Pseudoveltíosis natanatórica.

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    • #126

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 126]
    La gran pregunta que se harían entre sí los cristianos confinados en Jerusalén ante el asedio romano, que auguraba la caída o muerte inminente de la resistencia zelótica atrincherada en el templo y la subsiguiente y presumible destrucción o fallecimiento de la ciudad, era tal vez la siguiente: ¿Cómo vamos a escapar de aquí? Para ellos resultaba bastante clara la señal predicha por Jesucristo relativa a la profanación del templo por ejércitos acampados contra la ciudad santa, con sus insignias o estandartes idolátricos a punto de ser enarbolados sobre los muros y los edificios de aquel lugar tenido por sagrado, pues la penetración romana a través de la puerta norte del templo parecía ya inevitable y una cuestión de minutos; sin embargo, según la misma profecía, ellos (los cristianos) habrían de huir a las montañas, algo imposible en aquel momento, puesto que no podían salir del recinto protegido por la primera muralla de la ciudad, huyendo a través de sus puertas fuertemente cerradas y defendidas por grupos de fanáticos zelotes. De manera que sólo la fe en las palabras de su maestro, Jesucristo, podía alentarlos en aquella hora fatídica, en la cual el sentido común predecía un desenlace muy perjudicial para los judíos atrapados dentro de aquella formidable “primera muralla”. En efecto, la estrategia de Cestio, que mostraba una desmesurada desconfianza hacia los judíos atrapados aunque incluso algunos aparentaran ser favorables a la rendición y una enorme indignación e irritación contra todos los asediados, consistía en incendiar y tomar la Bezeta (cosa ya hecha, en primer lugar), y, acto seguido, penetrar en el solar del templo y convertirlo en cuartel general (razón por la cual los legionarios, bajo testudo, intentaban ahora socavar la denominada “puerta de las ovejas”, es decir, la puerta norte del templo); entonces, desde esta ventajosa posición, fácilmente tomar la fortaleza Antonia, habilitando así para todas sus tropas un espacioso lugar bastante seguro, completamente invulnerable a las guerrillas judías y bien avituallado y preparado para dominar fácilmente cualquier rescoldo de la revuelta. Evidentemente, de haberse alcanzado este objetivo, nadie podría descartar que las tropas romanas (entre las cuales, según Josefo, había soldados y comandantes que estuvieron bajo las órdenes del procurador Floro y consecuentemente se destacaron por servir de ejecutores en los asesinatos masivos patrocinados por dicho procurador) se extralimitaran en el asalto a los barrios alto y bajo de la ciudad, protegidos por la primera muralla, y causaran una verdadera masacre en el interior de esta superficie. Por lo tanto, esa última etapa de la toma completa de la ciudad, es decir, la situada dentro de la “primera muralla”, podría ser devastadora para los cristianos atrapados en ella (al no poder escapar con sus familias ni hacia dentro de la ciudad, a causa de romanos y los zelotes, ni hacia fuera de la misma, a causa de las patrullas romanas que rodeaban la ciudad).

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    • #127

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 127]
    Existen unos comentarios de Flavio Josefo, pertenecientes al capítulo XXIV, libro II, de su obra histórica “Las guerras de los judíos”, que refrendan lo que se acaba de exponer. Por ejemplo, acerca de la intentona de Agripa de pactar una rendición con los judíos de Jerusalén, dice: “Viendo Agripa que la muchedumbre infinita de los enemigos tenía tomados los montes en derredor (nota: Se refiere a los guerrilleros judíos escondidos en las montañas cercanas) y que los romanos no estaban seguros de peligro (nota: Se refiere al peligro de que súbitas incursiones guerrilleras diezmaran y desorganizaran fatalmente al ejército romano), quiso tentar con palabras a los judíos (nota: Se refiere al empleo de astucia dialéctica por parte de Agripa, al objeto de conseguir una rendición pactada de Jerusalén), pensando que o le obedecerían todos para dejar la guerra, o si algunos en esto contradijesen, él los haría llamar y les diría que se apartasen de aquel propósito. Así que de sus compañeros envió allá a Borceo y a Febo (nota: Se refiere a dos oficiales amigos de Agripa e intengrantes de su ejército de apoyo a Cestio), que sabía ser de ellos muy conocidos, para que les ofreciesen la amistad de Cestio por pleitesía, y cierto perdón que de los pecados les otorgarían los romanos, si dejadas las armas quisiesen acuerdo con él. Mas los escandalosos (nota: Se refiere a los fanáticos zelotes), por miedo de que la muchedumbre, con esperanza de la seguridad, se pasaría a Agripa, determinaron matar a los embajadores, y mataron a Febo antes que hablase palabra; Borceo huyó herido, y los escandalosos, hiriendo con palos y con piedras, compelieron a los populares que tenían aquesta hazaña por muy indigna (nota: Se refiere al hecho de que los zelotes agredieron a la muchedumbre, la cual manifestó su desagrado por el ataque a los dos mensajeros de Agripa y parecía vulnerable a la propuesta de rendición del monarca), que se metiesen en la ciudad. Cestio, hallado tiempo oportuno para vencerles a causa de la arriesgada discordia entre ellos levantada, trajo contra los judíos todo el ejército, y metidos en huída, fue tras ellos hasta Jerusalén (nota: Se refiere al hecho de que el general romano respondió a dicha provocación avanzando con todo el ejército y haciendo que los judíos se refugiaran tras los muros de su ciudad santa)”.

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    • #128

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 128]
    También, continuando en el mismo capítulo y en el mismo libro de dicha obra: “Puesto su real en el lugar que llaman Scopo (nota: Se refiere a que Cestio acampó en el monte Escopo), lejos de la ciudad siete estadios (nota: 6 estadios equivalían a 1 kilómetro, aproximadamente), que son menos de una milla, por espacio de tres días no hizo cosa alguna contra la ciudad, esperando que por ventura los de dentro en algo aflojasen (nota: Se refiere a que Cestio esperó 3 días a que los judíos de la ciudad ofrecieran su rendición), y en tanto envió no pequeña cantidad de guerreros militares a recoger trigo por las aldeas de alrededor de la ciudad. El cuarto día, que era a treinta días del mes de octubre (nota: Se refiere probablemente a los actuales últimos días de octubre), metió el ejército, puesto en orden, dentro de la ciudad. El pueblo era guardado por los escandalosos, y ellos, atemorizados de la destreza de los romanos, partieron de los lugares de fuera de la ciudad, y recogiéronse a la parte de dentro y al templo (nota: Se refiere a que los zelotes, en su mayoría, se refugiaron en el recinto del Templo y se parapetaron allí). Cestio, pasado del lugar que llaman Bezetha, puso fuego a Cenópolis (nota: Se refiere al denominado “barrio nuevo” que se añadió a la ciudad después de la muerte de Jesucristo, a causa del aumento de población) y al mercado que se llama de las Materias. Después, venido a la parte más alta de la ciudad, aposentóse cerca del palacio del rey (nota: Se refiere al palacio de Herodes), y si entonces él quisiera entrar dentro de los muros de la ciudad, poseyérala del todo y diera fin a la guerra (nota: Se refiere al hecho, desconocido por Cestio, de que los aguerridos defensores de la ciudad y de su primera muralla, es decir, los zelotes, se habían atrincherado en el Templo y habían dejado relativamente fácil el franqueo de dicha muralla); mas Tirannio, que era general, y Prisco y muchos otros capitanes de la gente de a caballo, corrompidos por dineros que les dió Floro, estorbaron la empresa de Cestio e hicieron que los judíos fuesen llenos de males intolerables y de pérdidas que les acontecieron (nota: Se refiere a la afirmación subjetiva, poco verosímil, que hace Josefo de la causa por la que Cestio no tomó la ciudad en aquel lugar y momento convenientes, abreviando con ello el sufrimiento que la no rendición de la misma causó a la masa judía no fanática encerrada tras las murallas). Entretanto, muchos de los más nobles del pueblo, y Anano, hijo de Jonatás, llamaban a Cestio, casi como ganosos de abrirle las puertas, y él, como lleno de ira, y porque no les daba asaz crédito ni pensaba que los debiese creer, túvolos en menosprecio (nota: Se refiere a la gran desconfianza que manifestó Cestio ante la posibilidad de que ciertos judíos de intramuros, opuestos a los zelotes, le facilitaran la entrada a través de la inexpugnable primera muralla), hasta que se hubo de descubrir la traición, y los sediciosos compelieron a huir a Anano con los otros de su parcialidad, y meterse en las casas, lanzándoles piedras desde el muro (nota: Se refiere a que los sediciosos zelotes y filozelotes detectaron la amenaza para ellos de los judíos filorromanos y los expulsaron violentamente del muro, a fin de que no pudieran colaborar con los romanos). Repartidos ellos por las torres, peleaban contra los que tentaban el muro, pues por cinco días los romanos de todas partes peleaban, y todo en balde (nota: Se refiere a que los zelotes hostigaban desde arriba a los romanos que intentaban penetrar la sólida muralla, impidiéndoles franquearla). Al sexto día, Cestio, con muchos flecheros, arremetió al templo por la parte septentrional, y los judíos resistían desde el portal (nota: Se refiere aparentemente a la “puerta de las ovejas” que daba acceso a los patios del Templo), de manera que presto arredraron a los romanos que se llegaban al muro, los cuales, rechazados por la muchedumbre de los tiros, a la postre partieron de allí (nota: Se refiere aparentemente a que los zelotes rechazaron con proyectiles los primeros embates romanos contra el muro norte del Templo). Los romanos que iban delanteros, cubiertos con sus escudos, se llegaban al muro, y los que seguían por semejante orden, se juntaban con los otros; entretejiéronse, hecha una cobertura llamada testudine (nota: Testudo), o escudo de tortuga, de manera que las saetas que daban encima eran baldías; así que los guerreros romanos cavaban el muro sin recibir daño, y quisieron poner fuego a las puertas del templo, porque ya los escandalosos tenían gran temor, y muchos echaban a huir de la ciudad como si luego se hubiera de tomar (nota: Se refiere a los últimos embates romanos en aquel punto del muro norte del Templo, bajo testudo, que estaban resultando ser muy eficaces, al grado que los fanáticos defensores del interior empezaron a percibir la derrota judía inminente y algunos de ellos comenzaron a fugarse). De esto se alegraba más el pueblo, porque cuanto más partían de ella los muy malos (nota: Los zelotes), tanto mayor licencia tenían los del pueblo para abrir las puertas y recibir a Cestio como a varón de quien habían recibido beneficios (nota: Se refiere a la expectativa que se estaba generando en la gente no fanática, pues ante la aumentante fuga de zelotes acobardados cada vez se hacía más fácil intentar abrir las puertas de las inexpugnables murallas a los romanos); y de hecho, si poco más quisiera perseverar en el cerco, tomara luego la ciudad (nota: Se refiere a que Cestio no percibía que con un poco más de perseverancia en el socavamiento del muro norte del Templo y en el asedio a otras partes amuralladas, fácilmente hubiera tomado la ciudad); mas yo creo que Dios, que no favorece a los malos (nota: Aparentemente, se refiere a los zelotes y los supuestos comandantes romanos sobornados por Floro), y las cosas santas suyas (nota: Se refiere, por lo visto, a la hipótesis errónea de que Dios protegía de algún modo el Templo) estorbaron aquel día que la guerra feneciese (nota: Se refiere a que la guerra judeo romana hubo de prolongarse varios años más, pues Cestio se dio finalmente por vencido en la toma de la ciudad)”.

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    • #129

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 129]
    Por consiguiente, la gran pregunta de cómo huir a las montañas, que los cristianos confinados en Jerusalén se estarían planteando ante el asedio romano contra el Templo, que auguraba la caída o muerte inminente de la ciudad, estaba a punto de ser contestada. En efecto, Josefo concluye el capítulo XXIV del libro II de su obra “Las Guerras de los Judíos” de la siguiente manera: “Así, pues, Cestio, sin saber los ánimos del pueblo, ni la desesperación de los cercados, hizo retraer su gente (nota: Dio orden a sus tropas de retirarse del asedio), y sin alguna esperanza, muy desacordada e injustamente, sin algún consejo partió (nota: Además, se batió en retirada). Su huída, no esperada, dió aliento a la confanza de los ladrones, tanto que salieron a perseguir la retaguardia de los romanos y de ellos mataron a algunos, así de los de a caballo como de los de a pie (nota: Esa retirada romana, ordenada por Cestio Galo, fue del todo contraproducente para él y para su ejército, puesto que hizo que los zelotes pasaran rápidamente desde un estado de ánimo derrotista, a punto de claudicar, a un estado de ánimo triunfalista, agresivo y extremadamente virulento, que inicialmente se tradujo en un empuje bélico contra la retaguardia romana que se cobró algunas bajas entre los romanos rezagados). Entonces Cestio se aposentó en el real que antes había guarnecido en Scopo (nota: Aparentemente, la caída de la noche hizo cesar el hostigamiento contra los romanos, que acamparon en el Monte Escopo, donde se establecieron al comienzo, antes de lanzar su ofensiva contra Jerusalén); y al día siguiente, mientras más tardaba, más provocó a los enemigos, los cuales, alcanzando los postrimeros, mataban muchos, porque el camino era de ambas partes cercado de vallas, y tirábanles saetas desde ellos, y los postreros no osaban volver hacia los que daban en sus espaldas, pensando que infinita muchedumbre seguía tras ellos (nota: A la mañana, parece que el ejército romano se retiraba pesadamente, con dificultad, lo cual envalentonó todavía más a los zelotes; de manera que los sublevados comenzaron a producir numerosas bajas en la retaguardia romana, que huía despavorida, pensando que una enorme cantidad de guerrilleros la perseguía, razón por la cual no se organizaron para hacer frente a sus perseguidores y detener así el avance de éstos; y esa caótica desbandada les costó aún mayor cantidad de bajas). Tampoco bastaban a resistir a la fuerza de los que por los lados les aquejaban y les herían, porque eran pesados con las armas por no romper la orden, y porque veían también que los judíos eran ligeros y que fácilmente podían correr, donde procedía que sufrían muchos males sin que ellos pudiesen dañar a los enemigos (nota: Los romanos se retiraban por terreno desfavorable para ellos, pues dicho terreno irregular y escabroso les impedía usar sus armas y protegerse con los escudos, mientras que los guerrilleros se movían con mucha agilidad y rapidez). Así que por todo el camino los hostigaban, y al romper el orden de la marcha, eran derribados, hasta tanto que, muriendo muchos, entre los cuales fue Prisco, capitán de la sexta legión, Longino, capitán de mil hombres, y Emilio Jocundo, capitán de un escuadrón, penosamente llegaron a Gabaón, donde primero pusieron el real (nota: Se refiere al campamento principal) después que perdieron mucha munición. Allí se detuvo Cestio tres días, no sabiendo lo que debía hacer, porque al tercer día veían mayor número de enemigos, y conocía que la tardanza le sería dañosa, pues todos los lugares en derredor estaban llenos de judíos y vendrían muchos más enemigos si allí se detuviese; así, para huir más presto mandó a la gente que dejasen todas las cosas que les pudiesen embarazar. Y mataron entonces los mulos, los asnos y otras bestias de carga, salvo las que llevaban las saetas y los pertrechos, porque estas tales cosas guardábanlas como cosas que habían menester, mayormente temiendo que si los judíos las tomasen, las aprovecharían contra ellos. El ejército iba delante hacia Bethoron, y los judíos en los lugares más anchos menos los aquejaban; mas cuando pasaban apretados por lugares estrechos o en alguna pasada, vedábanles el paso y otros echaban en los fosos a los postreros. Derramándose toda aquella muchedumbre por las alturas del camino, cubrían de saetas a la hueste, adonde la gente de a pie dudaba cómo se podían socorrer los unos a los otros; y la gente de a caballo estaba en mayor peligro, porque no podían ordenadamente caminar unos tras otros, pues las muchas saetas y las subidas enhiestas les estorbaban poder ir contra los enemigos. Las peñas y los valles todos estaban tomados por ballesteros, adonde perecían todos los que por allí se apartaban del camino, y ningún lugar había para huir o defenderse. Así que, con incertidumbre de lo que debiesen hacer, se volvían a llorar y a los aullidos que los desesperados suelen dar. Al son de aquello correspondía la exhortación de los judíos, que se alegraban, dando grita con muy grande crueldad, y pereciera todo el ejército de Cestio, si la noche no sobreviniera (nota: De no haber caído la noche, según Josefo, todo el ejército romano hubiera sido exterminado), con la cual los romanos se acogieron a Bethoron, y los judíos los cercaron por todos los lugares de alrededor por impedirles el paso. Allí, desesperado de poder seguir el camino público, pensaba Cestio, en la huída, e hizo subir en lo alto de las techumbres cuatrocientos guerreros militares de los más escogidos y más fuertes, y mandóles dar voces, según la costumbre de los que son de guarda que velan en los reales (nota: campamentos militares), porque los judíos pensasen que la gente quedaba allí toda; él con todos los otros paso a paso se fueron de allí hasta treinta estadios (nota: Unos 5 kilómetros), que son poco menos de cuatro millas, y a la mañana, cuando los judíos vieron que los otros se fueron y ellos quedaban engañados, arremetieron contra los cuatrocientos, de quienes hablan recibido el engaño, y sin tardanza los mataron con muchedumbre de saetas, y luego se dieron prisa de seguir a Cestio; mas él, habiendo caminado buen trecho, huyó en el día con mayor diligencia, de tal manera, que los guerreros militares, hostigados del miedo, dejaron todos los pertrechos y máquinas, y los mandrones y muchos otros instrumentos de guerra, de los cuales, después de tornados, se aprovecharon los judíos contra los que los habían dejado, y vinieron hasta Antipátrida (nota: Antípatris) en alcance de los romanos. Al ver que nos los pudieron alcanzar, tornaron desde allí, llevaron consigo los pertrechos, despojaron los muertos y recogieron el robo que había quedado, y con cantares, alabando a Dios, volvieron a su metrópoli y ciudad con pérdida de pocos de los suyos. De los romanos fueron muertos cinco mil trescientos de a pie y novecientos ochenta de a caballo”.

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    • #130

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 130]
    Así que en torno al día 5 de noviembre del año 66 (basándonos en el testimonio de Josefo) se produjo una abrupta mejoría premorten, inesperada, para la Jerusalén acaudillada por los zelotes. La retirada súbita del ejército romano y sin razón lógica aparente, cuando todo parecía indicar que Jerusalén estaba a punto de caer bajo Cestio Galo con suma facilidad, fue seguida de un aumento explosivo de furor nacionalista por parte de los judíos insurrectos, que comenzaron a salir a raudales de la ciudad santa para perseguir a las tropas en retirada, llegando hasta Antípatris, a unos 50 kilómetros de Jerusalén. Después de unos pocos días, los judíos perseguidores regresaron a Jerusalén en olor a triunfo teocrático y trayendo consigo enorme cantidad de material de guerra incautado y cantando canciones de triunfo y alabanza a Dios, al presuponer que su aplastante victoria era debida a la cólera divina contra los profanadores romanos del Templo. Entretanto, las puertas de Jerusalén quedaron prácticamente abiertas para la salida a los campos y las villas cercanas de la gente que se había agolpado tras las murallas de la ciudad cuando los romanos estaban llegando a Escopo; y éste era el momento propicio para la huída hacia las “montañas” de los cristianos de Jerusalén, tal como Jesucristo señaló en su profecía relativa al juicio final de dicha ciudad. Por tanto, todo parece indicar que los seguidores de Jesucristo sólo dispusieron de unos 3 días, aproximadamente, para salir de la ciudad santa, pues cuando regresaron los insurrectos se cerraron también las puertas de la metrópoli y se militarizó enormemente la misma. Además, los sublevados, y muchos otros judíos que creyeron ver la mano divina en la victoria zelótica y que hasta ese momento habían permanecido indecisos, se congregaron en el Templo para idear la siguiente estrategia de guerra. Enseguida, también, con la subida exponencial del fervor patriótico, se empezó a reclutar a los hombres jóvenes para efectuar obras de fortificación y para servir en el principiante ejército.

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    • #131

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 131]
    Imaginemos, pues, lo que podrían esperar aquellos cristianos que no hubieran estado prestos a salir de Jerusalén en aquel breve intervalo de tiempo. Si el cristiano en cuestión estaba en edad militarizable, difícilmente habría podido resistir la presión del reclutamiento, so pena de ser linchado o muerto por traidor o acusado de filorromano. Así que hubiera tenido que encarar la disyuntiva siguiente: O exponerse, él y su familia (esposa e hijos, al menos), a sufrir una muerte cruel a manos de los exaltados judíos; o bien, renegar de las enseñanzas del Cristo (relativas a mantener el pacifismo piadoso a toda costa) y adherirque a aquéllos sobre los que gravitaba el repudio divino (los judíos opositores al cristianismo, entre los que posiblemente se encontrarían los hijos e hijas de los que vociferaron ante Pilato que se diera muerte a Jesucristo y se liberara a Barrabás en cambio). De otra parte, si el cristiano en cuestión era una mujer, un anciano o un niño, y, por tanto, no se encontraba en condición de ser militarizado, sin duda habría quedado expuesto a la influencia anticristiana de la masa enfervorizada de Jerusalén y además sin poder reunirse con sus hermanos cristianos, puesto que los maestros de la comunidad cristiana del lugar (por haber huído de la ciudad) ya no estarían allí para impartir las enseñanzas y recordatorios de Jesucristo al “rebaño” de “ovejas” cristianas ni para congregar y ayudar pastorilmente a éstas; de manera que, en esas condiciones de total inanición respecto a la Palabra de Dios, la fe de un tal cristiano, alejado del “rebaño” del “Magnífico Pastor”, estaría en vías de debilitarse y extinguirse, con el presumible resultado final de que dicho cristiano quedaría absorbido y asimilado por lo que pudiéramos denominar la “danza guerrera de los sublevados”.

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    • #132

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 132]
    No existe ninguna explicación definitivamente clara de por qué Cestio Galo retiró sus tropas de Jerusalén, cuando parecía que ya estaba a punto de tomar la ciudad. Hay comentaristas que han dicho que este personaje era un militar de “opereta” y un incompetente, que bajó contra Jerusalén con un tercio de todo su ejército cuando tenía que haberlo hecho con bastantes más efectivos. Otros han aseverado que era un general indeciso, tal vez demasiado dependiente de la opinión de sus mandos subalternos y que, desgraciadamente, en la campaña de Jerusalén una buena parte de dichos mandos estaban corrompidos (Josefo atribuye dicha corrupción a la influencia de Floro, último procurador de Judea). Aún otros creen que las razones de la decisión de abandonar el asedio se debieron a ciertas dificultades inesperadas de la operación, a la falta de máquinas de asedio adecuadas y suficientes, a la proximidad del invierno y al peligro de que las líneas de aprovisionamiento romano fueran cortadas. Es posible que todo esto, y tal vez más, formara parte de las causas que precipitaron la retirada de los atacantes. No obstante, no podemos olvidar que había cristianos dentro de Jerusalén cuando Cestio inició su ofensiva y que aquellos cristianos estaban atrapados con riesgo para sus vidas, y además no es posible determinar si la caída de la ciudad bajo este general hubiera significado una masacre contra el pueblo o no (es notorio que unos 4 años más tarde, Tito completó la campaña de Judea tomando Jerusalén, y, aunque quiso ser moderado en el trato dado a los prisioneros y en la preservación del Templo, considerando a este último como una joya arquitectónica digna de ser conservada, el control de la agresividad de sus tropas se le escapó de las manos y las huestes romanas de asalto, destilando un odio feroz contra los judíos, cometieron las atrocidades más espantosas contra la población indefensa y adicionalmente incendiaron el Templo y éste quedó tan derruido que hasta sus cimientos fueron desintegrados). Así que, en vista de esto y para que los seguidores de Jesús pudieran escapar de la zona de peligro, no conviene descartar la intervención de criaturas angélicas a favor de ellos, por instancia divina; y tal cosa podría haber requerido poner en confusión a los mandos auxiliares del general romano y despertar en ellos y en él una desazón psicológica desmesurada.

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    • #133

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 133]
    Ahora bien, alguien pudiera objetar a la hipótesis de que la retirada de Cestio Galo se debió, en parte, a la acción angélica, es decir, a sutiles intervenciones de naturaleza subliminal causadas por criaturas inteligentes sobrehumanas enviadas por Dios para proteger a los cristianos atrapados en Jerusalén; y para ello podría reforzar dicha objeción apostillando que sólo 2 años antes (en el 64) Nerón desató una brutal persecución contra los cristianos de Roma, en la que tal vez pereció mayor cantidad de seguidores de Cristo que el número total de los cristianos que se encontraban atrapados en Jerusalén en noviembre del 66 y aparentemente no hubo protección divina que bloqueara o anulara dicha persecución neroniana. En principio, pues, tenemos que decir que la objeción así planteada parece tener suficiente fuerza como para hacer desestimar razonablemente cualquier clase de intervención divina contra el ejército de Cestio Galo ante la necesidad de proteger a los cristianos atrapados en la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, existen ciertos matices importantes que convendría tomar en cuenta y que podrían debilitar considerablemente la susodicha objeción.

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    • #134

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 134]
    La naración evangélica, por ejemplo, contiene las siguientes palabras de Jesucristo dirigidas a su apóstol Pedro: “Simón, Simón (se sobreentiende: Simón o Pedro), mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo (se sobreentiende: En los tribunales celestiales, Satanás había demandado poner a prueba las motivaciones de Pedro y los demás discípulos para demostrar que no debían ser aceptados como descendencia de la mujer simbólica y así poder él imputar a Dios errores en la toma de decisiones, probablemente aduciendo al hecho de que ellos habían estado rivalizando entre sí para ver quién era el mayor o más importante discípulo al que le correspondería sentarse a la derecha del Mesías en el reino de los cielos, un comportamiento que en dichos tribunales celestiales se consideraría más bien típico de la simiente serpentina; y, con este argumento, el Diablo parecería querer defender adicionalmente la hipótesis de que Dios cometía un fuerte error de juicio, o una pretensión ilusoria, al tratar de hacer partícipe a los seres humanos, que son aparentemente competitivos y nada altruístas por naturaleza, de privilegios que deberían estar reservados sólo para seres inteligentes altruístas, en el muy improbable caso de que existiriera alguno con tales características; así que, con un tal argumento, Satanás, también, saldría al paso en cuanto a justificar su propia conducta egoísta, en un intento bien urdido de tratar de demostrar que ninguna criatura de Dios es verdaderamente altruísta por naturaleza, y por ello ni él ni los demonios merecían un juicio adverso, pues actuaban de manera natural y según las características creativas con las que Dios los había dotado; todo ello, además, vendría a refrendarse y armonizar con la narración que se encuentra registrada en los 3 primeros capítulos del libro poético de Job). Pero yo he orado por ti, para que no falte tu fe (se sobreentiende: Jesús le avisa a Pedro de las pretensiones satánicas contra él y contra sus hermanos en el discipulado, y también le da a entender que no es posible librarlos de las duras dificultades a las que Satanás los iba a someter; y esto concuerda con lo que le pasó al patriarca Job, según opinan ciertos exegetas bien versados en las sagradas escrituras, cuyo amor por Dios fue puesto en sospecha por inducción satánica en los tribunales celestiales). Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos (se sobreentiende: El Señor le insinúa a Pedro que iba a renegar de él debido a la dureza de la prueba que arrostraría, pero que sin embargo se arrepentiría y entonces recuperaría el favor divino; y cuando se hubiera recuperado y fortalecido a sí mismo, debería ayudar y edificar la fe de sus hermanos, con los que antes había rivalizado, quienes igualmente habrían soportado terribles inclemencias de origen satánico y estarían muy desmoralizados)” (Evangelio según Lucas, capítulo 22, versículos 31 y 32; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978, elaborada por el equipo de Luciano Jaramillo).

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    • #135

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 135]
    En las sagradas escrituras hay una epístola dirigida por el apóstol Pablo a los cristianos romanos, aparentemente escrita hacia el año 56 de nuestra era. Para esas fechas, es probable que la comunidad cristiana de Roma llevara ya unas 2 décadas de existencia y estuviera compuesta por no pocos judíos y gentiles (personas no judías). Así, por lo que dice la Biblia y por el testimonio procedente de documentos históricos que hablan de los cristianos primitivos, da la impresión de que los seguidores de Cristo en Roma eran bastante numerosos para el tiempo en que comenzó la década de los años 60 del primer siglo. Pues bien, según lo que el apóstol apunta en dicha epístola, parece que existían ciertas similitudes entre la rivalidad inicial que mostraron los apóstoles entre sí (pretendiendo obtener egoístamente el lugar más conspicuo en el reino de los cielos) y el engreimiento que algunos cristianos gentiles de Roma desarrollaron con respecto a sus hermanos judíos al saberse aceptados en calidad de potenciales herederos del reino de los cielos; y esto ocasionaba competitividad y malestar en la comunidad cristiana romana. Evidentemente, aquellos sentimientos megalómanos eran irreconciliables con la manera humilde y misericordiosa de ejercer la autoridad que ejemplificó el Maestro, Jesucristo. De nuevo, pues, existía el peligro de que la comunidad de Roma degenerara a favor de la simiente serpentina, como ya había ocurrido antes, repetidas veces, con la nación hebrea. En consecuencia, si en las cortes celestiales se consideró este problema, fundamentalmente egoísta, y si en esas cortes estaba el Diablo en calidad de acusador (como se indica claramente en el Apocalipsis, capítulo 12, versículo 10, en la nueva versión internacional de la Biblia de 1978), no extrañaría que este Acusador hubiera demandado igualmente poner a prueba la pretendida calidad de potenciales herederos del reino celestial de aquellos cristianos romanos. Ésta parece ser la explicación más convincente del por qué los cristianos de Roma se vieron sometidos a la terrible persecución neroniana, de acuerdo a lo que está documentado en la sagrada escritura. No extraña, entonces, que Pablo, anticipándose casi 10 años a lo que habría de suceder, escribiera: “Y si somos hijos (se sobreentiende: Hijos de Dios), también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo (se sobreentiende: Una herencia monárquica y sacerdotal en el reino de los cielos), ya que ahora compartimos sus sufrimientos (se sobreentiende: Dichos sufrimientos tendrían carácter refinador de la personalidad y desmentidor de las acusaciones diabólicas en las cortes celestiales, asemejando dicha personalidad al modelo exhibido por Cristo) para compartir también su gloria” (Epístola del apóstol Pablo a los cristianos romanos, capítulo 8, versículo 17; Biblia denominada “La Palabra”, editada por la Sociedad Bíblica Española).

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    • #136

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 136]
    Abundando en la misma idea, el apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Roma, animó a sus hermanos en la fe a superar la prueba satánica de la intentona de separarlos mediante tribulaciones del amor o apego a Jesucristo, y, si lo conseguían, entonces negarían los argumentos del Acusador en contra de ellos ante los tribunales celestiales (en el sentido de que el impulso dominante de aquellos cristianos, así como de todo ser humano sin excepción, es egoísta o egocéntrico por naturaleza): «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? (se sobreentiende: El apóstol habla animadoramente a los cristianos romanos, dando a entender que Dios tiene confianza en ellos y que por eso ha pagado un rescate mediante su Hijo incluso antes de que ellos demuestren su fidelidad ante los tribunales celestiales, y también les tiene reservado un premio celestial, a la espera de poder concedérselo). ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica (se sobreentiende: El apóstol menosprecia los argumentos del Acusador, dando a entender que Dios, que conoce bien la naturaleza humana, sabe que los tribunales celestiales terminarán por justificar o hacer justa la conducta de los cristianos fieles de Roma en su mayoría, pues éstos manifestarán fidelidad bajo las pruebas satánicas, las cuales llegaron a ser de talante neroniano). ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (se sobreentiende: El apóstol da a entender que en los tribunales celestiales, presididos por Dios, Jesucristo se esmera en actuar como defensa jurídica o Intercesor a favor de los cristianos, contra la parte acusadora o demoníaca; y como colectivo de espectadores y como jurado están todas las demás criaturas angélicas del suprauniverso). Así está escrito: “Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; nos tratan como ovejas para el matadero” (se sobreentiende: La causa que aquí se menciona es de índole judicial universal y se refiere a un ataque de desacreditación lanzado por Satanás contra Dios, como ya se ha comentado). Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Epístola de Pablo a los romanos, capítulo 8, versículos 32 a 38; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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    • #137

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 137]
    También, Pablo habló de cristianos de Roma que se torcerían en su fidelidad y actuarían de manera contraria a la enseñanza de Jesucristo. Éstos habrían de ser evitados, puesto que tenían el poder de corromper a sus compañeros y obviamente eran una buena herramienta en manos del Acusador; de hecho, se puede decir que, aunque participaban en las actividades propias del discipulado cristiano, en realidad se estaban posicionado, tal vez sin percatarse plenamente de ello, dentro de las filas de la simiente serpentina. No obstante, las duras y extremas dificultades persecutorias que habrían de venir tendrían adicionalmente el efecto de hacer que esos desleales completaran del todo su posicionamiento en el seno del bando opositor a la descendencia de la mujer simbólica: “Les ruego, hermanos, que se cuiden de los que causan divisiones y dificultades, y van en contra de lo que a ustedes se les ha enseñado. Apártense de ellos. Tales individuos no sirven a Cristo nuestro Señor (se sobreentiende: No cumplen las directrices que Jesucristo dio a sus discípulos y a sus futuros seguidores), sino a sus propios deseos. Con palabras suaves y lisonjeras engañan a los ingenuos. Es cierto que ustedes viven en obediencia, lo que es bien conocido de todos y me alegra mucho; pero quiero que sean sagaces para el bien e inocentes para el mal. Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes (se sobreentiende: El apóstol señala a un tiempo futuro, relativamente corto en comparación con los milenios que llevaba en existencia el conflicto que se desarrolló en Edén y que dio lugar a la mayoritaria descendencia terrestre satánica y a la minoritaria y perseguida descendencia terrestre de la mujer simbólica; un tiempo, pues, que se extiende más allá del fin del mundo venidero y que culmina con la extinción o muerte de todos los demonios según el Apocalipsis; y, además, en dicho tiempo o sazón los cristianos glorificados, junto con Jesucristo, poseedores de cuerpos extraordinariamente poderosos del suprauniverso, como se desprende de los escritos de Pablo, se encargarían de llevar a cabo el exterminio completo, definitivo e irreversible de esas fuerzas inteligentes y diabólicas del mal). Que la gracia de nuestro Señor Jesús sea con ustedes” (Epístola a los romanos, capítulo 16, versículos 17 a 20; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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    • #138

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 138]
    Por otro lado, la situación de los cristianos atrapados en Jerusalén en noviembre del año 66 EC no podría ser vista desde los tribunales celestiales bajo el mismo prisma que la de los cristianos romanos del año 64 bajo Nerón. Por ejemplo, el entero sistema religioso judaico de aquellos tiempos estaba bajo maldición a causa del asesinato del Mesías y a causa de la insidiosa y maligna persecución que había mantenido contra los seguidores de éste; y, además, sumaba contra sí mismo el agravante de que, por instigación del estamento sacerdotal, la gente agolpada ante Pilato, a principios de la década de los años 30 del primer siglo, pidió la muerte de Jesús con desafiante descaro, al hacerse merecedora por voluntad propia de que la sangre del Inocente cayera sobre el pueblo. En consecuencia, con la llegada del año 66, e incluso poco antes de ese año, el clima social de Judea presentaba claros síntomas de pérdida de la protección divina y galopante decadencia con muerte en perspectiva; una muerte de índole nacional y religiosa que el imperio romano iba a materializar, con terribles e indescriptibles sufrimientos para el pueblo israelita, consecuencia de un juicio con sentencia capital o fatal emitido en los tribunales celestiales (consenso de criaturas del suprauniverso). Ante tal decisión, pues, nada se podría alegar entonces contra la acción bondadosa de Jesucristo, en nombre de Dios el Padre, de proteger a los cristianos atrapados en Jerusalén de ese juicio condenatorio; y para ello, simplemente, se hizo abortar la primera intentona de Roma de aplastar la gran rebelión judía. Pero, casi 4 años más tarde, el general Tito sitió la llamada “ciudad santa” y, a pesar de sus deseos de preservar el Templo como joya arquitectónica del Imperio, el control de la furia de sus tropas se le escapó de las manos, quizás por instigación angélica, y tanto ese templo como la entera ciudad acabaron triturados y quemados, teniendo como telón de fondo una masacre de proporciones descomunales, nunca antes vista en los asaltos sufridos por dicha ciudad y que jamás volvería a repetirse en el futuro, como señaló Jesucristo proféticamente poco antes de su muerte, dado que con esa destrucción concluía la sentencia condenatoria elaborada en los tribunales celestiales. En consecuencia, la objeción suscitada sólo encuentra una respuesta convincente, a partir de las sagradas escrituras, tomando en consideración la presencia y deliberación, más allá de este universo, de millones de seres sobrehumanos que componen el más alto tribunal que podamos imaginar y que aquí hemos denominado “cortes celestiales”. Es por eso que el apóstol Pablo, en una de sus misivas, escribió: “Por lo que veo, a nosotros los apóstoles de Dios nos ha hecho desfilar en el último lugar, como a los sentenciados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres (se sobreentiende: Existía, y existe, una gran expectación por los acontecimientos humanos en la Tierra que interesa a los ángeles, esto es, a las criaturas que integran los tribunales celestiales, y que tienen que ver con la salvación eterna)” (Primera epístola de Pablo a los cristianos corintios, capítulo 4, versículo 9; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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    • #139

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 139]
    Eusebio, en su “Historia eclesiástica”, afirma que los cristianos de Jerusalén y de Judea, ante el ataque y subsiguiente fracaso de Cestio Galo en su campaña contra la ciudad santa, huyeron masivamente a la localidad de Pela, ubicada en la montañosa frontera del norte de Perea con la Decápolis. Ellos sabían, por lo que Jesucristo dijo poco antes de su muerte, que tanto la ciudad como el entero sistema nacional y religioso judío, con su imponente Templo o centro emblemático, habían sido abandonados de la mano de Dios y ya no contaban con la protección del Todopoderoso. Sin embargo, para la inmensa mayoría del pueblo judío de aquella época la derrota de Cestio Galo fue interpretada como una reacción de Dios contra los profanadores de su Templo y como una victoria aplastante que provenía del cielo. Por lo tanto, mientras los cristianos se marcharon lejos de la ciudad y se mantuvieron a buena distancia de ella, los judíos en general interpretaron los acontecimientos como señales sobrenaturales indicadoras de que Dios iba a librarlos del yugo de Roma y posiblemente hacer resurgir o restaurar el reino de Israel en todo su esplendor. En realidad, no se percataron de que estaban siendo afectados por un espejismo, es decir, por una visión engañosa producida por una mejoría premortem que en breve iba a desembocar en la peor tribulación experimentada por Jerusalén en toda su historia, ya pasada o ya futura. La fe en Jesucristo les hubiera evitado semejante catástrofe.

    Editado 1 vez. Última edición: 2017-09-01 13:07:25

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    • #140

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 140]
    La retirada de Cestio Galo fue humillante y muy costosa para los romanos, y una gran vergüenza que Roma no iba a perdonar de ningún modo (entre otras cosas porque había abierto una enorme grieta en el ejercicio de autoridad y dominio del Imperio sobre las demás provincias conquistadas, y consecuentemente demandaba un escarmiento ejemplar). Recordemos que los judíos atacaron la retaguardia del ejército de Cestio durante gran parte del camino hasta Gabaón y provocaron una verdadera masacre en las últimas filas. Murieron varios tribunos y comandantes romanos y, para poder escapar, tuvieron que abandonar gran parte de los bagajes del ejército. Los enemigos estaban por todas partes, y Cestio, para huir con más rapidez, ordenó abandonar todo lo que no fuera necesario. Se mataron a las mulas, a los burros y a otras bestias de carga, excepto a las que llevaban las máquinas de guerra y las municiones, y con tremendas dificultades llegaron a las cercanías de Bethorón, una población situada al final de un largo desfiladero. Allí se produjo lo peor: los judíos hostigaron a los romanos en los lugares angostos que éstos tenían que atravesar y les lanzaron grandes cantidades de flechas y proyectiles. Los soldados, y en especial la caballería, tenían que estar más atentos a no resbalar y caer por los barrancos y precipicios que a la propia lucha y defensa. La llegada de la noche salvó al ejército de Cestio Galo, que pudo llegar por fin a Bethorón. Allí, Cestio se dispuso a convertir la retirada en una verdadera huida y para ello dejó 400 soldados en los tejados de las casas, con órdenes de gritar las voces habituales de los centuriones en los campamentos, para que los judíos creyeran que todo el ejército permanecía aún allí; y mientras tanto él y el ejército avanzaron varias millas en silencio al amparo de la noche. Al amanecer, cuando los judíos vieron el campamento vacío, mataron a flechazos a los 400 soldados que allí quedaron y corrieron detrás de Cestio, que apresuraba la marcha y les sacaba cierta ventaja. Aun así, tuvo que abandonar las catapultas y otras máquinas de guerra, de las que se apoderaron los judíos. Finalmente, el ejército romano consiguió llegar a la llanura costera, cerca de Antípatris, donde la caballería podía desplegarse, y los judíos desistieron de la persecución. Las pérdidas judías fueron pocas; los romanos, en cambio, tuvieron varios miles de bajas en la infantería y varios centenares en la caballería. Fue la mayor derrota sufrida por los romanos desde su llegada a Palestina 130 años antes, y fue además la más bochornosa; pero sería también la última.

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    • #141

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 141]
    El legado propretor de Siria, Cestio Galo, cometió graves errores al aventurarse con sus tropas en retirada por las colinas de Bethhorón. Los romanos, que eran imbatibles en terreno despejado por su disposición táctica formando 3 líneas intercambiables, tenían un punto débil: si les atacaban en plena marcha no podían formar las líneas y se exponían a ser derrotados. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. No obstante, haciendo uso de su soberbia disciplina, consiguieron reagruparse y salir del atolladero, pero tuvieron que abandonar su caravana de provisiones y el equipo pesado, que los judíos llevaron en triunfo a Jerusalén. Ebrios con su éxito, pero sabiendo que Roma era imbatible en campo abierto, se dispusieron a resistir atrincherados tras los muros de la Jerusalén y de otras ciudades fortificadas sin comprender que los romanos, maestros absolutos del arte del asedio, tenían todas las de ganar. Parece que esperaban la protección divina y creían que cuando los romanos regresaran a tomar venganza Dios los derrotaría nuevamente, devolviendo a la ciudad el antiguo esplendor que tuvo bajo el reinado de Salomón. Aparentemente, muchos sublevados estaban erróneamente persuadidos de que el reinado del Mesías, del que hablaron los profetas, estaba a punto de llegar y que éste restauraría a Jerusalén y a todo el territorio de Israel a la condición bendita que alcanzó en los días de David y Salomón. Como no escucharon al hombre de Nazaret, el verdadero Mesías, ahora estaban en vías de acarrearse contra sí mismos la peor aflicción de toda su historia. Por ejemplo, en el desastre romano de Bethorón, el cual pudo haber acontecido sobre el 25 de noviembre del año 66, la legión XII (Fulminata) fue diezmada y perdió además su emblema (el águila), y aunque no fue disuelta (debido a la valentía de 400 de sus hombres que cubrieron la retirada), sí sufrió un importante desprestigio, del que intentó resarcirse posteriormente cuando fue incorporada al ejército de Tito con vistas al asedio de Jerusalén en el año 70. Por lo tanto, la ira del ejército romano que asoló a esta ciudad en ese año 70 rezumaba una ira extrema contra los judíos acorralados tras sus murallas, lo cual nos trae a la memoria las siguientes palabras de Jesucristo: “Ay de las que están embarazadas y de las que están criando en esos días. Porque habrá una gran aflicción en la Tierra (se sobreentiende: en la tierra de Judá) e ira contra este pueblo” (Evangelio según Lucas, capítulo 21, versículo 23; Biblia Peshitta).

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    • #142

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 142]
    Tras el desastre romano en Bethorón, muchos judíos que estaban vacilantes de rebelarse contra Roma se unieron ahora a los rebeldes y una corriente de exaltación nacionalista arrastró a parte del sacerdocio y de la aristocracia judía. Asimismo, los zelotes se hicieron con el control absoluto de la situación y se organizó la defensa bajo una especie de gobierno provisional que unió a todos los judíos, si bien compuesta por todos los grupos existentes, lo que poco más tarde daría lugar a rencillas que irían progresivamente en aumento hasta desembocar en un desenlace fatal. Por su parte, Roma no podía perdonar tales insultos a su poder. El historiador hebreo Rav Berel Wein, en su libro “Ecos de gloria” (página 155) relata: “Los judíos tuvieron éxito y expulsaron a Roma de Jerusalén. Sin embargo, esto generó ondas expansivas por todo el Imperio romano. También desató una ola de sangrientos pogromos en contra de los judíos, especialmente en Cesarea, Alejandría y Damasco. Miles de judíos fueron asesinados en esos disturbios y miles más fueron vendidos en el mercado de esclavos de Roma”. La derrota de Cestio Galo llegó a oídos del emperador Nerón, quien tomó cartas en el asunto y estimó que la situación era muy grave ya que los rebeldes habían puesto en peligro el dominio romano en Judea y se temía, no sin razón, que la revuelta pudiera extenderse a otras zonas como Siria o Egipto, lo cual sucedió, especialmente en Damasco, donde 10.500 judíos reunidos en el gimnasio, desarmados, fueron pasados a golpe de espada delante de sus esposas, y en Alejandría, donde el prefecto de Egipto, Tiberio Julio Alejandro, tras un enfrentamiento judeogriego en el teatro, con motivo de ponerse de acuerdo sobre quién iba en representación de la ciudad a hablar ante Nerón en Roma, mandó pasar por las armas a 50.000 judíos, al desoírse los consejos de este prefecto, quien recibió además insultos y agresiones. Era, pues, necesario enviar nuevas legiones a Judea; y este cometido sería llevado a cabo por Vespasiano, el más apto, quien sería enviado como legado a Judea, probablemente a principios del año 67, al mismo tiempo que Cayo Licinio Muciano fue nombrado gobernador de Siria, para mantener la normalidad en la provincia. Vespasiano contó con tres legiones, la Legión V (Macedónica), la Legión X (Fretensis) y la Legión XV (Apollinaris), siendo Tito, el hijo de Vespasiano, el jefe de esta última; y dejando de lado la Legión XII (Fulminata) por el desastre de Bethoron (no obstante, durante el asalto a Jerusalén, en el año 70, la Fulminata se vio dignificada al participar en él). A este núcleo se le sumaron 23 cohortes y seis alas de caballería y los refuerzos de príncipes clientes como Agripa II, Antíoco de Comagene, Soaemo de Emesa y Malco II de Nabatea, lo que hizo que finalmente el ejército de Vespasiano tuviera entre 50.000 y 60.000 hombres. La estrategia de Vespasiano fue de tipo silencioso, reduciendo primeramente los conflictos por toda la región de Judea y poniendo bajo su dominio ciudad tras ciudad, de manera centrípeta o cautelarmente aproximativa hacia Jerusalén, con la intención de finalmente tomar por asedio la ciudad.

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    • #143

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 143]
    Si bien Vespasiano fue enviado como legado o lugarteniente del emperador a Judea a principios del año 67, parece que fue en la primavera de ese mismo año cuando recibió la orden de Nerón de iniciar la reconquista del territorio palestinense rebelado. El general Flavio Vespasiano tenía entonces 57 años y, aunque no gozaba precisamente de todas las simpatías del emperador, era el mejor soldado de Roma en aquellos momentos. Veinte años antes, siendo legado (comandante en jefe) de la Legión Augusta, se había destacado heroicamente durante la conquista de Britania (Inglaterra), bajo el reinado de Claudio. Era un militar nato, con una tremenda experiencia de décadas de servicio en las legiones y un instinto guerrero ante el que los judíos poco podían oponer. Vespasiano tenía con él a su hijo Tito, un oficial de 27 años que había heredado las virtudes militares de su padre. Tenía el mando de 9 legiones (cada legión se componía de unos 5.000 hombres) y aproximadamente el mismo número de auxiliares, y era muy admirado y respetado por sus tropas. Además, como los estados aliados de Roma estaban obligados a aportar sus servicios militares a la causa del emperador, el total de fuerzas a las órdenes de Vespasiano ascendió finalmente a unos 100.000 hombres, aunque sólo utilizó para la campaña de Judea a las legiones V, X y XV, unidades curtidas que nada tenían que ver con las relativamente inexpertas tropas auxiliares sirias a las que los judíos habían masacrado en Bethorón. La legión X estaba al mando del general español Marco Ulpio Trajano, el padre del futuro emperador Trajano (53-117).

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    • #144

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 144]
    Según Josefo, después del desastre romano en Bethorón, muchos judíos distinguidos abandonaron la ciudad de Jerusalén, incluyendo a Costobaro y Saúl, dos hermanos de la familia real agripina, que se unieron a Cestio Galo; y por petición de ambos, Cestio los envió a Nerón, que estaba en Acaya (nombre romano de la Grecia continental), y les dijo que alertaran al emperador acerca de esta emergencia, y que culparan a Floro de la guerra, desviando así cualquier hipotético peligro de cólera nerónica que pudiera encenderse contra él. Y en la provincia de Acaya, Nerón estaba inspeccionando las obras de uno de sus grandiosos proyectos, a saber, la construcción de un canal en el itsmo de Corinto. Allí recibió la noticia de la derrota de Cestio Galo. Inmediatamente tomó las primeras medidas para aplastar la sublevación, y la persona elegida para general en jefe del ejército que debería reconquistar Palestina era, como ya se ha mencionado, un hombre maduro y militar profesional con gran experiencia, Tito Flavio Vespasiano, de origen plebeyo por parte de madre y algo más ilustre por parte de su familia paterna; y era viudo, pero convivía con una antigua amante suya, una liberta a la que siempre tributó honores de esposa. Había desempeñado varios cargos políticos y militares, en los que también tuvo la necesidad de mostrarse sumiso, adulador y rastrero ante los emperadores de turno, como todos los romanos que por aquel entonces aspiraban a un cargo en la capital. Fue edil o magistrado urbano en Roma en tiempos de Calígula, el cual, en cierta ocasión, irritado por la suciedad de las calles de Roma, hizo que le arrojaran barro y estiércol a la cara; y desempeñó también el cargo de cuestor (secretario del emperador, de cónsules o de procónsules) y más tarde el de gobernador de la provincia de África. Había acompañado a Grecia a Nerón y a su séquito, pero cayó en desgracia por haberse quedado dormido en una ocasión en que el lunático emperador recitaba versos y poemas durante un banquete. Nerón, entonces, le prohibió comparecer nunca más ante él, y Vespasiano, atemorizado, se retiró a una pequeña aldea a esperar a que al emperador se le pasase el enfado. No tenía Vespasiano una gran cultura griega, como la que tenían los propios emperadores julio-claudios (desde Octavio Augusto hasta el propio Nerón), pero no desconocía la lengua y la literatura helénicas; en todo caso, su modo de vida y costumbres estaban muy alejadas de las de los refinados, cultos y decadentes aristócratas de la capital. Físicamente era corpulento y de aspecto macizo, de cabeza voluminosa y gesto tenso (dice el historiador Suetonio, de la forma más elegante posible, y los propios retratos que de Vespasiano se conservan lo corroboran). Era socarrón, jovial y de buen humor, y no tenía otro defecto moral que el hecho de que le gustaba mucho el dinero, pero no era avariento, ni lujurioso ni cruel. Tenía dos hijos mayores: Tito Flavio, culto, refinado y militar como su padre, y Flavio Domiciano, a quien no parecía gustarle ni la vida militar ni la cultura ni los estudios de ninguna clase, aunque daba la impresión de tener algún interés por la compleja ciencia jurídica y por el elaboradísimo Derecho Romano.

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    • #145

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 145]
    Vespasiano tomó el mando del ejército de Siria, a saber, de las legiones V (Macedónica) y X (Fretensis), y partió hacia Judea por tierra, mientras enviaba a su hijo Tito por mar a Alejandría para recoger a la legión XV (Apollinaris). Tito atravesó con la legión recogida en Egipto toda la costa de Palestina y se reunió con su padre en la ciudad de Ptolemaida, en la Galilea costera. El ejército de operaciones lo constituían por tanto 3 legiones completas, más otras 23 cohortes sueltas y dobladas en sus efectivos (es decir, el equivalente a otras 4 legiones más), y seis alas o escuadrones de caballería. Éstas eran las tropas legionarias romanas, a las que se añadió un importante contingente de tropas auxiliares de los reyes aliados extranjeros (entre ellos Agripa II, que envió 2.000 infantes con arcos y 1.000 jinetes, y un reyezuelo de Arabia, que aportó 5.000 arqueros y 1.000 jinetes). El ejército en su conjunto alcanzaba la impresionante cifra de 60.000 soldados, más varios miles de criados de los soldados romanos, también muy expertos en la vida militar. Sin embargo, parece que las fuerzas totales con las que podía contar Vespasiano incluían 6 legiones más y un cierto número de auxiliares y criados anexos a las mismas, esto es, unos 40.000 hombres extras; pero, finalmente, sólo movilizó a los 60.000 descritos. Ahora bien, manejar semejante cantidad de hombres, avituallarlos diariamente, conducirlos, acamparlos y hacerlos maniobrar sobre el terreno eran cosas que requerían buenas dotes de organización y estrategía, algo que cualquier general romano sabía hacer bastante bien, pues, en realidad, toda la ciencia militar romana se basaba en la disciplina y en efectuar las tareas según el protocolo habitual, como siempre se habían hecho, sin apenas concesiones a la improvisación, al azar o a la audacia personal; por ello, los generales romanos no eran grandes estrategas, pero la disciplina y el no apartarse nunca de los esquemas tácticos habituales hacía de las legiones romanas una maquinaria de guerra prácticamente invencible; y frente a esto las huestes judías quedaban en muy precaria situación. La legión romana estaba dividida en diez cohortes de 500 hombres cada una y era la unidad organizativa y logística básica del ejército; pero las unidades operativas y tácticas eran las propias cohortes de infantería, subdivididas a su vez en manípulos (dos centurias), y éstos en centurias (de entre 80 y 100 soldados cada una).

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    • #146

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 146]
    Mientras Vespasiano daba los primeros pasos en su campaña, los judíos, eufóricos por la reciente victoria, empezaron a su vez a nombrar generales y mandos para su improvisado ejército y a reclutar varones por todas las ciudades y aldeas de Palestina. Los sacerdotes fariseos y saduceos, y los notables de Jerusalén, viendo ya lo irreversible de la situación, apoyaron sin reservas y decididamente la revuelta, poniéndose al frente de ella, aunque el verdadero poder lo seguían detentando los jefes celotes más extremistas. Se fabricaron armas y flechas, se dió una sumaria instrucción militar a los grupos de jóvenes, se repararon las murallas y se prepararon máquinas de guerra. Pero algunos grupos de antiguos bandidos seguían haciendo la guerra por su cuenta, sobre todo en la región meridional de Idumea. Uno de esos jefes era Simón bar Giora, que se había dedicado anteriormente a saquear las casas y haciendas de los ricos y que luego sería uno de los principales dirigentes de la guerra. La efervescencia del momento impulsó a los judíos a tomar la iniciativa bélica. Un ejército heterogéneo e indisciplinado dirigido por tres jefes de bandas (Níger el pereo, Silas el babilonio y Juan el esenio) se dirigió contra la ciudad de Ascalón, en la llanura filistea o franja de Gaza, que tenía una guarnición romana formada por una cohorte de infantería y un ala o escuadrón (500 jinetes) de caballería. Los romanos, en cuanto los vieron aproximarse, sacaron la caballería, que rechazó sin dificultad a los que se acercaban a las murallas. Allí se enfrentaron la disciplina contra la indisciplina, la experiencia contra la inexperiencia, la caballería (actuando en un terreno extenso, llano y muy apto para el despliegue) contra una infantería mal armada y tan temeraria como inexperta. En el primer choque los hebreos huyeron, y lo que siguió fue una verdadera matanza de los fugitivos por obra de los jinetes romanos, que podían retroceder y maniobrar a voluntad en la extensa llanura. Perecieron, según Josefo, cerca de 10.000 judíos, entre ellos dos de sus generales, Juan y Silas. El resto, heridos en su mayor parte, se refugiaron en una aldea de Idumea. Los romanos sólo tuvieron unos pocos heridos. De nuevo intentaron los judíos el ataque contra Ascalón poco después, y de nuevo fueron desbaratados con miles de pérdidas. Finalmente huyeron de allí, perseguidos por la caballería romana. La derrota había sido casi total, pero el ánimo de los exaltados judíos supervivientes (entre ellos su jefe Níger) estaba intacto y más eufórico que nunca, valorando mucho más el hecho de haber sobrevivido a un choque frontal contra los temibles romanos que el hecho de haber sido estrepitósamente derrotados por éstos.

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    • #147

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 147]
    En las ciudades galileas del norte, los judíos también se preparaban para hacer frente a los romanos. Desde Jerusalén se les envió como general para toda la Galilea a un sacerdote fariseo llamado Joseph ben Matthías (a saber, el futuro historiador de esta guerra, con nombre romanizado, Flavio Josefo). Este Joseph o Josefo dirigió los preparativos de la defensa de las ciudades, recaudó dinero y amuralló algunas de las principales villas galileas. Pero su autoridad era muy discutida u objetada, especialmente por un galileo llamado Juan de Giscala, jefe de una banda extremista propia. Además, algunas ciudades galileas intentaban todavía nadar entre dos aguas, esto es, dejar abierta la posibilidad de pactar con los romanos, por lo que Josefo, para evitar la desunión, tomó como rehenes a sus personajes principales. La ciudad de Séforis envió mensajeros de paz a Vespasiano, y éste dejó una guarnición de 1.000 jinetes y 6.000 soldados de a pie para proteger la ciudad, y, esta guarnición, después que Vespasiano con el grueso del ejército se habían adentrado más en Galilea, se convirtió en una milicia de rapiñadores, pues desde la ciudad hacían frecuentes salidas para devastar la región, matando a todos aquellos hombres que eran aptos para llevar armas y esclavizando a los demás. Por este motivo, la gente comenzó a huir y refugiarse en las ciudades amuralladas por Josefo. Parece que el ejército de Vespasiano partió en dirección sureste, desde Ptolemaida (Fenicia) hacia Tiberíades (Galilea). Cuando penetró en Galilea, la columna de marcha romana era impresionante y alcanzaba varios kilómetros de longitud. Muchas de las tropas de Josefo huyeron y se dispersaron nada más divisarla, y Josefo y los suyos marcharon a refugiarse en la ciudad de Tiberíades. El ejército romano se dirigió primero contra la ciudad de Gadara, que tomó sin apenas lucha, ejecutando a todos los habitantes varones. Josefo decidió entonces refugiarse en Jotapata, la mejor fortificada de todas las ciudades de Galilea gracias a su propio emplazamiento natural. Esto a pesar de que, inicialmente, el ejército de sublevados con los que llegó a contar Josefo ascendió a unos 100.000 hombres: “Al volver a Jerusalén (se sobreentiende: Después de aplastar a los romanos en Bethorón), los judíos convocaron una asamblea en el Templo, y designaron generales para la guerra. José, el hijo de Gorión, y Anano, el antiguo sumo sacerdote, recibieron autoridad suprema en la ciudad (se sobreentiende: En la ciudad de Jerusalén). Eleazar, hijo de Simón, fue dejado de lado, porque era sospechoso de tiranía. Pero más tarde, y debido a que controlaba gran parte del tesoro público, Eleazar logró el mando supremo. Enviaron a generales para los varios distritos, incluyendo a Josefo, hijo de Matías, que fue enviado a asumir el mando en Galilea. Gobernó este distrito (se sobreentiende: Josefó gobernó el distrito de Galilea) mediante 78 magistrados designados para promover la armonía entre los habitantes. Fortificando todos los lugares defendibles (se sobreentiende: Josefo fortificó lugares estratégicos de Galilea), movilizó un ejército de 100.000 hombres, entre los que introdujo la disciplina militar romana” (“Los escritos esenciales”, tomo II, capítulo XXV, página 286, de Flavio Josefo).

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    • #148

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 148]
    La toma de Gabara debió ocurrir a mediados de la primavera (mayo) del año 67. A continuación, vino el asedio de Jotapata, que fue muy duro. Los judíos luchaban a la desesperada, bien dirigidos por Josefo. Vespasiano desplegó las máquinas de asedio y empezó la construcción de un terraplén que alcanzase la altura de la muralla, según la costumbre militar romana habitual en estos casos. Sin embargo, los judíos hacían frecuentes salidas y retrasaban los trabajos de construcción del terraplén e incendiaban las obras; además, elevaron las murallas todavía más, trabajando en ellas día y noche. Vespasiano estrechó el cerco en torno a la ciudad, para forzar a los sitiados por hambre y sed. Josefo, para desmoralizar a los sitiadores y hacerles ver que tenían provisiones de agua más que suficientes, ordenó a sus hombres que mojasen sus ropas y las colgasen empapadas y chorreantes en las almenas de la muralla. Desalentados, los romanos reanudaron las obras para el asalto. Pero el propio Josefo se daba cuenta de que la caída de la ciudad era cuestión de poco tiempo, e intentó huir, con la excusa de reunir gente en los pueblos de la región y acudir a romper el cerco levantado por los romanos. Sin embargo, Todos los habitantes (hombres, mujeres y niños) se lo impidieron, y tuvo que seguir en su puesto. Los romanos montaron un gigantesco ariete, pero los judíos colgaron sacos llenos de paja para amortiguar los golpes; los romanos dispusieron entonces largas pértigas con guadañas y cortaron las cuerdas de las que colgaban los sacos sobre la muralla; finalmente, los judíos consiguieron romper la cabeza metálica del ariete con una gran piedra que le acertó de lleno; pero los romanos lo repararon. El asedio alcanzaba momentos de gran virulencia, y en uno de ellos el propio Vespasiano fue herido levemente por una flecha en la planta del pie. Las catapultas lanzaban continuamente contra las torres piedras de hasta 50 kilos de peso (una de esas piedras, dice Josefo, alcanzó a uno que estaba junto a él en la muralla, le arrancó la cabeza y envió el cráneo a varios centenares de metros; al día siguiente, una mujer embarazada recibió de lleno el impacto de una de esas piedras en el vientre cuando acababa de salir de su casa, y el feto fue a parar a gran distancia de allí). Por fin, una parte de la muralla cedió, pero los judíos protegieron la brecha con sus cuerpos y los romanos no pudieron entrar. Al día siguiente, Vespasiano ordenó el asalto general. Tras someter a la ciudad a una lluvia de flechas y proyectiles de honda que oscurecieron la luz del día, la infantería romana avanzó y comenzó a tender las escaleras sobre la muralla. Los judíos ensayaron otra cosa (en su obra testimonial histórica, Josefo se atribuye la invención de todos y cada uno de los recursos y estratagemas empleados por los sitiados): arrojar aceite hirviendo sobre los asaltantes. El procedimiento, que no era ninguna novedad, hizo aquí verdaderos estragos entre los soldados romanos que avanzaban en bloque en la clásica formación de testudo o tortuga (cubiertos por todos lados con los escudos, unos sobre otros). El aceite hirviente se metía por debajo de las corazas desde la cabeza hasta los pies y devoraba la carne como si fuera fuego, y los soldados aullaban de dolor y retrocedían saltando sobre sus compañeros, siendo fácilmente alcanzados por las flechas de los sitiados.

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    • #149

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 149]
    Era ya el comienzo del verano del año 67 de nuestra era, y el asedio de Jotapata no progresaba. Sin embargo, un destacamento de 2.000 infantes y 1.000 jinetes enviado por Vespasiano conquistaba una ciudad vecina, Jafa, donde los romanos degollaron a todos los habitantes varones en las calles o en las casas, esclavizando a mujeres y niños pequeños. Otro destacamento, aparentemente al mando de un tal Cerealius, bajó hacia Samaria e hizo una masacre de gentes que se habían reunido en el monte Garizim o Guerizim, la montaña sagrada de los samaritanos; murieron cerca de 10.000 hombres. Se apostaron varias guarniciones romanas, vigilando esta región densamente poblada. Al norte, por fin un desertor judío informó a Vespasiano que los defensores de Jotapata estaban agotados por la continua falta de sueño y por la debilidad, pues el asedio se prolongaba ya por 47 días, en lucha sin descanso por parte de los sitiados, y le dijo que la mejor hora para sorprenderlos era la última de la madrugada, dado que los cansados guardias se quedaban profundamente dormidos. Vespasiano, aunque no se fiaba demasiado, decidió probar. De madrugada, el ejército avanzó hasta la muralla silenciosamente; Tito, el hijo de Vespasiano, junto con uno de sus tribunos y unos pocos soldados escogidos, subieron al muro, mataron a los centinelas, entraron en la ciudad y abrieron las puertas de ésta con sigilo. Tras ellos empezaron a entrar, en grupos, más y más soldados. Al amanecer, en medio de una densa niebla que se había declarado, el ejército romano entró en la ciudad y muchos de sus habitantes se dieron cuenta de ello en el preciso momento en que eran degollados. No se perdonó a nadie, y los romanos empujaban a la gente cuesta abajo por las estrechas callejuelas, donde al apiñarse eran fácilmente masacrados. Algunos de los soldados judíos de la guardia personal de Josefo se suicidaron. Los romanos sólo tuvieron un muerto en este asalto final, a saber, un centurión que, al intentar sacar a un judío que se había refugiado en una cueva, fue herido por éste con una lanza por debajo de la ingle. En los días siguientes, los romanos buscaron a todos los escondidos en las cuevas y cloacas de la ciudad y mataron a todos los que encontraron, excepto a mujeres y niños pequeños (que eran más de un millar de supervivientes). La cifra total de muertos judíos en Jotapata fue, según Josefo, de unas 40.000 personas. La ciudad fue demolida por orden de Vespasiano. Eran los últimos días del julio del año 67. Se buscó por todas partes al general Josefo, pero no aparecía. Se había refugiado con algunos de sus soldados en una cueva de difícil acceso. Los romanos se enteraron por las confidencias de una mujer, e intentaron convencerle para que saliera y se entregara por mediación de un tribuno, antiguo conocido suyo. Pero los demás soldados judíos que estaban con Josefo no se lo permitieron y le amenazaron de muerte con sus espadas si intentaba salir. Los romanos, enfurecidos, querían pegar fuego a la cueva, pero el tribuno los contuvo, pues estaba empeñado en cogerlo vivo. En el interior de la cueva, Josefo intentó al principio convencer a sus compañeros con palabras, hablando acerca de la ilicitud moral del suicidio, pero ante semejante discurso religioso-filosófico ellos estuvieron a punto de matarle allí mismo. Es el propio Josefo el que cuenta lo que sucedió y cómo consiguió librarse de la muerte a manos de los suyos: a uno de ellos le llamó por su nombre, a otro le miró con mirada de jefe, a otro le cogió de la mano derecha y a otro le suplicó, y de este modo consiguió apartar de su cuello todas las espadas. No cabe duda de que este hombre tenía grandes cualidades histriónicas y un gran poder de persuasión con la palabra y los gestos, al tiempo que un buen conocimiento de la psicología humana. De todas formas, viendo que no era posible convencerlos, fingió cambiar de actitud y les propuso una solución intermedia: que se suicidaran todos por sorteo, siguiendo un orden, de manera que el segundo matase al primero, el tercero al segundo, y así sucesivamente; y de esta forma no sería exactamente un suicidio. A todos les pareció bien la idea. No sabemos cómo (Josefo no lo dice), pero el caso es que él mismo se las arregló para salir elegido entre los dos últimos. Uno a uno fueron dándose muerte sucesivamente, y al final quedaron sólo Josefo y otro más, a quien no le costó convencerle de que se entregasen a los romanos, cosa que hicieron a continuación (no obstante, ésta es la versión del propio Josefo acerca de lo sucedido en la cueva, y no puede descartarse que incluso sea una semblanza acomodaticia y tergiversada de los hechos). Lo más grotesco del caso es que, cuando se enteraron en Jerusalén de la caída de Jotapata, tributaron a Josefo unos funerales de honor, con un duelo de 30 días. Más tarde, sin embargo, al ser informados de que estaba con los romanos y colaboraba con ellos, fue considerado un verdadero enemigo público de los judíos.

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    • #150

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 150]
    El jefe judío, Josefo, que tenía por entonces unos 32 años de edad, fue conducido ante Vespasiano. Y cuando ya el general romano había dispuesto enviárselo prisionero a Nerón, al astuto Josefo (encadenado como estaba) se le ocurrió una inspiración que le resultó muy providencial: pidió hablar a solas con él de algo muy reservado, y Vespasiano hizo salir a todos excepto a su hijo Tito y a dos amigos de toda confianza. Entonces Josefo, dándoselas de profeta, le dijo: “Me mandas a Nerón. ¿Para qué? Después de Nerón no quedará ningún sucesor excepto tú. Tú, Vespasiano, serás el César y emperador, y también lo será tu hijo aquí presente”. Aunque todo tenía el aspecto de una invención del sinuoso judío para evitar el castigo que le esperaba en Roma, el caso es que Vespasiano (que sin duda había pensado más de una vez en esa posibilidad, que colmaba las aspiraciones de cualquier general romano lo suficientemente ambicioso) decidió retener al judío junto a sí, en espera de que se cumpliese su profecía. De momento no le liberó de las cadenas, pero él y Tito le regalaron ropas nuevas y le trataron con ciertas atenciones (con el tiempo la predicción se cumpliría, y Joseph ben Matthías, con su nuevo nombre romanizado de Flavio Josefo, se convertiría en un protegido de los nuevos emperadores flavios durante largos años en Roma: Vespasiano, Tito y Domiciano).

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