Pseudoveltíosis natanatórica.

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    • #176

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 176]
    Después de la construcción de la circunvallatio, la situación en el interior de la ciudad no hizo más que empeorar, ya que el hambre era de tal magnitud que incluso Juan de Giscala tuvo que usar el aceite y el vino sagrados con fines profanos para evitar la desesperación; y muchas víctimas inocentes, sobretodo mujeres y niños, morían, apilándose sus cadáveres de tal forma que, cuando el hedor se convirtió en insoportable, se empleó el tesoro público para enterrarlos. Hambre horrorosa que iba en aumento exponencial, hasta que los cadáveres se hicieron tan numerosos que no hubo otra solución que lanzarlos a las hondonadas que rodeaban la ciudad, a lo que Tito, observando tan lamentable espectáculo, se reprendía a sí mismo como si tuviera toda la culpa de ello. Pero una cosa era cómo pensaba Tito y otra muy diferente cómo pensaban sus tropas, pues la piedad no era precísamente un don muy atribuíble a los legionarios romanos y mucho menos a la legión XII (Fulminata), la cual rabiaba por vengarse de la humillante derrota de Bethorón. Por otra parte, las últimas palabras de Josefo, si bien no produjeron ninguna reacción favorable a la rendición entre los rebeldes armados, hicieron mella entre los no combatientes judíos en el sentido de querer desertar de la ciudad. Por ello, algunos desertores judíos ricos, a sabiendas de que ya estaba todo perdido, abandonaban la ciudad después de haber vendido todas sus posesiones por monedas de oro y tragárselas para poder esconderlas. Pero al caer éstos en manos de romanos informados de semejante estrategia, alcanzaban un final atroz, pues los legionarios, junto con algunos auxiliares egipcios y sirios, iban en busca de ellos y les abrían el vientre para robarles las monedas. Tito quedó horrorizado cuando casualmente se enteró, ya tarde, y prometió buscar a los culpables, los cuales nunca aparecieron aunque seguían practicando tal barbarie, muchas veces sacrificando a las víctimas en vano, ya que en el interior de la mayoría de ellas no encontraban el oro deseado. Empero la gran avalancha de desertores de última hora dieron informes verdaderamente espeluznantes a los oficiales romanos acerca de los estragos y locuras que estaba causando el hambre creciente en la ciudad, y de cómo la masa de no combatientes esa atacada por los insurrectos judíos militarizados, quienes realizaban búsquedas puerta a puerta por comida, golpeando y torturando a las familias en sus hogares, asesinando y robando a los hipotéticos ricos que encontraban a su paso. Según Josefo, relatar en detalle la enorme cantidad de atropellos y vejaciones mortales a las que eran sometidas las personas civiles por sus propios hermanos de raza y religión fanatizados, bajo el mando de Juan y Simón, es imposible; y, en pocas palabras, se puede decir que ninguna otra ciudad del mundo ha soportado jamás una oleada tan cruda de miserias ni albergado una generación de seres tan envilecidos y pródigos en delitos desde los comienzos de la historia humana. Por lo visto, Jesucristo no exageró cuando señaló que a Jerusalén le iba a sobrevenir la peor tribulación de su historia (una grande tribulación inigualable) algún tiempo después de su partida y todavía dentro del alcance de los días de aquella generación que pidió su muerte ante Pilato. Sin embargo, lo más interesante de esta narración para nosotros, los que somos asiduos lectores de la sagrada escritura y queremos aprender de la experiencia histórica, es que la misma profecía del evangelio de Lucas acerca del fin de la Jerusalén clásica está entrelazada con los acontecimientos previstos para el fin del mundo actual, al que también se esperaría que le aplique paralelamente un desenlace en forma de una grande tribulación (tribulación magna) de alcance global impregnada de barbaridades parecidas o similares a las testimoniadas por Josefo.

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    • #177

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 177]
    Como opción añadida a la circunvallatio y para que la toma de la ciudad fuera más rápida, Tito hizo construir nuevas rampas de asedio frente a la Fortaleza Antonia. Pero debido a la devastación de toda el área circundante de Jerusalén, la madera hubo que traerla desde una distancia de más de once millas (más de 18 kilómetros, aproximadamente) para su construcción. Tras 21 días de trabajo se acabaron las obras, a pesar de que los judíos con Juan de Giscala al frente intentaban dificultar, cada vez con menos vigor y por la mayor vigilancia romana, los trabajos preparatorios. Entretanto, mientras se erigían las rampas, los romanos capturan más de 500 evadidos de la ciudad por día, a los que torturan, matan y luego crucifican ante las murallas, a la vista de los rebeldes, para intimidarlos; y parece que Tito llegó a entristecerse por tener que usar una persuasión tan cruel y con tan grande número de víctimas, al grado de que llegó un momento en que no había suficiente espacio para tantas cruces ni suficientes cruces para tantos cuerpos. Pero tales ejecuciones masivas y crueles tienen el efecto contrario al pretendido por los sitiadores, pues los judíos defensores juran luchar contra los romanos hasta su último aliento, aun si ello implicara la destrucción del Templo. Por eso, las exortaciones de Tito dirigidas a los rebeldes, para que éstos se rindan y así se pueda salvar el Templo y lo que queda de la ciudad, caen en oídos sordos. Una vez terminada la rampa de asedio, los arietes empezaron a golpear los muros de la fortaleza, sin mucho éxito al principio, pero el continuo envite de los mismos propició que la parte batida se desplomara por sí sola, quizás con la ayuda de los túneles realizados anteriormente por los hombres de Juan, que quizás se desplomaran del todo en ese momento. Tras esto, una enorme brecha se abrió, pero cuando los romanos se dispusieron a atravesarla, se encontraron con un nuevo muro, levantado a toda prisa, que impedía el acceso al patio exterior del Templo. Esto desmoralizó a las tropas, a las que Tito de nuevo tuvo que arengar prometiendo recompensa al primer hombre que llegara a lo alto del parapeto. Y sólo una docena de auxiliares, liderados por un tal Sabino, se dispusieron a la acción, pereciendo él mismo junto con 3 de sus compañeros. Se esperaba que los demás siguieran el ejemplo, pero no lo hicieron, hasta que 2 noches más tarde un pequeño grupo de unos 20 o 30 soldados ascendieron por propia iniciativa y eliminaron a los centinelas. Tito, enterándose de lo sucedido y sacando partido del éxito, envió a sus hombres hacia el patio del Templo, en donde hubo un combate nocturno del que nadie saldría vencedor, hasta que finalmente, ya amanecido, los rebeldes consiguieron hacer retroceder a los romanos.

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    • #178

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 178]
    Habiendo llegado los finales de julio del 70, informes procedentes de desertores judíos, entre los que se encuentra un tal Maneo ben Lázaro, indican que desde el 1 de mayo hasta el 20 de julio los muertos civiles o personas no combatientes en la ciudad ascienden a más de 600.000 aproximadamente, y todo ello sin contar los miles de desertores apresados o ejecutados por los romanos. A primeros de agosto, los romanos pensaron que la mejor forma para llegar a los aledaños (o perifería) del Templo era de nuevo construir terraplenes, cuyos materiales, de nuevo, hubieron de traerse a gran distancia. Mientras tanto, Tito envió a Flavio Josefo con un mensaje dirigido a Juan de Giscala desafiándole formalmente que se presentara y aceptara el combate; y también parece que se le ofreció de nuevo una honrosa rendición con tal de salvar el Templo. De todas formas, Juan discute acaloradamente con Josefo y rechaza toda vía razonable de solución, con lo que gran número de ciudadanos de clase alta, incluyendo a muchos sacerdotes, desertan en ese momento y se entregan a los romanos. En consecuencia, de nuevo, se dispuso el ataque al patio exterior a pesar de que las rampas aún no se habían terminado. Para ello, Tito formó una fuerza de asalto especial que puso bajo el mando de Sexto Vetuleno Cerealis, el legado de la legión V (Macedonica), compuesta de unidades de mil hombres mandadas por un tribuno y cuyos miembros se contaban entre los 30 legionarios más valientes de cada centuria. El ataque se produjo por la noche, pero tras la sorpresa inicial, los rebeldes, cada vez en mayor número, se apilaban para luchar en el patio exterior, conteniendo a los romanos y quedando el encuentro en empate. Entretanto, los rebeldes intentan un asalto a la legión X (Fretensis) en el Monte de los Olivos, por medio de franquear el cerco de estacas puntiagudas, directamente enfrente de la muralla oriental del Templo, pero son rechazados después de una breve e intensa batalla. Finalizadas por fin las rampas, los arietes de asedio llegaron a la muralla exterior del Templo y durante 6 días, sin resultado alguno, intentaron abrir brecha, ya que los formidables bloques de piedra aguantaban bien, a la vez que, como ya iba siendo costumbre, los rebeldes importunaban el ataque. Simultáneamente, la lucha continuaba en el patio exterior, incendiando ambos bandos secciones del pórtico para convertir sus posiciones en inexpugnables a los ataques del bando contrario. El 15 de agosto, en una fingida retirada de los rebeldes del pórtico occidental, los romanos cayeron en una trampa, ya que en el momento en el que éstos se precipitaron por este punto, el pórtico, que previamente había sido llenado de betún y madera seca, empezó a arder, provocando muchas bajas romanas que perecieron bajo las llamas o fueron muertos o capturados por los rebeldes. Viendo que los arietes no doblegaban aquellas majestuosas murallas, se intentó tomar el muro exterior mediante escaleras de asalto. Pero los judíos esperaban en lo alto y precipitaron al vacío a cuantos iban subiendo, además de capturar algunos estandartes. En los días siguientes, Tito ordenó incendiar otras secciones del pórtico exterior, pero sin resultados.

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    • #179

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 179]
    En medio del sofocante calor de aquel 15 a 17 de agosto del 70, los informes de los escapados son de un hambre más que horrible en la ciudad sitiada, con innumerable cantidad de víctimas mortales y donde los rebeldes hambrientos como perros enloquecidos se tambalean de casa en casa en busca de comida y donde tanto el cuero de los zapatos como la hierba seca y escasa son comidos con ansia. La abominable monstruosidad causada por el hambre alcanza su profundidad máxima en la historia de una tal María, hija de un tal Eleazar, que impresiona estremecedoramente no sólo a los rebeldes sino también al mismo Tito, quien es enterado de ella tal vez mediante Josefo y éste quizás por medio de los testimonios de los desertores y escapados. Parecería que la historia trágica de esta María es una invención urdida por una mente perversa y Josefo asegura en sus escritos que habría omitido de buena gana dicha tragedia, por temor a que se le considerara poseedor de una imaginación diabólica, pero gracias a que había gran cantidad de testigos de la susodicha historia entre sus contemporáneos, él decidió inmortalizarla junto con las siguientes palabras: “Tito juró sepultar esta abominación bajo las ruinas de la ciudad”. Para saber de qué se trata esta historia real, podemos acudir a los escritos del historiador Eusebio de Cesarea (263-339), quien solía emplear citas textuales de otros historiadores que no sobrevivieron a su época y también de Flavio Josefo, encontrándose una gran concordancia entre lo que Eusebio dice y lo que afirma el judío cuando se refieren a un mismo tema, lo cual hace a Eusebio bastante fiable. En su obra “Historia de la Iglesia” (o Historia eclesiástica), Eusebio trató de presentar la historia de la Iglesia desde los apóstoles (es decir, los “Hechos de los Apóstoles”) hasta sus días, teniendo en cuenta en dicha obra la historia de los judíos. En el tercer y último libro de la citada obra, partes V a VII, Eusebio informa lo que se expone a continuación.

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    • #180

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 180]
    Parte V (Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo). Tras ostentar Nerón el poder durante trece años, y habiendo tenido lugar los reinados de Galba y de Otón en el espacio de un año y seis meses, Vespasiano, que había sido notable en los ataques a los judíos, fue designado emperador en Judea una vez que se le nombró públicamente como jefe supremo del ejército que le había acompañado a aquel lugar. Inmediatamente salió para Roma y confió la guerra contra los judíos en manos de su hijo Tito. Ahora bien, los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con la concepción de innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero fue Esteban, al cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión de nuestro Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles fueron amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados de Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con el poder de Cristo, que les había dicho: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. Además de éstos, también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman Pela), por un oráculo transmitido por revelación a los notables de aquel lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía. En los relatos que escribió Josefo se describen con toda exactitud los males que en ese momento sobrevinieron a todo el pueblo judío en todo lugar; cómo principalmente los habitantes de Judea fueron agobiados hasta el extremo de las desgracias; cuántos miles de jóvenes y de mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a espada, por hambre y por muchos otros tipos de muerte; cuántos y cuáles ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán grandes desgracias, y más que desgracias, presenciaron los que fueron en su huida a Jerusalén, ya que era la metrópoli más fuerte; el desarrollo de la guerra y lo que tuvo lugar en ella en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que proclamaron los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera notable antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su desaparición final por el fuego. Merece la pena señalar que el mismo autor afirma que los que, procedentes de toda Judea, se apiñaron en los días de la fiesta de la Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus propias palabras, fueron alrededor de tres millones. Era preciso, pues, en los mismos días en los que habían llevado a cabo la Pasión del Cristo de Dios, bienhechor y Salvador de todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran el azote que les daba alcance viniendo de la justicia Divina. Así pues, dejando aparte los acontecimientos que les sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a espada o de diversos modos, sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias originadas por el hombre, a fin de que los que obtengan este escrito vean, parcialmente, cómo les daba alcance al poco tiempo el castigo procedente de Dios por causa de su crimen cometido en contra del Cristo de Dios.

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    • #181

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 181]
    Parte VI (Acerca del hambre que angustió a los judíos). Toma, pues, entre tus manos el libro V de de las Guerras de los judíos de Josefo y lee la tragedia que sucedió entonces: «Para los ricos, quedarse significaba la perdición, pues con la excusa de deserción mataban a cualquiera por causa de sus bienes. Con el hambre crecía también la demencia de los rebeldes y cada día ambas se enardecían terriblemente. El trigo no era visible en lugar alguno, pero ellos se lanzaban dentro de las casas y las registraban. Cuando lo encontraban los maltrataban por haber negado, pero si no lo hallaban, los atormentaban por haberlo escondido con tanta precaución. La evidencia de tener o no tener eran los cuerpos de los desafortunados: los que todavía se mantenían en pie daban la impresión de poseer gran cantidad de alimentos; sin embargo, los que ya estaban consumidos, los dejaban, pues creían que no era lógico matar a los que estaban a punto de morirse de necesidad. Muchos cambiaban furtivamente sus posesiones por una medida de trigo, los más ricos; o de cebada, los más pobres. Luego, encerrándose en lo más recóndito de sus casas, y debido al escozor de la necesidad, algunos comían el grano crudo y otros lo cocían a medida que lo requería la necesidad y el temor. Tampoco se ponía la mesa. Pues sacando del fuego los alimentos aún crudos, se los tragaban. La comida era miserable a la visión conmovedora; los más fuertes abusando, los más débiles quejándose. El hambre supera todo sufrimiento, pero nada destruye tanto como el honor, pues aquello que de otro modo se aceptaría como digno de consideración, en esta situación se menosprecia. Las mujeres por ejemplo, quitaban la comida de la boca de sus maridos, los hijos de la de los pobres, y lo más deplorable, las madres de las de sus niñitos, y a pesar de que los seres más queridos se iban acabando entre sus manos, ningún tropiezo existía para llevar las últimas gotas de vida. Y aunque comían de este modo, no pasaban desapercibidos y los rebeldes en todo lugar se lanzaban sobre estas presas. En el momento que observaban una casa cerrada, era indicio de que los que se hallaban en el interior estaban provistos de alimentos, y en seguida, cargándose las puertas, arremetían hacia dentro, y únicamente les quedaba aferrarse a las gargantas para sacarles el bocado. Azotaban a los ancianos que retenían los alimentos, y a las mujeres que ocultaban entre sus manos lo que les quedaba les arrancaban la cabellera. No existía la compasión ni para los ancianos ni para los niños, sino que, alzando a los niños que no soltaban su bocado, los lanzaban contra el suelo. Pero aún eran más inhumanos con aquéllos que anticipaban su llegada y se habían tragado lo que ellos les iban a arrebatar, pues se consideraban agraviados. Ideaban terribles métodos de tortura para encontrar los alimentos. Cerraban la uretra de los desafortunados con granos de legumbres y les atravesaban el recto con palos afilados. Se sufrían tormentos aterradores para el oído simplemente hasta conseguir la confesión de un solo pan o para revelar un solo puñado de harina. Pero los torturadores no sufrían el hambre (pues su crueldad sería menor si se encontraran en necesidad), porque practicando su demencia iban procurándose de antemano provisiones para los días que tenían que llegar. Iban al encuentro de los que durante la noche salían arrastrándose hasta la avanzada romana para reunir legumbres silvestres y hierbas. Y cuando ya creían que habían burlado a los enemigos, entonces les arrebataban lo que llevaban, y por mucho que suplicaran invocando por el sagrado nombre de Dios para que les dieran alguna porción de lo que habían traído, estando en tan grande peligro, ni así se lo daban, y podían contentarse si no perecían además de ser despojados». Además de otros detalles, añade lo siguiente: «A los judíos les truncaron, junto con las salidas, toda esperanza de salvación, y el hambre, descendiendo por cada casa y en cada familia, consumía al pueblo. Las estancias se llenaban de mujeres y de niños de pecho que habían perecido, y los callejones de ancianos muertos. Los niños y los jóvenes, hinchados como sombras, pasaban por las plazas y caían donde les sobrevenía el dolor. Los enfermos eran incapaces de sepultar a sus familiares, y los que podían se negaban por la gran cantidad de cadáveres y su propio destino dudoso. Muchos, pues, caían sin vida al lado de los que acababan de enterrar, mientras que otros muchos se dirigían a sus sepulcros antes que la necesidad lo prescribiera. En todas estas desgracias no había canto fúnebre ni lamento. En su lugar, el hambre censuraba al sufrimiento, y los que morían observaban con ojos secos a los que les habían precedido en la muerte. Un profundo silencio y una noche colmada de muerte encerraba la ciudad. Pero lo más terrible eran los ladrones. Pues, entrando en las casas, a modo de saqueadores de tumbas, despojaban a los cadáveres y, tras retirar las cubiertas de los cuerpos, salían riéndose. También probaban el filo de sus espadas con los cadáveres y, con su prueba del hierro, atravesaron a algunos que, aunque habían caído, estaban vivos. No obstante, si alguien les suplicaba que hicieran uso de sus espadas y de su fuerza en él, lo abandonaban al hambre, ignorándole. Y todos los que expiraban fijaban su mirada en el Templo, porque dejaba vivos a los rebeldes. Los propios rebeldes primero ordenaban sepultar a los muertos, a cargo del tesoro público, porque no aguantaban el hedor. Pero, posteriormente, cuando ya no se daba abasto, los lanzaban por encima de las murallas a los precipicios. Tito, cuando los vio llenos de cadáveres y del espeso líquido que fluía de los cuerpos en putrefacción, se lamentó, y alzadas sus manos tomó a Dios por testigo de que no era obra suya»...

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    • #182

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 182]
    ... Al cabo de otras cosas acaba diciendo: «No podría retenerme de mencionar lo que me indican mis sentimientos. Es mi opinión que si los romanos se hubieran retardado en su ataque contra los ofensores, una sima hubiera abatido la ciudad, o hubiera sido inundada, o los rayos de Sodoma le hubieran dado alcance, porque esa generación era mucho más impía de lo que fueron los que llevaron estos castigos. De este modo, por causa de la demencia de ellos, todo el pueblo pereció con ellos». En el libro VI también escribe como sigue: «De los que murieron por el hambre en la ciudad el número era ilimitado, y los sufrimientos que tuvieron lugar, indescriptibles. En toda casa, si en algún lugar se vislumbraba una mera sombra de comida, se entablaba una guerra y llegaban a las manos los que más se querían, con el fin de arrancarse el misersable recurso de vida. La necesidad no tenía confianza ni siquiera en los moribundos. Los ladrones inspeccionaban también a los que estaban por morirse, por si se diera el caso de que mantenían algún alimento escondido entre los pliegues de su vestido pretendiendo estar muertos. Algunos, boquiabiertos por la falta de alimento, semejantes a perros rabiosos, iban tropezando y, desencajados, arremetían contra las puertas a modo de borrachos y, en su debilidad, penetraban en las mismas casas dos y hasta tres veces en una hora. Por la indigencia se ponían cualquier cosa en la boca, y si lograban reunir algo indigno, incluso para los animales irracionales más inmundos, se lo llevaban para comérselo. De este modo, al final ya no se retenían ante sus cinturones ni zapatos, y sacando las pieles de sus escudos, las devoraban. Algunos se alimentaban también con pedazos de hierba vieja, mientras que otros, recogiendo fibras de plantas, vendían una ínfima parte por cuatro dracmas áticos. ¿Y qué diremos de la desvergüenza de la gente desalentada por el hambre? Porque estoy a punto de poner de manifiesto unos actos que no se hallan registrados ni entre los griegos ni entre los bárbaros, escalofriantes para contarlos e increíbles para escucharlos. Por mi parte, para que no considerasen que estoy inventando para el futuro, con mucho gusto ignoraría tal desgracia si no se diera el caso de que dispongo de innumerables testigos contemporáneos. Y, por otro lado, concedería a mi patria un favor estéril si dejara en silencio sus sufrimientos reales. Así pues, una mujer residente en el otro lado del Jordán, de nombre María, hija de Eleazar, de la aldea de Batezor (que quiere decir “casa de Hisopo”), distinguida por su familia y su riqueza, se refugió en Jerusalén con la restante multitud y con ellos sufría el asedio. Los tiranos le robaron todas las otras posesiones que ella había aprovisionado y transportado desde Perea hasta la ciudad. El resto de sus bienes y algo de comida que vieron los hombres armados que entraba cada día, se lo fueron quitando. La indignación de aquella mujer era terrible, y a menudo vituperaba y maldecía a los bandidos con el único resultado de excitarlos contra su persona. Y como fuere que nadie la mataba (exasperados o compadecidos), y fatigada de buscar alimentos para otros, pues de todos modos ya era imposible buscar, oprimiéndole el hambre las entrañas y la médula y más enfurecida que hambrienta, se hizo de la ira y de la necesidad como consejeros, apresuró contra la naturaleza y, agarrando a su hijo de pecho, dijo: “Desventurada criatura. En la guerra, en el hambre y en la revuelta, ¿para quién te cuidaré? Si llegamos a parar vivos en las manos de los romanos, la esclavitud. Pero el hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son más terribles que ambas opciones. Venga, pues. Sé mi alimento, la maldición de los rebeldes y un mito para el mundo; lo único que faltaba a la desgracia de los judíos”. Mientras decía esto mató a su hijo. Luego lo asó y se comió una mitad, pero el resto lo ocultó. Al punto acudieron los rebeldes y notaron el hedor del malvado sacrificio, la amenazaron con degollarla inmediatamente si no les indicaba lo que había preparado. Ella, respondiéndoles que para ellos guardaba una bella porción, les descubrió lo que había quedado de su hijo. Un escalofrío y un gran estupor se apoderó de ellos en aquel mismo momento y se quedaron clavados ante aquella visión. Pero ella les dijo: “Es mi hijo, mi obra. Comed, pues yo también me he alimentado. No seáis más débiles que una mujer ni más compasivos que una madre. Pero si vosotros sois piadosos y no aceptáis mi sacrificio, yo ya comí en vuestro lugar; el resto quede también para mí”. Después de estos acontecimientos, ellos salieron temblando; fue la única vez que tuvieron miedo y que, de mala gana, dejaron para la madre semejante alimento. Inmediatamente, la ciudad fue llena de repugnancia y cada cual se estremecía cuando se imaginaban como suyo aquel crimen. Los hambrientos tenían deseo de morirse y celebraban a los que se habían anticipado en la muerte, antes de oír y presenciar tan grandes males».

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    • #183

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 183]
    Parte VII (Acerca de las profecías de Cristo). Éste fue el castigo que recibieron los judíos por su delito y su impiedad para con el Cristo de Dios. Pero merece la pena añadir la verdadera profecía de nuestro Salvador, con la que manifestaba los mismos acontecimientos, cuando profetizaba como sigue: “Mas ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días. Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Sumando el número de todos los muertos, dice el mismo escritor que por el hambre y por la espada cayeron un millón cien mil personas, y el resto de rebeldes y de ladrones, denunciándose unos a otros tras ser tomada la ciudad, fueron ejecutados; los jóvenes más altos y notables por su belleza corporal los guardaban para la ceremonia del “triunfo”, y del resto de la multitud, —los mayores de diecisiete años—, unos cuantos fueron enviados cautivos a los trabajos forzados de Egipto y la mayoría fueron distribuidos entre las regiones para morir en el teatro, por el hierro o por las fieras; pero los menores de dicisiete años fueron llevados como presos de guerra para ser vendidos. Estos solos ya sumaban unos noventa mil hombres. Todo esto tuvo lugar así en el segundo año del reinado de Vespasiano, coincidiendo con las profecías de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual, gracias a su divino poder, ya lo vio de antemano como si fueran presentes, y lloró y se lamentó de acuerdo con la Escritura de los santos evangelistas, que también aportan las palabras que dijo refiriéndose a Jerusalén: “Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz. Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti”. También cuando se refería al pueblo: “Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”. Y de nuevo: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejérritos, sabed entonces que su destrucción ha llegado”. Quien compare las palabras de nuestro Salvador y las otras descripciones del autor sobre toda la guerra, ¿cómo no ha de maravillarse y de admitir que la presciencia y la profecía de nuestro Salvador son verdaderamente Divinas y sobrenaturalmente extraordinarias? Por ello, sobre lo que sobrevino a toda la nación después de la Pasión del Salvador y de aquellas voces con las que el pueblo judío requería que fuera librado de la muerte el ladrón y homicida y que se aniquilara al autor de la vida, nada cabe añadir a la narración. A pesar de ello, sería justo añadir cuanto se refiere al amor para con los hombres de la entera Providencia, que aplazó la ruina de los malvados durante cuarenta años después de su audacia contra Cristo. Y a lo largo de estos cuarenta años muchos apóstoles y discípulos, y el propio Jacobo (primer obispo del lugar, llamado hermano del Señor), que todavía vivían y habitaban en la misma ciudad de Jerusalén dando sus discursos, permanecían en el lugar como muro fortificado.

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    • #184

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 184]
    Hasta aquí son las palabras de Eusebio, en buena parte tomadas de Josefo. Pero éstas no son historia pasada; no para los que han escudriñado la profecía de Jesucristo acerca del fin del mundo, la cual está registrada en los evangelios según Mateo, Marcos y Lucas, en triplicado, para que no se ignore. Esta profecía viene expresada como una dualidad, es decir, como dos bloques entrelazados de acontecimientos históricos separados entre sí por unos dos milenios, pero que guardan una relación entrambos que está determinada por un lapso de intenso sufrimiento humano apodado “gran tribulación” (tribulación magna o insuperable en su género): una para Jerusalén en el siglo primero de nuestra era, que ya pasó, y otra para nuestro tiempo, a nivel mundial, que está por llegar. Por eso, aunque resulte penoso considerar lo que le sobrevino a la ciudad de David durante los postreros días de la generación que se levantó en Judea en los días de Cristo, también será de buen provecho a toda persona reflexiva contemplar en su imaginación las cosas que están destinadas a suceder dentro de relativamente poco tiempo, esto es, un cúmulo de sufrimientos a nivel mundial que recrearán a lo moderno las mismas condiciones infrahumanas de la Jerusalén del año 70, durante el asedio de Tito, por todo el globo terrestre. Empero una tal reflexión sería absurda y psicopática si no estuviera alentada por la expectativa de protección y supervivencia que suministra la sagrada escritura, la cual fue la ciudad de Pela para los cristianos del primer siglo y la cual quizás sea (está por aclararse) la de unos simbólicos “cuartos interiores” mencionados por el profeta Isaías (libro de Isaías, capítulo 26, versículo 20) para los cristianos verdaderos de la época actual. En las Biblias con anotaciones referenciales, el texto de Isaías, capítulo 26, versículo 20, se conecta con juicios finales de tiempos pasados, como el Diluvio y la matanza de los primogénitos de Egipto por el ángel exterminador, en tanto que el versículo siguiente, el 21, se vincula con la “gran tribulación” del evangelio de Mateo y con el fin del mundo predicho en la segunda epístola del apóstol Pedro.

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    • #185

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 185]
    Regresemos ahora a Judea, al asedio de Jerusalén por Tito. El 27 de agosto del año 70 se completan 2 terraplenes y se usan arietes pesados para golpear las murallas noroccidentales que protejen el patio exterior norteño del templo, a la vez que soldados romanos intentan escalar las murallas para tomar las techumbres de los pórticos del norte, pero sufren pérdidas notorias. Entretanto, dos oficiales importantes de Simón bar Gioras se entregan a los romanos. Por su parte, Tito, el día 28 de agosto, se reune con sus altos oficiales para dilucidar un asalto final y decidir la suerte del Templo si éste caía. Algunos oficiales estaban dispuestos a que se destruyera, ya que era el símbolo del último bastión rebelde y del ardor nacionalista del pueblo judío; otros, por el contrario, opinaban que había que mantenerlo en pie si sus defensores se rendían. Según Flavio Josefo, Tito estaba dispuesto a salvarlo, ya que su belleza era tal que hacía honor al Imperio Romano. Reanudada la lucha el 29 de agosto, de nuevo en el patio exterior, la ferocidad de los rebeldes fue tal que Tito y sus singulares tuvieron que intervenir para que la línea de infantería romana no se hundiera. Poco a poco, los romanos ganaron terreno en el patio exterior, obligando a los rebeldes a recular hacia el patio interior, que a su vez estaba rodeado por una muralla en sus cuatro costados que formaba una segunda línea defensiva en caso de perderse el patio exterior. Tito, cansado y satisfecho de haber acorralado a los rebeldes en el recinto del patio interior, se retira a la fortaleza Antonia y se resuelve a atacar al día siguiente. Pero los rebeldes embisten otra vez y son derrotados y echados hacia atrás, al santuario. En un momento indeciso de la lucha, un soldado, sin esperar ninguna orden, movido por un impulso sobrenatural según Josefo, arroja dentro de la cámara del Templo una antorcha encendida, lo que provocó un incendio que en pocos minutos pasó a ser incontrolable. Tito recibe las noticias del incendio y enseguida se persona en el lugar, pues lo último que deseaba era que el Templo sufriera daños. Ahora su gran preocupación era detener el incendio, y para ello organizó grupos de bomberos; pero lo cierto es que muchos legionarios romanos se mostraron reacios a apagarlo, preocupándose sólo de saquear lo que había en el interior. Esperando, al menos, salvar la parte interior del Templo, mandó a un centurión y a sus hombres que apagasen el fuego y emplearan la fuerza contra quien desobedeciera, pero fracasó en el intento. Algunos, en vez de apagarlo, lanzaron más antorchas, ansiando destruir el recinto sagrado del enemigo, un enemigo que había luchado contra ellos con gran determinación y que se había ganado la ira más asesina de los legionarios romanos. Era el día 9 del mes de ab en el calendario judío, o final de agosto, un día de infausto recuerdo para los judíos, ya que también coincidía conmemorativamente con la destrucción del primer Templo a manos de Nabucodonosor.

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    • #186

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 186]
    Pero si con la destrucción del Templo parecería que la sed de venganza y muerte que los romanos respiraban contra los judíos había desaparecido, nada más lejos de la realidad. Muchos judíos civiles, sin armas y agotados por el hambre, fueron degollados sin importar si eran niños, sacerdotes o ancianos. Mientras tanto, Juan de Giscala y los zelotes pudieron escapar a la Ciudad Alta. Además, un loco profeta o visionario se levanta entre la muchedumbre del pueblo que aún sobrevive en la ciudad baja, ya aliviada por la huida de los zelotes hacia la ciudad alta, y persuade a unas 6.000 personas para que aparentemente suban por las escalinatas exteriores que conducen al pórtico sur y colonicen las estancias superiores de ese gigantesco complejo de varios pisos lleno de columnas, con el objetivo de recibir la liberación de Dios; pero como los romanos prenden fuego a todos los pórticos, esa entera muchedumbre perece. Finalmente, todo el recinto del templo arde en llamas y los sacerdotes sobrevivientes son ejecutados por orden de Tito. Poco después, recuperado ya un cierto orden tras la brutal matanza, las legiones, para celebrar la toma del Templo, izaron sus estandartes y desfilaron en el patio exterior del calcinado lugar, realizando un sacrificio pagano y proclamando futuro césar a Tito. Juan de Giscala y Simeón bar Giora, en un último intento, reconociendo la superioridad romana y que todo estaba perdido, parecieron estar dispuestos a negociar la rendición de la ciudad alta. Tito, recurriendo a un intérprete que no era Josefo, les echó un largo discurso hablando de la ingratitud que tenía el pueblo judío respecto a los romanos y de que no hubieran sido lo suficientemente inteligentes como para haber entablado conversaciones de paz anteriormente. Los rebeldes piden abandonar la ciudad para refugiarse en el desierto con mujeres y niños, e incluso hacerlo sin entregar las armas porque habían juramentado no rendirse jamás. Tito se enoja ante la abusiva propuesta y termina las conversaciones, ordena a sus tropas que quemen toda la ciudad baja y jura que no perdonará ya a nada ni a nadie.

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    • #187

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 187]
    Ahora los romanos rebasan el recinto del templo y se adentran en la Ciudad Baja, donde entablan batalla cuerpo a cuerpo con los rebeldes en retirada, algunos de los cuales alcanzan la muralla de la Ciudad Alta y se refugian en el interior, mientras que otros se esconden en los túneles y pasos subterráneos de la citada Ciudad Baja. El avance imparable de los soldados romanos se traduce asímismo en el saqueo e incendio de toda la Ciudad Baja, donde los archivos con los registros genealógicos para la descendencia familiar y tribal, así como los derechos de herencia, son pasto de las llamas, al serlo igualmente la cámara del Sanedrín (donde probablemente, en ella o cerca de ella, se guardaban esos archivos) y todas las casas y mansiones que se habían salvado hasta entonces son calcinadas también. La represión de los legionarios romanos fue muy feroz y Josefo la expresa de la siguiente manera: “Degollaron a todos aquéllos con los que se toparon, taponaron con sus cadáveres las estrechas calles e inundaron de sangre toda la ciudad, de modo que muchos incendios fueron también apagadados por esta carnicería”. El 7 de septiembre, unos 11 días después de la destrucción del Templo, se pone sitio hermético a la Ciudad Alta y Tito ordena la construcción de nuevos terraplenes para atacarla por el noroeste (cerca del palacio herodiano) y por el nordeste (cerca del lugar llamado Xisto); y dichos terraplenes tardan 18 días en completarse. Pero a pesar de la tardanza en levantarlos, la moral de los rebeldes era muy baja, y mucho más cuando los numerosos idumeos mandados por Simón bar Giora, intentaron desertar en masa sin éxito (en efecto, los jefes idumeos envían emisarios para pactar la rendición con Tito, pero Simón descubre el complot y ejecuta a los conspiradores; sin embargo, no puede evitar que cuantiosos desertores se entreguen a los romanos). Los rebeldes que caen prisioneros de los romanos, ellos y sus familiares (incluso mujeres y niños), son vendidos como esclavos a bajo precio debido al gran suministro de mercancía humana que se ha obtenido. Sin embargo, 40.000 ciudadanos capturados allí recientemente son puestos en libertad. El sacerdote Jesús ben Zebutí entrega algunos tesoros del Templo a Tito a cambio de que su vida sea protegida: dos candelabros, oro y mesas macizas, platos hondos, discos, velos, ropa del sumo sacerdote, gemas y muchos otros artículos preciosos; también el tesorero de Templo, un tal Fineás, provee material costoso adicional, como ropa sacerdotal e incienso (tesoros, éstos, que fueron llevados finalmente a Roma y mostrados a Vespasiano en un templo romano recién construido). Por su parte, Josefo obtiene permiso de Tito para liberar a su hermano y a 50 amigos de su familia, así como a un total de 190 mujeres que fueron aprisionadas en el Templo.

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    • #188

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 188]
    Para el 25 de septiembre del 70 los romanos completan los terraplenes de cara al ataque de la Ciudad Alta y los rebeldes son presas del pánico, de modo que huyen o se rinden sin presentar batalla a pesar de que su posición estratégica en las masivas torres herodianas aventajan considerablemente a la iniciativa de ataque romano a través de la rampa noroccidental. Por consiguiente, los soldados penetraron en la Ciudad Alta sin mayores problemas, ya que los sitiados apenas opusieron resistencia, y saquearon las calles, matando e incendiando todo a su paso. Los pocos sobrevivientes o fueron ejecutados, o enviados a las minas o reservados para los combates de gladiadores, o bien huyeron hacía las cuevas situadas en las cercanías. De los dos líderes, Juan de Giscala y Simón bar Giora, el primero fue perdonado de la muerte por sus súplicas y condenado a cadena perpetua y el segundo, que intentó huir por medio de excavar una galería subterránea, fue apresado y convertido en cautivo para el posterior desfile militar en Roma, donde acabaría siendo ejecutado según la tradición. De la ciudad, el Templo había sido destruido y sólo permanecieron en pie las 3 torres del Palacio de Herodes, a saber, las de Hipicco, Fasael y Mariamne, como exigua reliquia del memorial y de la perdida fortuna y grandeza de la antigua ciudad; y también pervivieron algunas partes de las murallas occidentales de la Ciudad Alta. La legión X (Fretensis) se convertiría en la guarnición romana de la ciudad tomada, estableciendo su puesto militar en las torres herodianas, y el asedio se dio por finalizado con un desfile formal celebrado por Tito para agradecer y recompensar a sus hombres el valor demostrado; después hubo un festín que duró 3 días. Según Josefo, para el tiempo de la victoria romana habían perecido 1.100.000 judíos; y de los 97.000 supervivientes, a algunos se les ejecutó al poco tiempo y a otros se les esclavizó. Los que tenían más de 17 años fueron encadenados y enviados a Egipto para los trabajos públicos. Tito hizo que muchos fueran enviados a las provincias, destinados a sucumbir en los anfiteatros, por la espada (obligados a matarse entre ellos mismos como espectáculo o a manos de gladiadores) o por las bestias feroces. Mientras esperaban su destino, 11.000 prisioneros perecieron de hambre. Además, después de matar a los prisioneros viejos y enfermos, se eligió a los 700 más altos y apuestos para que figuraran en el posterior desfile triunfal en Roma, y los demás (una mayoría), que fueron enviados a los anfiteatros de Oriente, no llegaron a vivir para ver la entrada del año 71. La conquista se completó oficialmente en tan sólo 4 meses y 25 días, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 de nuesta era. Así que la gran tribulación de Jerusalén, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judíos en el interior de la ciudad, especialmente de los fanáticos, contribuyeron a esa brevedad. La ciudad y el templo fueron arrasados hasta su total desaparición del mapa, para mostrar al mundo que aun las fortificaciones más sólidas no eran obstáculo para el ejército romano. Los encargados de demoler la ciudad la allanaron de tal manera, y tan concienzudamente, que daba la impresión de que en ese lugar jamás hubiese existido una población con habitantes. No obstante, a pesar de asestar tan mortífero golpe a la Gran Rebelión Judía comenzada en el año 66, ésta aun no se podía dar por finalizada del todo, ya que quedaban algunas fortalezas rebeldes en donde los judíos opondrían su última resistencia, a saber: Herodión, Maqueronte y Masada.

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    • #189

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 189]
    Dejando confiada Jerusalén a la legión X (Fretensis), Tito se dirigió a Cesarea Marítima en donde se depositó el botín y se custodió a los prisioneros judíos antes de la partida hacia Roma. De las restantes legiones, mandó a la legión XII (Fulminata), antes acantonada en Siria, a Melitene, cumpliendo aún el castigo por la deshonra de Bethorón, mientras que las otras dos legiones, la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) acompañarían a Tito hasta que se embarcara a Roma, para posteriormente dirigirse a sus destinos de Moesia y Pannonia respectivamente. Después de ello, se dirigió a Cesarea de Filipo en donde organizó espectáculos gladiatorios debido a la gran cantidad de prisioneros judíos existentes, haciéndolos luchar entre sí o con las fieras. Posteriormente, regresa de nuevo a Cesarea Marítima, volviendo a celebrar juegos y espectáculos en honor a su hermano Domiciano con motivo de su cumpleaños (24 de octubre del 70), en el anfiteatro de la ciudad (donde 2.500 prisioneros judíos fueron arrojados a las bestias salvajes, quemados o matados en juegos de gladiadores), acto que repite de nuevo cuando viaja a Berito (actual Beirut), en esta ocasión por el natalicio de su padre Vespasiano (17 de noviembre del 70). Tras una prolongada estancia en la ciudad, Tito se dirige a Antioquía en una especie de marcha triunfal, y todas las ciudades que estaban en su camino fueron obsequiadas con espectáculos gladiatorios en los cuales los prisioneros judíos eran obligados a matarse entre ellos en combates de gladiadores. Pero cuando entró en Antioquía, la situación en la ciudad distaba mucho de ser pacífica. Los paganos deseaban desembarazarse de los judíos existentes, que tenían carta de ciudadanía con el mismo título que los griegos y hacían gran número de adeptos religiosos. Antíoco, un antiguo judío, y ahora antijudío, para incitar su cólera, les instó a hacer sacrificios a divinidades paganas, que lógicamente los judíos rechazaron y ello fue interpretado como falta de sensibilidad y de civismo, acarreando como consecuencia numerosas matanzas. Además, un incendio que devastó la ciudad fue atribuido maliciosamente a los judíos, con lo que el odio hacia ellos fue aumentando. Esto fue lo que se encontró Tito en la ciudad, en donde notó que en las aclamaciones del pueblo, celebrando su triunfo, también se mezclaban gritos hostiles hacia los judíos. Al día siguiente, en el teatro de la ciudad, el Senado y los notables le presentan una solicitud de expulsión de los judíos de la ciudad, pero Tito se negó a concederla, mostrando así que, a pesar de la Gran Rebelión, la justicia romana se situaba por encima de las rencillas locales y como garante de los privilegios de los ciudadanos del Imperio, ya fueran judíos o ya de otras etnias, de manera que los conflictos que surgieran entre los judíos y las poblaciones helenizadas deberían resolverse apelando al derecho y a las leyes establecidas y aprobadas por Roma.

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    • #190

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 190]
    Una vez abandonada Antioquía, Tito se dirige a Zeugma, junto al río Eufrates, y recibe allí a los enviados del rey parto Vologeses I, quienes le traen un presente en reconocimiento de su victoria ante los judíos. Después se dirige hacia el sur, atravesando la península del Sinaí en dirección a Egipto, no sin antes pasar de nuevo por Jerusalén, ahora en ruinas, en donde, según Flavio Josefo, expresó sus condolencias por la destrucción de la ciudad, maldiciendo a los responsables de la revuelta judía que había culminado con la ruína de la capital de Judea. Luego llega a Menfis y posteriormente a Alejandría; y allí dejó que la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) partieran a sus respectivos lugares, mientras él se dirigía a Roma. El viaje a Roma es contado no sólo por Flavio Josefo, sino también por Suetonio, detallando este último las sucesivas escalas del mismo y relatando cómo a su llegada a Roma, a mediados de junio del 71, el emperador Vespasiano quedó sorprendido por la rapidez del viaje. Josefo refiere que Tito fue aclamado en olor de fervor popular, al igual que anteriormente lo fue su padre, donde no sólo las gentes de Roma salieron a su encuentro sino también el mismo emperador, quien se presentó ante su hijo y aumentó así la gloria y prestigio del vencedor de Judea.

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    • #191

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 191]
    El desfile triunfal por las calles de Roma, en el que Flavio Josefo estuvo presente en primera plana, comenzó ya de madrugada, en donde la gente se empezó a agolpar en los lugares de paso del cortejo. Estando amaneciendo aparecieron Vespasiano y Tito, vestidos de seda púrpura y coronados de laurel, y posteriormente asistió Domiciano, el hijo menor de Vespasiano, pero relegado a un segundo plano. Salieron del templo de Isis, situado en el Campo de Marte, y seguidos de un gran despliegue de tropas se dirigieron hacia los paseos de Octavia, donde se encontraban los senadores y caballeros. Entre aclamaciones del gentío situado allí, padre e hijo se sentaron en una tribuna con asientos de marfil para la ocasión. Poco después, y tras una breve alocución imperial, se ofreció un sacrificio a los dioses, cuyas estatuas se levantaban cerca de la Puerta Triunfal, entre el Capitolio y el Tíber. Más tarde, el cortejo continuó en dirección al Capitolio, en cuyo desfile se presentaron animales exóticos, trofeos de guerra de oro, como la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de los siete brazos del templo de Jerusalén y también algunos rollos de la Torá, preciosas telas de púrpura o bordados para tapicerías y, sobretodo, los prisioneros, entre los cuales se encontraba Simón bar Gioras. Pero quizás lo que llamó más atención fue una serie de decorados móviles en donde se escenificaban episodios de la Guerra Judía, con ilustraciones que plasmaban las máquinas de asedio abriendo grietas en las grandes murallas gruesas, al ejército rompiendo el interior de las fortificaciones, el Templo incendiado, judíos suplicando piedad o enemigos que huían o eran llevados a la cautividad. Finalmente, el culmen del festejo fue el protocolo para la ejecución del jefe enemigo, Simón bar Gioras, a las puertas del templo de Júpiter Capitolino, reconstruido tras un incendio ocasionado por los enfrentamientos entre Vitelio y Vespasiano, de tal modo que cuando se anunció su muerte la gente estalló de júbilo. El día del triunfo terminó con nuevos sacrificios y un banquete oficial en el que el emperador reunió a sus allegados y a las gentes más notables de Roma. Con esta victoria y posterior desfile triunfal, el emperador Vespasiano consideró que la reconquista de Judea y Palestina era ya un hecho, e incluso acuñó una moneda en honor a tal victoria, con la leyenda “Iudaea Capta”, y además, a partir de entonces, ordenó que la contribución anual de medio siclo que todos los judíos del Imperio entregaban al Templo antes de su destrucción, fuera ahora destinada a una nueva caja imperial, el Fiscus Iudaicus, y entregadas al templo de Júpiter Capitolino. También se emprendió la construcción del Arco de Tito, por orden imperial, conmemorando así Vespasiano la victoria de su hijo y contribuyendo a continuación a un programa de reformas del centro de Roma, que había sido devastada por el fuego en el año 64 y por los grandiosos y despilfarradores proyectos de Nerón. Al parecer Tito se negó a aceptar una corona especial de laurel (condecoración militar romana), alegando: “No hay mérito en vencer a unas gentes abandonadas por su propio Dios”.

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    • #192

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 192]
    Sin duda, Vespasiano, confiadamente, creyó que la Gran Rebelión Judía había finalizado definitivamente, pero la situación en Palestina aún no daba pie a que realmente se diera por terminado el conflicto. Tito, en cambio, aunque sabía que con la caída de Jerusalén se había terminado prácticamente con el grueso del conflicto, antes de volver a Roma se aseguró de acabar con éste definitivamente, por lo que dejó como gobernador de rango pretorio (gobernador de rango senatorial, con gran poder militar) en Judea, con el objetivo de terminar con los últimos focos rebeldes (Herodión, Maqueronte y Masada), a Sexto Vetuleno Cerealis, el antiguo legado de la legión V (Macedonica), del que no sabemos nada de su actuación en el breve tiempo que estuvo en el puesto, lo que nos hace pensar en que no debieron producirse disturbios ni hostilidades durante su mandato en Judea. Entonces, a mediados del 71, Cerealis fue reemplazado por Sexto Lucilio Basso, quien ahora era el legado de la legión X (Fretensis) en sustitución de Aulo Lancio Lépido Sulpiciano. Inmediatamente, Sexto Lucilio Basso se propuso acabar con la resistencia judía pendiente, compuesta exclusivamente por rebeldes sicarios, que se concentraba principalmente en las grandes fortalezas que Herodes el Grande mandó construir cuando era rey dentro de un entramado defensivo y de comunicación de grandes dimensiones, y como consecuencia de ello, y de su cercanía, resultaban ser un vital recurso estratégico en donde poder, en caso necesario, defenderse y aguantar un asedio largo si las circunstancias así lo requerían.

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    • #193

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 193]
    La primera fortaleza a la que el nuevo gobernador fijó su mirada fue la de Herodión, situada a tan sólo unos 12 kilómetros al sur de Jerusalén, pero ya dentro del abrupto y compartimentado desierto de Judea. Flavio Josefo nos hace una descripción de la misma, diciendo que se asienta sobre una colina artificial hecha por la mano del hombre y fastuosamente amueblada como palacio, cuyo acceso se realiza a través de 200 escalones de piedra labrada. No obstante, a pesar de poseer cisternas, el agua debía de traerse desde gran distancia. Con la legión X (Fretensis), Basso debió tomar la fortaleza de manera relativamente sencilla, ya que no disponemos de suficientes datos del asedio perpetrado por los romanos contra dicha fortaleza, lo cual induce a pensar que fue bastante rápido. Este palacio-fortaleza de Herodes el Grande, el Herodión (que se traduce como “el pequeño paraíso”), fue construido entre los años 23 y 20 antes de la EC y su destino no sólo era el de palacio fortificado sino también el de mausoleo de Herodes después de su muerte. Su altura es de 758 metros sobre el nivel del mar, y de 300 metros sobre el suelo del desierto que le rodea. Se yergue a 60 metros de altura sobre la cima de una colina natural y estaba formado por 2 murallas paralelas de 65 metros de diámetro, con un torreón circular de unos 16 metros de altura embebido parcialmente dentro de los muros y 3 torres circulares adosadas, aquél y éstas orientadas hacia los puntos cardinales. En el interior de las murallas existía una geometría perfecta que dividía en dos el espacio, dejando la mitad próxima a la torre como un jardín rodeado de columnas y la otra mitad para diversos aposentos orientados hacia el patio y el jardín con la excepción de los baños y de otras pequeñas estancias que se adaptan ambas geometrías (la circular de las murallas y la ortogonal de las estancias palaciegas). El conjunto tenía un aspecto cónico por la acumulación de basura y de escombro que se tiraban desde las murallas, y al recinto fortificado se subía por un pasadizo subterráneo desde el pie de la colina que llevaba desde una entrada abovedada de 5 metros hasta el patio del jardín. El muro tenía 30 metros de altura y 7 plantas, dos de las cuales eran subterráneas. Dentro del patio circular se erigía el palacio, de dos plantas, con un atrio con peristilo. El Herodión Superior formaba un conjunto residencial con el Herodión Inferior, y en este nivel inferior están las ruinas de un palacio, con una piscina de tamaño suficiente para el uso de alguna embarcación, y con almacenes y baños para uso de Herodes, su familia y sus colaboradores de mayor confianza. Como se ha mencionado, el Herodión fue usado como fortaleza sicaria durante la primera revuelta judía (66-73), siendo destruido por los romanos en el año 71.

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    • #194

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 194]
    Tras la toma de Herodión, el siguiente objetivo fue Maqueronte, fortificada originariamente por Alejandro Janeo (125-76 antes de la EC, rey asmoneo o macabeo y sumo sacerdote de los judíos, hijo menor de Juan Hircano y hermano de Aristóbulo I; prosiguió la política de su padre y conquistó y convirtió al judaísmo a los territorios vecinos, expandiendo el reino asmoneo hasta su mayor extensión, bajo una tiranía despiadada marcada por intrigas y luchas internas, especialmente contra los fariseos, a quienes reprimió salvajemente) y reforzada por Herodes tras la destrucción llevada a cabo por Aulo Gabinio (político y militar romano de la primera mitad del siglo I antes de la EC). Sexto Lucilio Basso, atravesó el río Jordán y se dirigió al borde del Mar Muerto, hacia las estribaciones montañosas del sur de Perea, que lindaban con el reino de Nabatea, para poder llegar a la fortaleza. Protegida por una doble muralla y rodeada de barrancos profundos, estaba mejor defendida naturalmente que Herodión, y preparada para soportar un asedio prolongado. En efecto, Basso, consciente de ello, se decidió a sitiarla con el objetivo de conquistar y destruir la fortaleza, situada en su parte más alta, ya que era perfectamente apta para poder acoger a miles de judíos que pudieran resistir firmemente frente a cualquier invasor. Construyó una rampa de asedio, mientras que los judíos (situados en la parte alta habían expulsado a los extranjeros, probablemente nabateos, a la ciudad baja) realizaban algunas incursiones inesperadas para retrasar el trabajo de la misma. En una de ellas, los romanos capturaron a Eleazar ben Yair, miembro de una distinguida familia y uno de los 4 grandes jefes judíos surgidos en el año 68 tras la Revuelta (los otros 3 fueron Juan de Giscala, Simón bar Giora y Eleazar ben Simón), y Basso le amenazó con la crucifixión a la vista de los sitiados, que reaccionaron pidiendo que se respetara la vida de Eleazar a cambio de la entrega de la fortaleza y de que los romanos les dejaran salir libremente. Los extranjeros confinados en la ciudad o ciudadela baja, al no formar parte del acuerdo, trataron de huir por la noche, pero fueron denunciados por los judíos y para no caer en manos de los romanos hubieron de abrirse paso luchando contra éstos, que dieron muerte a 1.700 de ellos y esclavizaron a las mujeres y a los niños. Respecto a los judíos, el pretor al final cumplió el acuerdo y les dejó marchar, entregándoles a Eleazar, tras lo cual ordenó destruir la fortaleza, dejando sólo los cimientos; esto sucedía en el año 72 de nuestra era. Por otra parte, según Flavio Josefo (Antigüedades Judaicas, Libro XVIII, capítulo 5), en esta fortaleza tuvo lugar el encarcelamiento y la posterior decapitación de Juan el Bautista, al parecer en el año 32.

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    • #195

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 195]
    Ya sólo quedaba la fortaleza de Masada, bajo mando sicario desde el año 66, tras la muerte de Menajem su líder principal. Pero cuando Sexto Lucilio Basso se dispone a ir al asalto de la fortaleza, cae gravemente enfermo y fallece. Le sucederá Lucio Flavio Silva (gobernador de Judea desde el 73 al 81 y justo después nombrado cónsul; y, en una etapa posterior, existen indicios de que fuera asesinado por orden de Domiciano), quien se hace cargo como legado de la legión X (Fretensis) con el propósito de que en el tiempo más breve posible asedie Masada y de una vez por todas acabe con cualquier conato de resistencia judía. Masada, fundada por Jonatán Macabeo en el contexto de la revuelta judía contra el Imperio Seleúcida y reconstruida por Herodes el Grande hacia los años 36-30 antes de la EC, se encontraba situada en el territorio de Idumea, cerca de la orilla oeste del Mar Muerto, alzada a una altura de unos 600 metros sobre el nivel del mar. Rodeada de majestuosos precipicios y fuertes pendientes, poseía una situación topográfica que la convertía en un auténtico baluarte en caso de que sucediese algún tipo de revuelta. En efecto, Herodes la reconstruyó con un doble objetivo (según Flavio Josefo): ponerse a salvo en caso de que recibiera algún golpe de Estado, ya que su carácter de extranjero no le hacía precisamente grato al pueblo judío, y el temor de que por entonces la reina de Egipto, Cleopatra, convenciera a Marco Antonio de que depusiera a Herodes y anexionara Judea a Egipto. Para ello, este rey dotó a la fortaleza de un lujoso palacio, construyó un muralla de 6 metros de altura por 4 de anchura que rodease la totalidad de la cima, destinó una parte de la superficie de la meseta al cultivo que se almacenaría para asegurar una buena reserva de víveres, solucionó el problema del abastecimiento de agua con la construcción de cisternas en la roca en donde un acueducto transportaba el agua hacia las mismas desde arroyos cercanos y también dotó a la fortaleza de un arsenal con todo tipo de armas, capaces de pertrechar a 10.000 hombres. Por último, el acceso a la fortaleza era casi imposible, ya que la misma naturaleza se había encargado de hacerlo así; pero existían dos caminos, uno al oeste, custodiado por una gran torre que distaba unos 500 metros de la fortaleza, y otro al este, el conocido “camino de la serpiente”, cuya pronunciada pendiente, estrechez y ondulaciones a manera de culebra dificultaba muchísimo un asalto frontal. Con estas premisas, los romanos se enfrentaban a una misión casi imposible, pero gracias a la táctica, la tecnología y la estrategia del propio legado, pudieron hacer frente al propósito de tomar la inexpugnable fortaleza. En cuanto a los efectivos, sabemos que el grueso del ejército estaba formado por la legión X (Fretensis), que muy posiblemente aun no dispondría de todos los soldados de los que se compondría una legión, por haber participado en el asedio de Jerusalén y en la toma de Herodión y Maqueronte. Además, Lucio disponía de 4 cohortes auxiliares (cada cohorte auxiliar era una unidad de infantería ligera compuesta por unos 500 hombres y proporcionada por los aliados de Roma, y mandada por un prefecto de la comunidad originaria), una cohorte praetoria (guardia personal y escolta del legado de la legión X, Flavio Silva, y también probablemente encargada de la guardia del praetorium o centro de mando de dicho legado), otra cohorte equitata (compuesta de caballería e infantería), otra cohorte miliaria (compuesta por 1.000 hombres) y una última cohorte desconocida, además de 2 alae de caballería, lo que daría un número aproximado de 7.000 u 8.000 hombres, junto con varios millares de prisioneros judíos que servían de porteadores de agua, comida y madera. En cuanto a los rebeldes, parece ser que éstos no llegaban ni siquiera a mil, pues tal vez eran unos 960, incluyendo tanto a sicarios como a ancianos, mujeres y niños bajo el mando de Eleazar ben Yair, acogido como un héroe tras su huída de Maqueronte el año anterior debido al pacto con Basso; pero tenían la gran ventaja de su posición estratégica y de la abundancia de armas y sobretodo víveres y agua, lo que descartaba a todas luces un asedio por hambre o sed.

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    • #196

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 196]
    Flavio Silva, emulando a Tito en Jerusalén, ordenó construir una “circunvallatio” con el objetivo de bloquear la fortaleza de Masada y prevenir posibles fugas. Para ello, los romanos levantaron 8 campamentos: 2 principales y 6 auxiliares. Uno de los campamentos estaba dedicado a funciones administrativas, otro a dirigir las operaciones de asedio, los dos principales servirían de cobijo a la legión X (Fretensis) y el resto de los campamentos estaban destinados a las cohortes auxiliares y a las alae de caballería, cuyas funciones básicas eran protegerse los unos a los otros, vigilar las posibles vías de escape de los rebeldes y apoyar a los 2 grandes campamentos principales para protegerlos de posibles escaramuzas de los sitiados. Levantados básicamente de piedra, que era cortada directamente de la roca de los acantilados, pues escaseaba la madera, fueron unidos entre sí mediante un muro, salvo en las partes donde había alguna barrera natural, con 14 torres intercaladas a intervalos de 75 a 100 metros, lo que hizo un total de 3'5 kilómetros de circunvalación, que pudo haber sido levantada en unos 10 días. Tras la finalización de los trabajos, Flavio Silva decidió que la única vía de asalto era la del camino situado al oeste, bajo la torre, donde había un promontorio que venía a quedar a unos 150 metros del nivel de la meseta y era conocido como el “espolón blanco”. Desde este punto, se comenzó la construcción de una rampa de asedio, de unos 100 metros de ancho en la base, que pronto alcanzó una altura también de unos 100 metros, aunque todavía insuficientes para alcanzar la meseta. Entremedias, los romanos recibían ataques desde el interior de Masada, pero no realizaban escaramuzas debido al escaso número de defensores, ya que si fallaban podrían ser prácticamente exterminados, y porque también en la realización de la rampa trabajaban prisioneros judíos, lo cual impedía moralmente a los sitiados atacar a los suyos. Muchas semanas después, la rampa estaba casi finalizada, con una pendiente de más del 30% de desnivel, lo que dificultaba la labor de subir maquinaria de asedio, y además seguía estando por debajo del nivel, problema que se salvó con la construcción de una plataforma de roca de una anchura de 25 metros por otros tantos de altura, a utilizar como sólido apoyo para la una torre de asedio de 30 metros de altura revestida de hierro, al objeto de protegerse del fuego y de los proyectiles de los sitiados. En el interior de la torre de asedio se acomodaría un ariete, en el piso inferior de la misma, mientras que la parte alta estaría ocupada por las balistas y los escorpiones.

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    • #197

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 197]
    En abril del año 73 o 74, antes del verano, que Flavio Silva quería evitar a toda costa por las duras condiciones climatológicas de aridez y sequía, estaba por fin todo listo. Los romanos subieron la torre por la rampa hasta la base de la muralla enemiga, donde empezó a trabajar el ariete a la vez que la artillería de la torre despejaba las almenas de defensores. Al poco tiempo, el ariete consiguió abrir una brecha en el muro, pero cuando los romanos se dispusieron a entrar, descubrieron que los rebeldes sicarios habían levantado una muralla de emergencia compuesta de tierra y madera principalmente, en donde el ariete no podía realizar su trabajo ya que los golpes eran amortiguados por la arena, que además se prensaba y daba cohesión al muro. Entonces, el legado, ordenó lanzar proyectiles incendiarios consiguiendo que el muro de emergencia comenzase a arder, pero, en un momento dado, un fuerte viento del este estuvo a punto de empujar el fuego provocado por los romanos hacia su propia torre de asalto, aunque finalmente, e inesperadamente, el viento cambió y volvió a soplar en la dirección opuesta y original, hacia el oeste, es decir, contra el muro, el cual terminó reducido a cenizas. Esto fue interpretado, tanto por romanos como por sicarios, como una señal divina a favor de los atacantes, aumentando la moral de los romanos y deprimiendo la de los segundos, quienes imaginaban que Dios les había abandonado por sus múltiples pecados. Entonces, los romanos se retiraron para dar el asalto definitivo al día siguiente, mientras que los sicarios esa noche se reunieron para decidir por sus vidas. Exhortados por la elocuencia de Eleazar ben Yair, finalmente deciden suicidarse antes que caer en manos romanas y ser reservados para los juegos de gladiadores, sus hijos esclavizados y sus mujeres violadas. Por lo tanto, quemaron en una gran pira sus objetos de valor y, dejando las provisiones intactas para atestiguar que la razón de sus muertes no era por hambre sino por evadir la esclavitud, se inmolaron colectivamente. A la mañana siguiente, cuando los romanos entraron en la fortaleza, el espectáculo era dantesco, pues todos los habitantes de Masada estaban muertos a excepción de 2 mujeres y 5 niños, que se habían escondido y refugiado para huir de la matanza; y éstos fueron los que relataron a los romanos lo sucedido durante la noche. Con la toma de Masada, se concluyó formalmente la Gran Rebelión Judía. Según Josefo, la entrada de los romanos en dicha fortaleza ocurrió el día 15 de abril del año 73, aunque otras fuentes la ubican en el año 74.

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    • #198

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 198]
    La huida a Pela (o Pella) de los judeocristianos (es decir, de los cristianos de raza judía) de Jerusalén durante el ocaso del año 66 de nuestra era, cuando se produjo el fallido ataque romano comandado por Cestio Galo como respuesta a la gran revuelta judía de mediados de ese mismo año, es una creencia que se basa en una tradición bien atestiguada por Eusebio de Cesarea (quien, a su vez, hace referencia a fuentes más tempranas, a saber, Aristón de Pela o, más probablemente, Hegesipo de Jerusalén), Epifanio de Salamina (que menciona sus propias fuentes de información), Teodoreto de Ciro y Alejandro de Chipre. Eusebio (263-339) afirma: “También el pueblo de la iglesia de Jerusalén (se sobreentiende: Los cristianos primitivos de Jerusalén), por seguir un oráculo (se sobreentiende: Una predicción profética) remitido por revelación a los notables del lugar (se sobreentiende: A los cristianos experimentados que dirigían la evangelización en Jerusalén), recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra (se sobreentiende: Antes del ataque de Cestio Galo a Jerusalén en el año 66) y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pela” (Historia Eclesiástica III 5,3). Epifanio (315-403), comentando acerca de una hipotética desviación temprana del cristianismo primitivo según su cuestionable punto de vista de la apostasía, explica: “Esta herejía de los nazarenos (se sobreentiende: Una secta judeocristiana con criteriología diferente a la de la Iglesia, desde el prisma de este autor, que supuestamente se desvió de la fe transmitida por los apóstoles poco después de la huida a Pela) existe en Berea, en las vecindades de Cele-Siria y de la Decápolis, en la región de Pela y en Basanítide, en la denominada Kokaba, en hebreo Khokhaba. Allí se establecieron después del éxodo desde Jerusalén, cuando todos los discípulos se fueron a vivir a Pela porque Cristo les había dicho que abandonaran Jerusalén y se fueran lejos de allí y evitarían un cerco. Por este aviso vivieron en Perea después de haberse movido a ese lugar que he dicho. Allí tuvo su origen la herejía de los nazarenos (se sobreentiende: Herejía, en boca de Epifanio, puede consistir perfectamente en una particular apreciación eminentemente subjetiva de la verdad revelada, tal como sucedería a un viajero que se alejara progresivamente de la estación en donde tomó el tren y que interpretara la realidad afirmando que los que verdaderamente se alejan son los peatones, que permanecen en la estación)” (Panerion XXIX, 1,7,7-Ocho). Sobre este mismo tema también añade, un poco más adelante, hablando de otras hipotéticas heregías, en este caso sí desviadas de la sagrada escritura aunque globalmente a un grado no mayor que el del propio Epifanio: “Su origen (de los ebionitas) se remonta al tiempo posterior a la captura de Jerusalén. Después de eso, todos aquéllos que creían en Cristo generalmente se habían ido a vivir a Perea, a una ciudad llamada Pela de la Decápolis de la que está escrito en el Evangelio que está situada en las cercanías de Batanea y Basanítide. La predicación de Ebión se originó aquí, después de que se hubieran trasladado a este lugar y hubieran vivido allí. Inicialmente, ellos vivían en una aldea llamada Kokaba, no lejos de la región de Karnaim y Asteroth, en la región de Basaítide. Esto de acuerdo con el contenido de la información que nos ha llegado. Desde allí comenzaron su viciosa enseñanza, desde el mismo lugar donde los nazarenos surgieron, de los que yo he dado cuenta arriba. Después de haber estado unidos unos y otros, cada cual compartió su propia suciedad con el otro” (Panerion XXX, 1,2,7-9). Epifanio, escribe: “Cuando la ciudad (se sobreentiende: Jerusalén) estaba a punto de ser capturada por los romanos (se sobreentiende: Al tiempo de la campaña de Cestio Galo, en el otoño del año 66, antes de la humillante retirada de éste; o bien al tiempo de la campaña de Vespasiano, en la primavera del año 67), todos los discípulos fueron advertidos del avance por un ángel para que abandonaran la ciudad, destinada a ser destruida totalmente. Ellos se establecieron en Pela, una villa de la Decápolis, al otro lado del Jordán. Después de la destrucción de Jerusalén, retornarán, como ya he dicho, y cumplirán grandes signos (se sobreentiende: El autor afirma que algún tiempo después de la devastación de la ciudad por los ejércitos de Tito a principios del otoño del año 70, los judeocristianos que se fueron a Pela retornaron a Jerusalén, la repoblaron y cumplieron notables señales proféticas)” (De mens, 15). Finalmente, Teodoreto afirma: “En los días en que Vespasiano y Tito preparaban la guerra (se sobreentiende: Casi al tiempo de la primavera del año 67), los fieles (se sobreentiende: Los cristianos de Jerusalén), siguiendo una revelación, abandonaron la ciudad” (Comentario de Zacarías. PG 81, 1951).

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    • #199

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 199]
    Como acabamos de ver, Eusebio asegura que los cristianos prominentes (o pastores del rebaño cristiano) de Jerusalén recibieron algún tipo de revelación antes de la guerra contra Roma (que aparentemente estalló a comienzos del verano del año 66, cuando se produjo la Gran Revuelta Judía) para huir de la metrópoli y asentarse en Pela. Epifanio, por su parte, matiza que fue un ángel el dador de dicha revelación o advertencia sobrenatural, con el objetivo de que todos los discípulos de Cristo fueran alertados del peligro. Una síntesis de todo esto nos llevaría a suponer que en la víspera de la Gran Revuelta Judía, un ángel de Dios se apareció a los pastores cristianos de Jerusalén para advertirles “por qué” y “hacia dónde” debería huir todo cristiano de Judea en breve, despejando la relativamente abstracta orden de Jesucristo de “huir hacia las montañas” y concretizando que se trataba (no de cualquier zona montañosa de los alrededores, sino más bien) de las “montañas de Pela”. Ello parece armonizar con lo que sabemos que sucedió, según los datos que poseemos gracias a Josefo, o sea, que los romanos bajo Cestio Galo arrasaron ciertas ciudades situadas en las planicies al oeste del río Jordán en su marcha hacia Jerusalén y bajo Vespasiano arrasaron otras ciudades pertenecientes a las zonas montañosas situadas al este del río Jordán, por encima y por debajo de Pela, pero aparentemente esquivaron esta ciudad. Además, de haberse producido dicha revelación angélica, sería razonable que ésta hubiera acontecido antes de que Cestio Galo acampara contra la ciudad de David, en el otoño del año 66, no sólo para poder dar una correcta orientación de huida a los cristianos situados en intramuros (pues, tras la retirada de Cestio, hubieron de actuar deprisa y con resolución) sino también para permitir a los cristianos afincados en las villas de Judea su perentorio inicio del éxodo hacia la ciudad de Pela. De todas formas, es posible que, entremezclados con los cristianos judíos, hubiera también cierto número de cristianos gentiles, especialmente en las ciudades de la Decápolis, de Galilea y de Perea, de modo que la advertencia de huir a Pela también resultaría de gran utilidad para ellos, puesto que esas zonas también fueron sacudidas por la onda expansiva provocada por la Gran Revuelta y por los primeros momentos de la campaña de reconquista de Vespasiano. Por lo tanto, el hecho de que desde el año 41 ya se encontrara disponible en Palestina el evangelio según Mateo, y desde el año 58 el evangelio según Lucas, obraría favorablemente en todos estos cristianos palestinenses para mantener la debida expectación de cara a la profecía de los finales catastróficos de Jerusalén y de su Templo, que significarían la devastación de toda la Judea y la puesta en peligro de millones de vidas.

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    • #200

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 200]
    Pela era una ciudad de la Transjordania (en francés, “Oultrejordain”, es decir, más allá del Jordán; nombre usado durante las “cruzadas” medievales para definir una extensa región situada al este del río Jordán) cuyas ruinas se encuentran en la actual Tabaqat Fahl. En la época romana fue una ciudad mediana, con su foro (zona central de la metrópoli, semejante a las plazas centrales de las ciudades actuales, donde se encuentran las instituciones gubernamentales, mercantiles y religiosas), sus termas (baños públicos, con estancias reservadas para actividades gimnásticas y lúdicas; también considerados como lugares de reunión a los que acudía la gente común que no podía costear el tener uno en su casa) y su Ninfeo monumental (fuentes artificiales y ornamentales de agua, generalmente dedicadas a las ninfas mitológicas griegas). Tras la campaña de excavación de 1992, se ha comprobado que tuvo una vida cultural interesante, ya que además de la muralla y el gran muro del témenos (terreno consagrado o dedicado a fines religiosos paganos) del templo en el Tell el Husn, ha aparecido un odeón (pequeño anfiteatro destinado a competiciones de música cantada) en la ladera. No era la ciudad más grande de la Decápolis (Gadara tenía 3 foros), pero sí una ciudad que podemos denominar “civilizada”.

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