Ruggiero) que intentaría provocar la muerte tras dulce sueño. Por lo visto, esta maligna estrategia debía adquirir ahora todo su vigor, ya que era el tiempo señalado y la sazón profética determinada para su auge. Una parábola de Jesucristo lo había previsto y vaticinado, en los siguientes términos: «Jesús les propuso este otro ejemplo: “En el reino de Dios sucede lo mismo que le pasó a uno que sembró, en su terreno, muy buenas semillas de trigo. Mientras todos dormían, llegó su enemigo y, entre las semillas de trigo, sembró semillas de una mala hierba llamada cizaña, y después se fue. Cuando las semillas de trigo produjeron espigas, los trabajadores se dieron cuenta de que también había crecido cizaña. Entonces fueron adonde estaba el dueño del terreno, y le dijeron: ‘Señor, si usted sembró buenas semillas de trigo, ¿por qué también creció la cizaña?'. El dueño les dijo: ‘Esto lo hizo mi enemigo'. Los trabajadores le preguntaron: ‘¿Quiere que vayamos a arrancar la mala hierba?'. El dueño les dijo: ‘No. El trigo y la cizaña se parecen mucho, y a lo mejor ustedes van y arrancan el trigo junto con la cizaña. Mejor dejen que las dos plantas crezcan juntas. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, podremos distinguir cuál es el trigo y cuál es la cizaña. Entonces enviaré a los trabajadores para que arranquen primero la cizaña, la amontonen y la quemen. Luego recogerán el trigo y lo llevarán a mi granero'”» ((Evangelio según Mateo, capítulo 13, versículos 24-30; Traducción de la Biblia al lenguaje actual).

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    • #24

    [Apologética y teodicea. Comentario 23].
    El ejemplo (o ilustración) de Jesucristo que acabamos de citar suele ser conocido como la “parábola del trigo y la cizaña”, y él la pronunció delante de una muchedumbre. Además, a continuación enunció dos pequeñas parábolas más, conocidas como la “del grano de mostaza” y la “de la levadura”. El relato evangélico prosigue así: «Todo esto habló Jesús en parábolas a las multitudes, y nada les hablaba sin parábola, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta, cuando dijo: “Abriré mi boca en parábolas; hablaré de cosas ocultas desde la fundación del mundo”. Entonces dejó a la multitud y entró en la casa. Y se le acercaron sus discípulos, diciendo: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”. Y respondiendo él, dijo: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, y el campo es el mundo; y la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del Maligno; y el enemigo que la sembró es el Diablo, y la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Por tanto, así como la cizaña se recoge y se quema en el fuego, de la misma manera será en el fin del mundo”» (Evangelio según Mateo, capítulo 13, versículos 34 a 40; Biblia de las Américas).

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    • #25

    [Apologética y teodicea. Comentario 24].
    La parábola del trigo y la cizaña destaca que en las proximidades del fin del mundo se habría manifestado con claridad quiénes eran buena semilla (cristianos verdaderos) y quiénes eran cizaña (cristianos falsos), pero no aclara cuándo fue sembrada la cizaña y cuándo empezó a manifestarse su crecimiento. Sin embargo, el apóstol Pablo deja entrever que tras su muerte (acaecida en el año 65 de nuestra era, aproximadamente) se manifestarían con claridad aumentante los falsos cristianos; por ejemplo, a los pastores de la congregación de Éfeso les reveló lo siguiente: “Yo sé que, después de mi partida (se sobreentiende: Muerte), se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas (se sobreentiende: Una dialéctica alejada de las máximas del cristianismo verdadero, es decir, una perversión de la doctrina o enseñanza de Jesucristo), para arrastrar a los discípulos detrás de sí (se sobreentiende: Para hacer que los discípulos o feligreses quedaran sometidos o subyugados por la grandilocuencia doctrinal y la santurronería de falsos pastores o padres espirituales, quienes hipócritamente usarían la figura de Cristo a modo de fachada para dominar al rebaño cristiano)” (Hechos de los apóstoles, capítulo 20, versículos 29 y 30; Biblia de Jerusalén de 1975). Posteriormente, parece que el apóstol Juan dio fe, hacia finales del siglo primero de nuestra era, de la existencia de un número no despreciable de falsos maestros, ya plenamente operativos, actuando como cizaña en las comunidades cristianas primitivas, y a éstos los llamó “anticristos”: “Hijos míos, es la última hora (se sobreentiende: El fin del cristianismo primitivo como religión pura y acepta a Dios). Habéis oído que iba a venir un Anticristo (se sobreentiende: Por Pablo y otros apóstoles, los cristianos del primer siglo de nuestra era fueron avisados de que sobrevendría una gran apostasía, o renegar de las verdaderas doctrinas, en pro de las falsas enseñanzas o pseudocristianismo, antes del fin del mundo; y a este colectivo de cristianos falsos, que se levantaría y reorganizaría dominantemente, Juan lo llama Anticristo); pues bien, muchos anticristos (se sobreentiende: Por estar en minúsculas, se distingue del colectivo o entidad plural en mayúsculas, “Anticristo”; y por lo tanto se refiere a cada individuo o “anticristo” de ese colectivo) han aparecido, por lo cual nos damos cuenta de que ya es la última hora. Salieron de entre nosotros (se sobreentiende: Como señaló Pablo a los pastores efesios, se levantarían de entre los mismos discípulos); pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros” (Primera epístola de Juan, capítulo 2, versículos 18 y 19; Biblia de Jerusalén de 1975).

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