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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 136]
    Abundando en la misma idea, el apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Roma, animó a sus hermanos en la fe a superar la prueba satánica de la intentona de separarlos mediante tribulaciones del amor o apego a Jesucristo, y, si lo conseguían, entonces negarían los argumentos del Acusador en contra de ellos ante los tribunales celestiales (en el sentido de que el impulso dominante de aquellos cristianos, así como de todo ser humano sin excepción, es egoísta o egocéntrico por naturaleza): «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? (se sobreentiende: El apóstol habla animadoramente a los cristianos romanos, dando a entender que Dios tiene confianza en ellos y que por eso ha pagado un rescate mediante su Hijo incluso antes de que ellos demuestren su fidelidad ante los tribunales celestiales, y también les tiene reservado un premio celestial, a la espera de poder concedérselo). ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica (se sobreentiende: El apóstol menosprecia los argumentos del Acusador, dando a entender que Dios, que conoce bien la naturaleza humana, sabe que los tribunales celestiales terminarán por justificar o hacer justa la conducta de los cristianos fieles de Roma en su mayoría, pues éstos manifestarán fidelidad bajo las pruebas satánicas, las cuales llegaron a ser de talante neroniano). ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (se sobreentiende: El apóstol da a entender que en los tribunales celestiales, presididos por Dios, Jesucristo se esmera en actuar como defensa jurídica o Intercesor a favor de los cristianos, contra la parte acusadora o demoníaca; y como colectivo de espectadores y como jurado están todas las demás criaturas angélicas del suprauniverso). Así está escrito: “Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; nos tratan como ovejas para el matadero” (se sobreentiende: La causa que aquí se menciona es de índole judicial universal y se refiere a un ataque de desacreditación lanzado por Satanás contra Dios, como ya se ha comentado). Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Epístola de Pablo a los romanos, capítulo 8, versículos 32 a 38; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 135]
    En las sagradas escrituras hay una epístola dirigida por el apóstol Pablo a los cristianos romanos, aparentemente escrita hacia el año 56 de nuestra era. Para esas fechas, es probable que la comunidad cristiana de Roma llevara ya unas 2 décadas de existencia y estuviera compuesta por no pocos judíos y gentiles (personas no judías). Así, por lo que dice la Biblia y por el testimonio procedente de documentos históricos que hablan de los cristianos primitivos, da la impresión de que los seguidores de Cristo en Roma eran bastante numerosos para el tiempo en que comenzó la década de los años 60 del primer siglo. Pues bien, según lo que el apóstol apunta en dicha epístola, parece que existían ciertas similitudes entre la rivalidad inicial que mostraron los apóstoles entre sí (pretendiendo obtener egoístamente el lugar más conspicuo en el reino de los cielos) y el engreimiento que algunos cristianos gentiles de Roma desarrollaron con respecto a sus hermanos judíos al saberse aceptados en calidad de potenciales herederos del reino de los cielos; y esto ocasionaba competitividad y malestar en la comunidad cristiana romana. Evidentemente, aquellos sentimientos megalómanos eran irreconciliables con la manera humilde y misericordiosa de ejercer la autoridad que ejemplificó el Maestro, Jesucristo. De nuevo, pues, existía el peligro de que la comunidad de Roma degenerara a favor de la simiente serpentina, como ya había ocurrido antes, repetidas veces, con la nación hebrea. En consecuencia, si en las cortes celestiales se consideró este problema, fundamentalmente egoísta, y si en esas cortes estaba el Diablo en calidad de acusador (como se indica claramente en el Apocalipsis, capítulo 12, versículo 10, en la nueva versión internacional de la Biblia de 1978), no extrañaría que este Acusador hubiera demandado igualmente poner a prueba la pretendida calidad de potenciales herederos del reino celestial de aquellos cristianos romanos. Ésta parece ser la explicación más convincente del por qué los cristianos de Roma se vieron sometidos a la terrible persecución neroniana, de acuerdo a lo que está documentado en la sagrada escritura. No extraña, entonces, que Pablo, anticipándose casi 10 años a lo que habría de suceder, escribiera: “Y si somos hijos (se sobreentiende: Hijos de Dios), también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo (se sobreentiende: Una herencia monárquica y sacerdotal en el reino de los cielos), ya que ahora compartimos sus sufrimientos (se sobreentiende: Dichos sufrimientos tendrían carácter refinador de la personalidad y desmentidor de las acusaciones diabólicas en las cortes celestiales, asemejando dicha personalidad al modelo exhibido por Cristo) para compartir también su gloria” (Epístola del apóstol Pablo a los cristianos romanos, capítulo 8, versículo 17; Biblia denominada “La Palabra”, editada por la Sociedad Bíblica Española).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 134]
    La naración evangélica, por ejemplo, contiene las siguientes palabras de Jesucristo dirigidas a su apóstol Pedro: “Simón, Simón (se sobreentiende: Simón o Pedro), mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo (se sobreentiende: En los tribunales celestiales, Satanás había demandado poner a prueba las motivaciones de Pedro y los demás discípulos para demostrar que no debían ser aceptados como descendencia de la mujer simbólica y así poder él imputar a Dios errores en la toma de decisiones, probablemente aduciendo al hecho de que ellos habían estado rivalizando entre sí para ver quién era el mayor o más importante discípulo al que le correspondería sentarse a la derecha del Mesías en el reino de los cielos, un comportamiento que en dichos tribunales celestiales se consideraría más bien típico de la simiente serpentina; y, con este argumento, el Diablo parecería querer defender adicionalmente la hipótesis de que Dios cometía un fuerte error de juicio, o una pretensión ilusoria, al tratar de hacer partícipe a los seres humanos, que son aparentemente competitivos y nada altruístas por naturaleza, de privilegios que deberían estar reservados sólo para seres inteligentes altruístas, en el muy improbable caso de que existiriera alguno con tales características; así que, con un tal argumento, Satanás, también, saldría al paso en cuanto a justificar su propia conducta egoísta, en un intento bien urdido de tratar de demostrar que ninguna criatura de Dios es verdaderamente altruísta por naturaleza, y por ello ni él ni los demonios merecían un juicio adverso, pues actuaban de manera natural y según las características creativas con las que Dios los había dotado; todo ello, además, vendría a refrendarse y armonizar con la narración que se encuentra registrada en los 3 primeros capítulos del libro poético de Job). Pero yo he orado por ti, para que no falte tu fe (se sobreentiende: Jesús le avisa a Pedro de las pretensiones satánicas contra él y contra sus hermanos en el discipulado, y también le da a entender que no es posible librarlos de las duras dificultades a las que Satanás los iba a someter; y esto concuerda con lo que le pasó al patriarca Job, según opinan ciertos exegetas bien versados en las sagradas escrituras, cuyo amor por Dios fue puesto en sospecha por inducción satánica en los tribunales celestiales). Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos (se sobreentiende: El Señor le insinúa a Pedro que iba a renegar de él debido a la dureza de la prueba que arrostraría, pero que sin embargo se arrepentiría y entonces recuperaría el favor divino; y cuando se hubiera recuperado y fortalecido a sí mismo, debería ayudar y edificar la fe de sus hermanos, con los que antes había rivalizado, quienes igualmente habrían soportado terribles inclemencias de origen satánico y estarían muy desmoralizados)” (Evangelio según Lucas, capítulo 22, versículos 31 y 32; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978, elaborada por el equipo de Luciano Jaramillo).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 133]
    Ahora bien, alguien pudiera objetar a la hipótesis de que la retirada de Cestio Galo se debió, en parte, a la acción angélica, es decir, a sutiles intervenciones de naturaleza subliminal causadas por criaturas inteligentes sobrehumanas enviadas por Dios para proteger a los cristianos atrapados en Jerusalén; y para ello podría reforzar dicha objeción apostillando que sólo 2 años antes (en el 64) Nerón desató una brutal persecución contra los cristianos de Roma, en la que tal vez pereció mayor cantidad de seguidores de Cristo que el número total de los cristianos que se encontraban atrapados en Jerusalén en noviembre del 66 y aparentemente no hubo protección divina que bloqueara o anulara dicha persecución neroniana. En principio, pues, tenemos que decir que la objeción así planteada parece tener suficiente fuerza como para hacer desestimar razonablemente cualquier clase de intervención divina contra el ejército de Cestio Galo ante la necesidad de proteger a los cristianos atrapados en la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, existen ciertos matices importantes que convendría tomar en cuenta y que podrían debilitar considerablemente la susodicha objeción.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 132]
    No existe ninguna explicación definitivamente clara de por qué Cestio Galo retiró sus tropas de Jerusalén, cuando parecía que ya estaba a punto de tomar la ciudad. Hay comentaristas que han dicho que este personaje era un militar de “opereta” y un incompetente, que bajó contra Jerusalén con un tercio de todo su ejército cuando tenía que haberlo hecho con bastantes más efectivos. Otros han aseverado que era un general indeciso, tal vez demasiado dependiente de la opinión de sus mandos subalternos y que, desgraciadamente, en la campaña de Jerusalén una buena parte de dichos mandos estaban corrompidos (Josefo atribuye dicha corrupción a la influencia de Floro, último procurador de Judea). Aún otros creen que las razones de la decisión de abandonar el asedio se debieron a ciertas dificultades inesperadas de la operación, a la falta de máquinas de asedio adecuadas y suficientes, a la proximidad del invierno y al peligro de que las líneas de aprovisionamiento romano fueran cortadas. Es posible que todo esto, y tal vez más, formara parte de las causas que precipitaron la retirada de los atacantes. No obstante, no podemos olvidar que había cristianos dentro de Jerusalén cuando Cestio inició su ofensiva y que aquellos cristianos estaban atrapados con riesgo para sus vidas, y además no es posible determinar si la caída de la ciudad bajo este general hubiera significado una masacre contra el pueblo o no (es notorio que unos 4 años más tarde, Tito completó la campaña de Judea tomando Jerusalén, y, aunque quiso ser moderado en el trato dado a los prisioneros y en la preservación del Templo, considerando a este último como una joya arquitectónica digna de ser conservada, el control de la agresividad de sus tropas se le escapó de las manos y las huestes romanas de asalto, destilando un odio feroz contra los judíos, cometieron las atrocidades más espantosas contra la población indefensa y adicionalmente incendiaron el Templo y éste quedó tan derruido que hasta sus cimientos fueron desintegrados). Así que, en vista de esto y para que los seguidores de Jesús pudieran escapar de la zona de peligro, no conviene descartar la intervención de criaturas angélicas a favor de ellos, por instancia divina; y tal cosa podría haber requerido poner en confusión a los mandos auxiliares del general romano y despertar en ellos y en él una desazón psicológica desmesurada.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 131]
    Imaginemos, pues, lo que podrían esperar aquellos cristianos que no hubieran estado prestos a salir de Jerusalén en aquel breve intervalo de tiempo. Si el cristiano en cuestión estaba en edad militarizable, difícilmente habría podido resistir la presión del reclutamiento, so pena de ser linchado o muerto por traidor o acusado de filorromano. Así que hubiera tenido que encarar la disyuntiva siguiente: O exponerse, él y su familia (esposa e hijos, al menos), a sufrir una muerte cruel a manos de los exaltados judíos; o bien, renegar de las enseñanzas del Cristo (relativas a mantener el pacifismo piadoso a toda costa) y adherirque a aquéllos sobre los que gravitaba el repudio divino (los judíos opositores al cristianismo, entre los que posiblemente se encontrarían los hijos e hijas de los que vociferaron ante Pilato que se diera muerte a Jesucristo y se liberara a Barrabás en cambio). De otra parte, si el cristiano en cuestión era una mujer, un anciano o un niño, y, por tanto, no se encontraba en condición de ser militarizado, sin duda habría quedado expuesto a la influencia anticristiana de la masa enfervorizada de Jerusalén y además sin poder reunirse con sus hermanos cristianos, puesto que los maestros de la comunidad cristiana del lugar (por haber huído de la ciudad) ya no estarían allí para impartir las enseñanzas y recordatorios de Jesucristo al “rebaño” de “ovejas” cristianas ni para congregar y ayudar pastorilmente a éstas; de manera que, en esas condiciones de total inanición respecto a la Palabra de Dios, la fe de un tal cristiano, alejado del “rebaño” del “Magnífico Pastor”, estaría en vías de debilitarse y extinguirse, con el presumible resultado final de que dicho cristiano quedaría absorbido y asimilado por lo que pudiéramos denominar la “danza guerrera de los sublevados”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 130]
    Así que en torno al día 5 de noviembre del año 66 (basándonos en el testimonio de Josefo) se produjo una abrupta mejoría premorten, inesperada, para la Jerusalén acaudillada por los zelotes. La retirada súbita del ejército romano y sin razón lógica aparente, cuando todo parecía indicar que Jerusalén estaba a punto de caer bajo Cestio Galo con suma facilidad, fue seguida de un aumento explosivo de furor nacionalista por parte de los judíos insurrectos, que comenzaron a salir a raudales de la ciudad santa para perseguir a las tropas en retirada, llegando hasta Antípatris, a unos 50 kilómetros de Jerusalén. Después de unos pocos días, los judíos perseguidores regresaron a Jerusalén en olor a triunfo teocrático y trayendo consigo enorme cantidad de material de guerra incautado y cantando canciones de triunfo y alabanza a Dios, al presuponer que su aplastante victoria era debida a la cólera divina contra los profanadores romanos del Templo. Entretanto, las puertas de Jerusalén quedaron prácticamente abiertas para la salida a los campos y las villas cercanas de la gente que se había agolpado tras las murallas de la ciudad cuando los romanos estaban llegando a Escopo; y éste era el momento propicio para la huída hacia las “montañas” de los cristianos de Jerusalén, tal como Jesucristo señaló en su profecía relativa al juicio final de dicha ciudad. Por tanto, todo parece indicar que los seguidores de Jesucristo sólo dispusieron de unos 3 días, aproximadamente, para salir de la ciudad santa, pues cuando regresaron los insurrectos se cerraron también las puertas de la metrópoli y se militarizó enormemente la misma. Además, los sublevados, y muchos otros judíos que creyeron ver la mano divina en la victoria zelótica y que hasta ese momento habían permanecido indecisos, se congregaron en el Templo para idear la siguiente estrategia de guerra. Enseguida, también, con la subida exponencial del fervor patriótico, se empezó a reclutar a los hombres jóvenes para efectuar obras de fortificación y para servir en el principiante ejército.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 129]
    Por consiguiente, la gran pregunta de cómo huir a las montañas, que los cristianos confinados en Jerusalén se estarían planteando ante el asedio romano contra el Templo, que auguraba la caída o muerte inminente de la ciudad, estaba a punto de ser contestada. En efecto, Josefo concluye el capítulo XXIV del libro II de su obra “Las Guerras de los Judíos” de la siguiente manera: “Así, pues, Cestio, sin saber los ánimos del pueblo, ni la desesperación de los cercados, hizo retraer su gente (nota: Dio orden a sus tropas de retirarse del asedio), y sin alguna esperanza, muy desacordada e injustamente, sin algún consejo partió (nota: Además, se batió en retirada). Su huída, no esperada, dió aliento a la confanza de los ladrones, tanto que salieron a perseguir la retaguardia de los romanos y de ellos mataron a algunos, así de los de a caballo como de los de a pie (nota: Esa retirada romana, ordenada por Cestio Galo, fue del todo contraproducente para él y para su ejército, puesto que hizo que los zelotes pasaran rápidamente desde un estado de ánimo derrotista, a punto de claudicar, a un estado de ánimo triunfalista, agresivo y extremadamente virulento, que inicialmente se tradujo en un empuje bélico contra la retaguardia romana que se cobró algunas bajas entre los romanos rezagados). Entonces Cestio se aposentó en el real que antes había guarnecido en Scopo (nota: Aparentemente, la caída de la noche hizo cesar el hostigamiento contra los romanos, que acamparon en el Monte Escopo, donde se establecieron al comienzo, antes de lanzar su ofensiva contra Jerusalén); y al día siguiente, mientras más tardaba, más provocó a los enemigos, los cuales, alcanzando los postrimeros, mataban muchos, porque el camino era de ambas partes cercado de vallas, y tirábanles saetas desde ellos, y los postreros no osaban volver hacia los que daban en sus espaldas, pensando que infinita muchedumbre seguía tras ellos (nota: A la mañana, parece que el ejército romano se retiraba pesadamente, con dificultad, lo cual envalentonó todavía más a los zelotes; de manera que los sublevados comenzaron a producir numerosas bajas en la retaguardia romana, que huía despavorida, pensando que una enorme cantidad de guerrilleros la perseguía, razón por la cual no se organizaron para hacer frente a sus perseguidores y detener así el avance de éstos; y esa caótica desbandada les costó aún mayor cantidad de bajas). Tampoco bastaban a resistir a la fuerza de los que por los lados les aquejaban y les herían, porque eran pesados con las armas por no romper la orden, y porque veían también que los judíos eran ligeros y que fácilmente podían correr, donde procedía que sufrían muchos males sin que ellos pudiesen dañar a los enemigos (nota: Los romanos se retiraban por terreno desfavorable para ellos, pues dicho terreno irregular y escabroso les impedía usar sus armas y protegerse con los escudos, mientras que los guerrilleros se movían con mucha agilidad y rapidez). Así que por todo el camino los hostigaban, y al romper el orden de la marcha, eran derribados, hasta tanto que, muriendo muchos, entre los cuales fue Prisco, capitán de la sexta legión, Longino, capitán de mil hombres, y Emilio Jocundo, capitán de un escuadrón, penosamente llegaron a Gabaón, donde primero pusieron el real (nota: Se refiere al campamento principal) después que perdieron mucha munición. Allí se detuvo Cestio tres días, no sabiendo lo que debía hacer, porque al tercer día veían mayor número de enemigos, y conocía que la tardanza le sería dañosa, pues todos los lugares en derredor estaban llenos de judíos y vendrían muchos más enemigos si allí se detuviese; así, para huir más presto mandó a la gente que dejasen todas las cosas que les pudiesen embarazar. Y mataron entonces los mulos, los asnos y otras bestias de carga, salvo las que llevaban las saetas y los pertrechos, porque estas tales cosas guardábanlas como cosas que habían menester, mayormente temiendo que si los judíos las tomasen, las aprovecharían contra ellos. El ejército iba delante hacia Bethoron, y los judíos en los lugares más anchos menos los aquejaban; mas cuando pasaban apretados por lugares estrechos o en alguna pasada, vedábanles el paso y otros echaban en los fosos a los postreros. Derramándose toda aquella muchedumbre por las alturas del camino, cubrían de saetas a la hueste, adonde la gente de a pie dudaba cómo se podían socorrer los unos a los otros; y la gente de a caballo estaba en mayor peligro, porque no podían ordenadamente caminar unos tras otros, pues las muchas saetas y las subidas enhiestas les estorbaban poder ir contra los enemigos. Las peñas y los valles todos estaban tomados por ballesteros, adonde perecían todos los que por allí se apartaban del camino, y ningún lugar había para huir o defenderse. Así que, con incertidumbre de lo que debiesen hacer, se volvían a llorar y a los aullidos que los desesperados suelen dar. Al son de aquello correspondía la exhortación de los judíos, que se alegraban, dando grita con muy grande crueldad, y pereciera todo el ejército de Cestio, si la noche no sobreviniera (nota: De no haber caído la noche, según Josefo, todo el ejército romano hubiera sido exterminado), con la cual los romanos se acogieron a Bethoron, y los judíos los cercaron por todos los lugares de alrededor por impedirles el paso. Allí, desesperado de poder seguir el camino público, pensaba Cestio, en la huída, e hizo subir en lo alto de las techumbres cuatrocientos guerreros militares de los más escogidos y más fuertes, y mandóles dar voces, según la costumbre de los que son de guarda que velan en los reales (nota: campamentos militares), porque los judíos pensasen que la gente quedaba allí toda; él con todos los otros paso a paso se fueron de allí hasta treinta estadios (nota: Unos 5 kilómetros), que son poco menos de cuatro millas, y a la mañana, cuando los judíos vieron que los otros se fueron y ellos quedaban engañados, arremetieron contra los cuatrocientos, de quienes hablan recibido el engaño, y sin tardanza los mataron con muchedumbre de saetas, y luego se dieron prisa de seguir a Cestio; mas él, habiendo caminado buen trecho, huyó en el día con mayor diligencia, de tal manera, que los guerreros militares, hostigados del miedo, dejaron todos los pertrechos y máquinas, y los mandrones y muchos otros instrumentos de guerra, de los cuales, después de tornados, se aprovecharon los judíos contra los que los habían dejado, y vinieron hasta Antipátrida (nota: Antípatris) en alcance de los romanos. Al ver que nos los pudieron alcanzar, tornaron desde allí, llevaron consigo los pertrechos, despojaron los muertos y recogieron el robo que había quedado, y con cantares, alabando a Dios, volvieron a su metrópoli y ciudad con pérdida de pocos de los suyos. De los romanos fueron muertos cinco mil trescientos de a pie y novecientos ochenta de a caballo”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 128]
    También, continuando en el mismo capítulo y en el mismo libro de dicha obra: “Puesto su real en el lugar que llaman Scopo (nota: Se refiere a que Cestio acampó en el monte Escopo), lejos de la ciudad siete estadios (nota: 6 estadios equivalían a 1 kilómetro, aproximadamente), que son menos de una milla, por espacio de tres días no hizo cosa alguna contra la ciudad, esperando que por ventura los de dentro en algo aflojasen (nota: Se refiere a que Cestio esperó 3 días a que los judíos de la ciudad ofrecieran su rendición), y en tanto envió no pequeña cantidad de guerreros militares a recoger trigo por las aldeas de alrededor de la ciudad. El cuarto día, que era a treinta días del mes de octubre (nota: Se refiere probablemente a los actuales últimos días de octubre), metió el ejército, puesto en orden, dentro de la ciudad. El pueblo era guardado por los escandalosos, y ellos, atemorizados de la destreza de los romanos, partieron de los lugares de fuera de la ciudad, y recogiéronse a la parte de dentro y al templo (nota: Se refiere a que los zelotes, en su mayoría, se refugiaron en el recinto del Templo y se parapetaron allí). Cestio, pasado del lugar que llaman Bezetha, puso fuego a Cenópolis (nota: Se refiere al denominado “barrio nuevo” que se añadió a la ciudad después de la muerte de Jesucristo, a causa del aumento de población) y al mercado que se llama de las Materias. Después, venido a la parte más alta de la ciudad, aposentóse cerca del palacio del rey (nota: Se refiere al palacio de Herodes), y si entonces él quisiera entrar dentro de los muros de la ciudad, poseyérala del todo y diera fin a la guerra (nota: Se refiere al hecho, desconocido por Cestio, de que los aguerridos defensores de la ciudad y de su primera muralla, es decir, los zelotes, se habían atrincherado en el Templo y habían dejado relativamente fácil el franqueo de dicha muralla); mas Tirannio, que era general, y Prisco y muchos otros capitanes de la gente de a caballo, corrompidos por dineros que les dió Floro, estorbaron la empresa de Cestio e hicieron que los judíos fuesen llenos de males intolerables y de pérdidas que les acontecieron (nota: Se refiere a la afirmación subjetiva, poco verosímil, que hace Josefo de la causa por la que Cestio no tomó la ciudad en aquel lugar y momento convenientes, abreviando con ello el sufrimiento que la no rendición de la misma causó a la masa judía no fanática encerrada tras las murallas). Entretanto, muchos de los más nobles del pueblo, y Anano, hijo de Jonatás, llamaban a Cestio, casi como ganosos de abrirle las puertas, y él, como lleno de ira, y porque no les daba asaz crédito ni pensaba que los debiese creer, túvolos en menosprecio (nota: Se refiere a la gran desconfianza que manifestó Cestio ante la posibilidad de que ciertos judíos de intramuros, opuestos a los zelotes, le facilitaran la entrada a través de la inexpugnable primera muralla), hasta que se hubo de descubrir la traición, y los sediciosos compelieron a huir a Anano con los otros de su parcialidad, y meterse en las casas, lanzándoles piedras desde el muro (nota: Se refiere a que los sediciosos zelotes y filozelotes detectaron la amenaza para ellos de los judíos filorromanos y los expulsaron violentamente del muro, a fin de que no pudieran colaborar con los romanos). Repartidos ellos por las torres, peleaban contra los que tentaban el muro, pues por cinco días los romanos de todas partes peleaban, y todo en balde (nota: Se refiere a que los zelotes hostigaban desde arriba a los romanos que intentaban penetrar la sólida muralla, impidiéndoles franquearla). Al sexto día, Cestio, con muchos flecheros, arremetió al templo por la parte septentrional, y los judíos resistían desde el portal (nota: Se refiere aparentemente a la “puerta de las ovejas” que daba acceso a los patios del Templo), de manera que presto arredraron a los romanos que se llegaban al muro, los cuales, rechazados por la muchedumbre de los tiros, a la postre partieron de allí (nota: Se refiere aparentemente a que los zelotes rechazaron con proyectiles los primeros embates romanos contra el muro norte del Templo). Los romanos que iban delanteros, cubiertos con sus escudos, se llegaban al muro, y los que seguían por semejante orden, se juntaban con los otros; entretejiéronse, hecha una cobertura llamada testudine (nota: Testudo), o escudo de tortuga, de manera que las saetas que daban encima eran baldías; así que los guerreros romanos cavaban el muro sin recibir daño, y quisieron poner fuego a las puertas del templo, porque ya los escandalosos tenían gran temor, y muchos echaban a huir de la ciudad como si luego se hubiera de tomar (nota: Se refiere a los últimos embates romanos en aquel punto del muro norte del Templo, bajo testudo, que estaban resultando ser muy eficaces, al grado que los fanáticos defensores del interior empezaron a percibir la derrota judía inminente y algunos de ellos comenzaron a fugarse). De esto se alegraba más el pueblo, porque cuanto más partían de ella los muy malos (nota: Los zelotes), tanto mayor licencia tenían los del pueblo para abrir las puertas y recibir a Cestio como a varón de quien habían recibido beneficios (nota: Se refiere a la expectativa que se estaba generando en la gente no fanática, pues ante la aumentante fuga de zelotes acobardados cada vez se hacía más fácil intentar abrir las puertas de las inexpugnables murallas a los romanos); y de hecho, si poco más quisiera perseverar en el cerco, tomara luego la ciudad (nota: Se refiere a que Cestio no percibía que con un poco más de perseverancia en el socavamiento del muro norte del Templo y en el asedio a otras partes amuralladas, fácilmente hubiera tomado la ciudad); mas yo creo que Dios, que no favorece a los malos (nota: Aparentemente, se refiere a los zelotes y los supuestos comandantes romanos sobornados por Floro), y las cosas santas suyas (nota: Se refiere, por lo visto, a la hipótesis errónea de que Dios protegía de algún modo el Templo) estorbaron aquel día que la guerra feneciese (nota: Se refiere a que la guerra judeo romana hubo de prolongarse varios años más, pues Cestio se dio finalmente por vencido en la toma de la ciudad)”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 127]
    Existen unos comentarios de Flavio Josefo, pertenecientes al capítulo XXIV, libro II, de su obra histórica “Las guerras de los judíos”, que refrendan lo que se acaba de exponer. Por ejemplo, acerca de la intentona de Agripa de pactar una rendición con los judíos de Jerusalén, dice: “Viendo Agripa que la muchedumbre infinita de los enemigos tenía tomados los montes en derredor (nota: Se refiere a los guerrilleros judíos escondidos en las montañas cercanas) y que los romanos no estaban seguros de peligro (nota: Se refiere al peligro de que súbitas incursiones guerrilleras diezmaran y desorganizaran fatalmente al ejército romano), quiso tentar con palabras a los judíos (nota: Se refiere al empleo de astucia dialéctica por parte de Agripa, al objeto de conseguir una rendición pactada de Jerusalén), pensando que o le obedecerían todos para dejar la guerra, o si algunos en esto contradijesen, él los haría llamar y les diría que se apartasen de aquel propósito. Así que de sus compañeros envió allá a Borceo y a Febo (nota: Se refiere a dos oficiales amigos de Agripa e intengrantes de su ejército de apoyo a Cestio), que sabía ser de ellos muy conocidos, para que les ofreciesen la amistad de Cestio por pleitesía, y cierto perdón que de los pecados les otorgarían los romanos, si dejadas las armas quisiesen acuerdo con él. Mas los escandalosos (nota: Se refiere a los fanáticos zelotes), por miedo de que la muchedumbre, con esperanza de la seguridad, se pasaría a Agripa, determinaron matar a los embajadores, y mataron a Febo antes que hablase palabra; Borceo huyó herido, y los escandalosos, hiriendo con palos y con piedras, compelieron a los populares que tenían aquesta hazaña por muy indigna (nota: Se refiere al hecho de que los zelotes agredieron a la muchedumbre, la cual manifestó su desagrado por el ataque a los dos mensajeros de Agripa y parecía vulnerable a la propuesta de rendición del monarca), que se metiesen en la ciudad. Cestio, hallado tiempo oportuno para vencerles a causa de la arriesgada discordia entre ellos levantada, trajo contra los judíos todo el ejército, y metidos en huída, fue tras ellos hasta Jerusalén (nota: Se refiere al hecho de que el general romano respondió a dicha provocación avanzando con todo el ejército y haciendo que los judíos se refugiaran tras los muros de su ciudad santa)”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 126]
    La gran pregunta que se harían entre sí los cristianos confinados en Jerusalén ante el asedio romano, que auguraba la caída o muerte inminente de la resistencia zelótica atrincherada en el templo y la subsiguiente y presumible destrucción o fallecimiento de la ciudad, era tal vez la siguiente: ¿Cómo vamos a escapar de aquí? Para ellos resultaba bastante clara la señal predicha por Jesucristo relativa a la profanación del templo por ejércitos acampados contra la ciudad santa, con sus insignias o estandartes idolátricos a punto de ser enarbolados sobre los muros y los edificios de aquel lugar tenido por sagrado, pues la penetración romana a través de la puerta norte del templo parecía ya inevitable y una cuestión de minutos; sin embargo, según la misma profecía, ellos (los cristianos) habrían de huir a las montañas, algo imposible en aquel momento, puesto que no podían salir del recinto protegido por la primera muralla de la ciudad, huyendo a través de sus puertas fuertemente cerradas y defendidas por grupos de fanáticos zelotes. De manera que sólo la fe en las palabras de su maestro, Jesucristo, podía alentarlos en aquella hora fatídica, en la cual el sentido común predecía un desenlace muy perjudicial para los judíos atrapados dentro de aquella formidable “primera muralla”. En efecto, la estrategia de Cestio, que mostraba una desmesurada desconfianza hacia los judíos atrapados aunque incluso algunos aparentaran ser favorables a la rendición y una enorme indignación e irritación contra todos los asediados, consistía en incendiar y tomar la Bezeta (cosa ya hecha, en primer lugar), y, acto seguido, penetrar en el solar del templo y convertirlo en cuartel general (razón por la cual los legionarios, bajo testudo, intentaban ahora socavar la denominada “puerta de las ovejas”, es decir, la puerta norte del templo); entonces, desde esta ventajosa posición, fácilmente tomar la fortaleza Antonia, habilitando así para todas sus tropas un espacioso lugar bastante seguro, completamente invulnerable a las guerrillas judías y bien avituallado y preparado para dominar fácilmente cualquier rescoldo de la revuelta. Evidentemente, de haberse alcanzado este objetivo, nadie podría descartar que las tropas romanas (entre las cuales, según Josefo, había soldados y comandantes que estuvieron bajo las órdenes del procurador Floro y consecuentemente se destacaron por servir de ejecutores en los asesinatos masivos patrocinados por dicho procurador) se extralimitaran en el asalto a los barrios alto y bajo de la ciudad, protegidos por la primera muralla, y causaran una verdadera masacre en el interior de esta superficie. Por lo tanto, esa última etapa de la toma completa de la ciudad, es decir, la situada dentro de la “primera muralla”, podría ser devastadora para los cristianos atrapados en ella (al no poder escapar con sus familias ni hacia dentro de la ciudad, a causa de romanos y los zelotes, ni hacia fuera de la misma, a causa de las patrullas romanas que rodeaban la ciudad).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 125]
    Es muy posible que los cristianos que residían en Judea, en aldeas y poblaciones del entorno geográfico de Jerusalén, hubieran emprendido su huída a Pela incluso antes del asedio de la ciudad santa por Cestio Galo en noviembre del 66. Ello estaría en concordancia con el apresto que dio Jesucristo a sus seguidores unas 3 décadas atrás, en los siguientes términos: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (se sobreentiende: La marcha de Cestio Galo hacia la ciudad santa, para asediarla y tomarla, debió ser ostensible para todos los pobladores de la zona, pues este general romano comandaba un gran ejército que iba devastando, expoliando e incendiando casi todas las villas que se cruzaban en su camino y nadie ignoraría que el punto final de ese itinerario militar era la toma de Jerusalén; por consiguiente, es bastante probable que muchos cristianos de las aldeas y poblados de la zona se hubieran marchado en dirección a las montañas y, de haberse organizado bien, tal vez todos se encaminaron hacia Pela); y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen (se sobreentiende: Los cristianos de intramuros de la ciudad santa difícilmente podrían salir de dicha ciudad bajo asedio, de manera que habrían de esperar con confianza en Dios y paciencia a que de alguna manera se les presentara la oportunidad de huír); y los que estén en los campos, que no entren en ella (se sobreentiende: Según los registros históricos, la reacción de los israelitas de las inmediaciones rurales de Jerusalén ante el avance y aproximación de las tropas de Cestio Galo fue la de refugiarse en la ciudad santa, pero los cristianos del lugar estaban aleccionados de que tal maniobra de supervivencia era una trampa que debían evitar); porque éstos son días de venganza (se sobreentiende: Según algunos doctos bíblicos, basándose en la etimología de los términos originales que se traducen “venganza” y también en la concordancia semántica con otros pasajes de la sagrada escritura que mencionan situaciones similares, aquí “venganza” se refiere a justa retribución o pago ineludible, el cual, de no efectuarse, pondría en entredicho el amor de Dios por lo que es recto y verdadero, algo que evidentemente sería altamente decepcionante en los tribunales celestiales), y se cumplirá todo cuanto está escrito” (Evangelio según Lucas, capítulo 21, versículos 20-22; Biblia de Jerusalén de 1975).

    Editado 2 veces. Última edición: 2017-08-17 09:32:27

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 124]
    Tomada la Bezeta, los romanos de vanguardia avanzaron en “testudo” contra el muro norte del templo, como se ha dicho, con el objetivo de incendiar la “puerta de las ovejas” y penetrar así en lo más inexpugnable de la ciudad, mientras que los zelotes defensores cedieron al verse sometidos a un alud de flechas y proyectiles lanzados por los romanos de la retaguardia contra las murallas inmediatas a dicha puerta, mediante sus arqueros y sus máquinas de guerra y catapultas, en apoyo a los zapadores (la vanguardia de soldados bajo testudo que intentaban horadar la puerta). Podemos imaginar a algún cristiano mirando furtivamente, desde la primera muralla, la acometida romana contra la puerta norte del templo, a respetable distancia de seguridad evidentemente, pues parece que toda la actividad bélica de la ciudad se había concentrado ahora en dicha zona y que el resto de la primera muralla apenas estaba siendo defendida ni atacada. Probablemente, a un tal espectador, aleccionado en las profecías de Jesucristo acerca de los fines de los tiempos, tendrían que asaltarle y bullirle en la memoria las palabras contenidas en el evangelio (que, con toda seguridad, eran frecuentemente leídas en las reuniones privadas que celebraban los cristianos en la Jerusalén hostil a las buenas nuevas de aquella época): “El profeta Daniel escribió acerca del horrible sacrilegio (se sobreentiende: Daniel el profeta registró una predicción concerniente al desahucie final de la ciudad santa y de su templo, tenido éste por sagrado incluso por los primeros seguidores de Jesús antes de que Dios mismo lo rechazara mediante hacer que el cortinaje que cerraba el recinto del Santo de los Santos se rasgara en dos pedazos cuando el Mesías expiró; por lo tanto, dicha profecía señalaba a una sazón que, vista desde el prisma de los judíos en general, tanto de los seguidores de Jesucristo como de los que lo repudiaron, equivalía a un sacrilegio o profanación de aquel centro de adoración universal situado en Jerusalén, tal como efectivamente ocurrió en noviembre del año 66 cuando los ejércitos romanos intentaron socavar o zapar la Puerta de las Ovejas que daba acceso a dicho Templo). Cuando ustedes lo vean en el Lugar santo — el que lee, entienda — (se sobreentiende: Estas palabras de Jesucristo llaman atención particular a los cristianos de Judea, puesto que los acontecimientos que describen ocurrirían en Jerusalén, teniendo como centro de atención el Lugar santo o Templo; y el Maestro, sabiendo que tras su muerte se escribirían sus palabras, instó a leer este pasaje sagrado con mucha reflexión, de tal manera que se aplicara entendimiento o perspicacia a la interpretación o exégesis de la profecía, sin olvidar que concordaba con lo dicho por Daniel el profeta acerca del mismo evento), entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas (se sobreentiende: A la zona montañosa que mejor les conviniera en distancia prudencial y salvaguarda, y que resultó ser el entorno inmediato de la ciudad de Pella o Pela); y el que esté en la azotea de su casa, que no baje a sacar nada (se sobreentiende: El cristiano que viere la señal profética cumplirse no debería dilatarse o entretenerse en huir a las “montañas” por medio de hacerse un equipaje o tomar provisiones para el viaje); y el que esté en el campo, que no regrese ni aun a recoger su ropa. Pobres mujeres aquéllas que en tales días estén embarazadas o tengan niños de pecho (se sobreentiende: Parece que tales palabras aplicarían a mujeres judías que no eran cristianas y, por ende, no atisbarían ninguna señal profética que las pusiera alerta para huir; sin embargo, toda cristiana que se hallara en la zona de peligro y se dilatara en emprender la huida tal vez pudiera verse implicada en el mismo horror que les sobrevendría a sus vecinas judías). Pidan ustedes a Dios que no hayan de huir en el invierno (se sobreentiende: Huir en pleno invierno hacia una zona montañosa donde incluso pudiera nevar en el camino, sin llevar provisiones para tal viaje, podría significar, sobretodo para los niños y los ancianos, una muerte casi segura) ni en sábado (se sobreentiende: Los cristianos que vivieran en la ciudad de Jerusalén estarían sometidos a una serie de leyes sociales propias del judaísmo, entre ellas las leyes sabáticas, que suponían una notable restricción para poder entrar o salir de la ciudad santa en día de sábado); porque habrá entonces un sufrimiento tan grande como nunca lo ha habido desde el comienzo del mundo ni lo habrá después (se sobreentiende: El sufrimiento del fin del mundo judío del primer siglo, centrado en Jerusalén y su Templo sagrado, sería indescriptible, sin parangón en toda la historia pasada o futura del pueblo de Israel; sin embargo, tal final llegó unos 4 años más tarde del ataque de Cestio Galo, a saber, en el año 70, a manos del general Tito, futuro emperador de Roma). Y si Dios no acortara ese tiempo, no se salvaría nadie (se sobreentiende: A menos que Dios interviniera, ni buenos ni malos sobrevivirían; y esto trae a la memoria el Diluvio, cuando, gracias a que Dios instruyó a Noé para que construyera un arca, él y sus otros 7 familiares fieles fueron los únicos seres humanos que escaparon con vida; pero aquí determinados eruditos ven una aplicación profética principal para el fin del mundo futuro y no el que ocurrió en Judea en el año 70 de la EC, dado que los registros históricos muestran que hubo sobrevivientes judíos que fueron esclavizados por los romanos cuando Jerusalén fue destruida en dicho año 70 de nuestra era, esto es: en ese año fatídico para Jerusalén y su templo no fue necesario que Dios acortara el “tiempo de aflicción” en beneficio de los fieles seguidores de Cristo en Judea, entre otras cosas porque prácticamente todos ellos habían huído a Pela a partir de finales del año 66); pero lo acortará por amor a los que ha escogido” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 15-22; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 123]
    Tal vez Cestio hubiera podido entonces forzar varias de las diversas entradas de la ciudad y apoderarse rápidamente de ella, puesto que parece que los rebeldes zelotes se encontraban en ese momento muy intimidados y no poseían pleno control sobre la situación en intramuros, dado que muchos de los judíos sitiados albergaban la esperanza silenciosa de que se pactara una honrosa rendición, permitiéndose al fin que los romanos entraran en la ciudad y la controlaran, terminando así con aquella amarga y descabellada rebelión. Sin embargo, el máximo comandante romano adoptó una postura extremadamente desconfiada y prudencial, puesto que ignoraba el verdadero estado de vulnerabilidad de la ciudad y evidentemente no percibía que los ánimos de los sitiados estaban muy divididos y que era tal la desazón que, según Josefo, no hubiera sido muy difícil el éxito de los atacantes. A esto habría que añadir que, según parece y también según lo que afirma Josefo, la mayoría de los comandantes de la caballería y algunos prefectos del ejército de Cestio hicieron desistir a éste de la idea de continuar asaltando la ciudad porque estaban sobornados por el dinero que les dio Floro (dicho soborno es una afirmación cuestionable, pero en todo caso sí es posible que aquellos comandantes estuvieran temerosos de que se produjeran emboscadas en intramuros y hasta en la retaguardia de los campamentos en extramuros, dado que no era posible ignorar una eventual acción guerrillera venida desde las colinas y montañas circundantes). Parece que algunos notables de la ciudad le hicieron saber a Cestio que le abrirían las puertas de la primera muralla, quizás aprovechando que los zelotes se habían refugiado mayoritariamente en el interior de las murallas del Templo y en la fortaleza Antonia; pero, por lo dicho, el máximo comandante romano no se fiaba de ellos y no les hizo caso. Más bien, los romanos intentaron el asalto por varios puntos de la muralla durante 5 días, pero fueron rechazados por los defensores. Parece que en una de las últimas ofensivas los romanos hicieron un “testudo” (cubierta que formaban alzando y uniendo los escudos sobre sus cabezas para protegerse), socavaron el muro norte del templo e intentaron incendiar la puerta denominada “de las ovejas”, mientras que los defensores cedían al verse abrumados por una lluvia de proyectiles lanzados contra las murallas.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 122]
    Debían ser las proximidades del mes de noviembre del 66 cuando Cestio puso sus tropas en orden de batalla, pero los judíos, impresionados por los efectivos militares, la férrea disciplina y la amenazadora formación de batalla del ejército romano, se refugiaron todos en el interior de la ciudad santa. A continuación, Cestio parece que envió un ala de su ejército en avanzada y prendió fuego a las casas de los suburbios de la parte norte de Jerusalén (la Bezeta) sobrepasando con relativa facilidad las murallas sudoccidentales que la protegían. Ésta era la denominada “tercera muralla” de la ciudad, de construcción más reciente y menos inexpugnable que las otras 2 murallas de la misma ciudad (pues había 3 murallas que defendían el perímetro de Jerusalén). La construcción de la misma fue iniciada por el rey Herodes Agripa I en el año 41 y se detuvo en el año 44, a causa de la muerte de este monarca; pero al comienzo de la gran rebelión judía, en la primavera del año 66, los sublevados completaron la construcción de dicha muralla como medida cautelar frente a posibles represalias futuras de los romanos y de sus apoyadores. Unos 3 días antes del ataque e incendio de la Bezeta, Cestio acampó con el grueso de sus tropas en extramuros, en un enclave llamado Monte Escopo (Scopo o Skopus), a un kilómetro de Jerusalén, donde probablemente había una atalaya u observatorio desde el cual se dispondría de una buena vista de la ciudad y de todo su perímetro, así como de todo el teatro de operaciones militares previstas contra la parte norteña y central de la ciudad. También parece que durante el asalto incendiario de la Bezeta, o tal vez a continuación del mismo, Cestio ordenó un segundo asentamiento o campamento romano en las inmediaciones de la Ciudad Alta (barrio alto), frente al palacio real (Palacio de Herodes), como entre 100 y 400 metros de distancia del denominado “primer muro” de la ciudad, donde posteriormente también acamparían las legiones de Tito (en la primavera del año 70). Respecto a esta primera muralla, parece que fue construida por el rey Ezequías de Judá a finales del siglo VIII antes de la EC, pues en la Biblia hay una descripción detallada de su edificación en las vísperas de la invasión asiria en el territorio palestinense; se trataba de una muralla increíblemente ancha (de cerca de 7 metros), según los restos arqueológicos encontrados, y construida con grandes piedras; una poderosa fortificación ideada para proteger un nuevo barrio residencial construido en la colina sudoeste de Jerusalén, que, hasta aquel entonces, comprendía sólo la Ciudad de David y el Templo en el Monte Moría; pero la muralla fue dañada a comienzos del siglo VII antes de la EC, cuando Jerusalén fue conquistada por los babilonios bajo Nabucodonosor; no obstante, hacia el siglo II antes de la EC, esta primera muralla fue restaurada por los gobernantes asmoneos o macabeos, que invirtieron ingentes esfuerzos por aumentar el área de Jerusalén y reforzar sus fortificaciones. Por consiguiente, dicha primera muralla era mucho más sólida que la tercera, razón por la cual la ofensiva inicial de Cestio Galo contra la ciudad santa se dirigió a la parte más baja y aparentemente más vulnerable de la tercera muralla.

    Editado 2 veces. Última edición: 2017-08-19 11:18:58

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 121]
    Probablemente, hacia la segunda mitad de septiembre del año 66 ocurrió esta repentina desgracia bélica contra los romanos, donde perdieron medio millar de hombres y donde también pudieron constatar que no sería nada fácil tratar de combatir la rapidez y la eficacia de las guerrillas judías. Cestio Galo permaneció en el lugar (es decir, en el entorno de Lida) durante varios días, y nuevamente fue hostigado en la retaguardia por diversos grupos de guerrilleros. El rey Agripa II, considerando la situación y viendo el peligro que podía correr el ejército de Cestio, envió negociadores a Jerusalén, pero los extremistas zelotes los atacaron antes de que pudieran siquiera decir a qué habían ido. A la gente del pueblo que protestó por este hecho, los extremistas los apalearon y apedrearon. Josefo explica estos acontecimientos de la siguiente manera: “Agripa trató ahora de negociar con los judíos. Envío a dos de sus amigos a ofrecerles la amnistía en nombre de Cestio, si los judíos entregaban las armas. Pero los rebeldes, temiendo que la multitud entera pudiera aceptar la propuesta, atacó a los emisarios, dando muerte a uno e hiriendo a otro. Los ciudadanos que protestaron por esta acción fueron apedreados y apaleados”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 120]
    El gobernador de Siria, Cestio Galo, decidió que ya era el momento de intervenir militarmente en Judea. Reunió a la legión XII (Fulminata), más 2000 soldados escogidos de las otras tres legiones que había en Siria, a los que añadió numerosas fuerzas de caballería, y muchas tropas auxiliares. El rey Agripa II aportó 3000 soldados de infantería y un millar largo de jinetes. Agripa en persona acompañó a Cestio con el ejército. Se incendiaron algunas poblaciones rebeldes que encontraron desiertas a su paso, pues la gente había huido a las montañas. Tras la marcha de las tropas romanas, los judíos aparecieron por sorpresa y cayeron sobre algunos de los auxiliares sirios que se entretenían demasiado en los saqueos de esas poblaciones, y mataron a varios centenares de ellos. Cestio asaltó la ciudad de Jope, cuyos habitantes fueron cogidos tan desprevenidos que no tuvieron tiempo ni de huir ni de defenderse. Murieron más de 8000 personas, según Josefo. Varios destacamentos romanos asolaron toda la región, y una parte del ejército fue enviada a Galilea. La ciudad más fortificada de Galilea, Séforis, se mantuvo pacificada y recibió a los romanos con aclamaciones, por lo que todas las demás ciudades galileas importantes les imitaron, aunque numerosos grupos de rebeldes y bandidos huyeron a los montes, siendo luego cercados y desbaratados por los romanos. Cestio prosiguió el avance por Judea e incendió Lida, que también encontró vacía. Los de Jerusalén, sin embargo, hicieron una salida repentina contra las fuerzas romanas que se acercaban, y llegaron a ponerlas en apuros, aunque la maniobra de la caballería y de la infantería no implicada en la lucha salvó la situación para los romanos. Con todo, el revés fue de consideración: murieron más de 500 romanos frente a una veintena de bajas judías.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 119]
    Para agosto-septiembre del año 66, las matanzas aumentaron enormemente por toda Palestina. La descripción de Josefo es estremecedora: “Incluso los que antes habían parecido más pacíficos eran ahora empujados por la avaricia a cometer crímenes contra los enemigos. Se robaban impunemente los bienes de las personas asesinadas y se llevaban a sus propias casas los despojos de las víctimas, como si se tratara de una batalla. Era considerado un individuo famoso aquél que más provecho había sacado, dado que éste era el que había asesinado a más gente. Se podían ver las ciudades llenas de cadáveres sin sepultar y tirados en el suelo los cuerpos de ancianos, de niños pequeños y de mujeres, a las que no habían dejado nada que cubriera su pudor. Toda la provincia se llenó de desgracias inenarrables, pero aun peor que las crueldades que tenían lugar cada día era la tensión que producía la amenaza de nuevos males”. Los muertos se contaban por decenas de miles en diversas ciudades (Escitópolis, Ascalón, Ptolemaida, y muchas otras), y eran muchos más los detenidos y encarcelados, según el odio o el miedo que cada una de ellas sintiera hacia la población judía, asegura Josefo. Tan sólo Antioquía, Sidón, Apamea y Gerasa impidieron que se matase o apresase a ningún judío residente en ellas. En el reino de Agripa II algunos cortesanos conspiraron aprovechando la ausencia de este rey, que había ido a Antioquía a ver al gobernador romano Cestio Galo, pero fueron eliminados. Los soldados romanos de la fortaleza de Maqueronte, en la Transjordania, recibidas garantías suficientes, se retiraron del lugar, que fue ocupado por los judíos sediciosos. También en Egipto, en la superpoblada Alejandría (una ciudad de casi 300.000 habitantes) hubo revueltas antijudías. Las autoridades romanas castigaban diariamente a gente de los dos bandos, grecoegipcio y judío, para reprimir los disturbios. Pero tras uno de esos incidentes diarios, la multitud judía se amotinó y se dirigió hacia el anfiteatro con antorchas, amenazando con quemarlo con todos los alejandrinos allí reunidos. El gobernador, Tiberio Alejandro (emparentado con la aristocracia judía de la ciudad), para evitar una matanza sobre los grecoegipcios intentó al principio disuadir a los hebreos con razonamientos, a través de personalidades de prestigio en su comunidad, pero los amotinados les insultaron y les echaron. El gobernador envió entonces a las dos legiones romanas acampadas en la ciudad. Las tropas entraron en el barrio denominado Delta, el principal de los dos barrios judíos (los otros 4 barrios de Alejandría se denominaban también con las primeras letras del alfabeto griego), y saquearon y quemaron las casas, con mujeres, niños y ancianos dentro. Josefo da la cifra aparentemente exagerada de 50.000 cadáveres amontonados; con todo, debieron de ser varios miles, aunque la matanza parece que fue obra sobre todo de la plebe de Alejandría más que de los propios romanos.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 118]
    Poco se sabe de lo que sucedió con las comunidades cristianas asentadas en la zona palestinense durante el verano del 66. La Biblia no contiene información al respecto, pues desde el año 65 (en que el apóstol Pablo, en Roma, escribió su Segunda Epístola al cristiano Timoteo desde la prisión en donde se hallaba y en donde ese mismo año fue decapitado por orden de Nerón) hasta el año 96 (cuando el apóstol Juan, casi centenario, escribió el Apocalipsis en su aprisionamiento en la ista de Patmos) existe una laguna documental en este sentido. Ahora bien, según la tradición eclesiástica primitiva, de fiabilidad incierta, los cristianos de Jerusalén y de Judea emigraron poco a poco al otro lado del río Jordán, hacia la región de Perea, de tal manera que durante aquel sofocante verano del 66 sólo quedaría un remanente menos grueso de seguidores de Jesucristo en la zona duramente afectada por la sublevación. En las comunidades de Siria parece que en general fueron respetados y tolerados, entre otras cosas porque quizás las comunidades cristianas del lugar eran plurirraciales y habían dado muestras de su pacifismo y de su distanciamiento de las controversias sociopolíticas de la época. Dice Josefo, tal vez en alusión a los cristianos y a matrimonios mixtos de sirios y judíos, que los sirios tenían bajo sospecha a los simpatizantes de los hebreos pero nadie se atrevía decididamente a matar a este grupo ambiguo que había entre ellos, aunque recelaban de esta población mixta y la trataban como si fuera una masa de extranjeros.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 117]
    Un fanático zelote llamado Manahem (hijo del famoso mesías fallido llamado Judas el Galileo, que se levantó contra los romanos y fue eliminado por éstos en tiempos del gobernador Quirino, a principios del siglo I de nuestra era) volvió de Masadá con una guardia personal de bandidos perfectamente equipados en los arsenales de la fortaleza y se hizo el jefe de la revuelta, dirigiendo el asalto contra el palacio real. Se permitió salir a los soldados de Agripa y a otros judíos, bajo juramento de respetar sus vidas, y entonces los romanos se quedaron solos y completamente desalentados. Unos sicarios sorprendieron al Sumo Sacerdote escondido en un canal cercano y le asesinaron. Sin embargo, pronto surgieron las disensiones entre los rebeldes a causa de los excesos de Manahem, cuya tiranía y crueldad se hacían insoportables incluso para muchos sublevados, sobre todo para Eleazar y su grupo, y éstos se apoyaron en el profundo odio que la mayoría de la población sentía hacia los sicarios, que tanto les habían aterrorizado hasta poco antes de la revuelta. Manahem fue sorprendido cuando con una pequeña escolta de los suyos se paseaba arrogantemente por la explanada del Templo: la muchedumbre se les echó encima, y aunque el propio Manahem consiguió huir, luego fue capturado, escondido en una cloaca, y linchado salvajemente. De este modo acabó la efímera jefatura de estos sicarios en Jerusalén; el resto de sus hombres huyeron a refugiarse con los suyos en la fortaleza de Masadá. Entretanto, el prefecto romano, sitiado junto a sus soldados, envió emisarios al nuevo jefe de las masas sublevadas, Eleazar (no menos fanático y criminal que el anterior), ofreciendo entregarse a cambio de sus vidas. Los rebeldes aceptaron y enviaron a algunos judíos a establecer los acuerdos y juramentos. El prefecto bajó con sus soldados. Nadie les atacó mientras estuvieron armados; pero cuando, según lo pactado, los romanos entregaron sus armas y se dispusieron a retirarse, los hombres de Eleazar los rodearon y los mataron a todos, excepto al propio prefecto, que fue el único que les suplicó que le perdonasen la vida con la promesa de hacerse judío y circuncidarse. La matanza de estos romanos, según hace notar Josefo, había tenido lugar en sábado, día sagrado de los judíos y evidentemente profanado por Eleazar. Ahora, consumada esta acción, todos comprendieron que la guerra era del todo irreversible. Ese mismo día, los habitantes grecosirios de Cesarea asesinaron a todos los judíos que aun quedaban en dicha ciudad (varios miles). El propio Floro y sus tropas colaboraron en la matanza. Los judíos, a su vez, saquearon varias aldeas de Siria y algunas ciudades de la Decápolis, así como otras ciudades de la franja de Gaza. Los sirios, por su parte, mataron a los judíos de sus ciudades. Josefo escribe: “Todas las ciudades se dividieron en bandos, y la única forma de salvarse era que los unos se anticiparan a dar muerte a los otros”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 116]
    Pero, en realidad, la revuelta ya había empezado. Un grupo de zelotes y sicarios se dirigieron a la antigua y casi inexpugnable fortaleza herodiana de Masadá, y tras tomarla por sorpresa degollaron a la guarnición romana que la ocupaba y pusieron a gente de los suyos para custodiarla. Un tal Eleazar, hijo del Sumo Sacerdote y que ostentaba el cargo de comandante del Templo, convenció a todos los exaltados para que se prohibiesen en el Templo las ofrendas y sacrificios hechos a favor de los extranjeros. De este modo se dejaron de hacer los sacrificios diarios que hasta entonces se hacían por la salud del emperador. Los notables de la ciudad, los altos sacerdotes y los jefes fariseos intentaron convencer a los sediciosos, pero el control de la multitud se les había escapado ya de las manos. Enviaron en secreto embajadores a Floro, por un lado, y al rey Agripa, por otro, rogándoles el envío inmediato de tropas para acabar con la revuelta en sus comienzos, antes de que ésta incendiase toda Judea. Agripa envió un destacamento de unos dos mil jinetes, que se apoderaron de la parte de Jerusalén conocida como “ciudad alta”, y con ellos se refugiaron los notables judíos, los altos sacerdotes y todos aquéllos que deseaban la paz. Los sediciosos los acosaron con proyectiles y con escaramuzas durante una semana. Los grupos de sicarios salieron ahora a la luz y se unieron a los amotinados. Las masas incendiaron el palacio de los antiguos reyes asmoneos y los edificios anexos que habían sido construidos por Agripa II, y quemaron también los archivos para hacer desaparecer los contratos de los préstamos y las deudas, los cuales no tardaron en arder puesto que comenzaba a declararse un tórrido verano (el aciago verano del año 66). La sublevación tomaba así un cariz demagógicamente revolucionario y social. Las tropas del rey, arrinconadas, tuvieron que retirarse al otro palacio real (el que había pertenecido a Herodes el Grande), situado junto al campamento de la cohorte romana. Los rebeldes atacaron entonces la fortaleza Antonia, donde se habían refugiado algunos soldados de la guarnición romana, que fueron capturados y ejecutados. La fortaleza fue incendiada, y los rebeldes asaltaron de nuevo el palacio real, donde estaba el resto de las tropas romanas y los soldados de Agripa; pero la mayoría de los sacerdotes y oligarcas judíos, que habían estado con ellos, huyó por las galerías y las alcantarillas subterráneas.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 115]
    Una vez en Cesarea, Floro escribió al gobernador de Siria, Cestio Galo, responsabilizando a los judíos del comienzo de las hostilidades; pero las altas autoridades de Jerusalén, y con ellos también la propia hermana del rey Agripa (Berenice) hicieron otro tanto, contándoles a Cestio los numerosos ultrajes y crímenes cometidos por Floro contra la ciudad. Cestio, tras consultar con sus oficiales, decidió enviar primero, antes de acudir con las legiones, a alguna persona de su confianza para que le informase sobre la situación y sobre las intenciones de los judíos. Mandó a uno de sus tribunos, que se encontró con el rey Agripa en una ciudad de la llanura filistea cuando éste volvía de Alejandría. Habían acudido también allí para saludar al rey las altas jerarquías sacerdotales judías, los notables y el Sanedrín. El rey Agripa decidió ir a Jerusalén para calmar los ánimos, y el pueblo salió de la ciudad a recibirle, con los familiares de las víctimas de la matanza al frente de la multitud. Llegados a la ciudad, el rey y el tribuno romano comprobaron personalmente los daños. En la explanada del Templo se convocó al pueblo, y el tribuno le elogió su fidelidad y le exhortó a mantener la paz. Los sacerdotes se dirigieron al rey y le pidieron que enviara embajadores a Nerón para acusar a Floro y no aparecer como sospechosos de rebelión por guardar silencio ante una matanza de tan grandes proporciones. Poco después, el rey convocó de nuevo al pueblo en uno de los estadios de la ciudad, y allí pronunció un discurso con objeto de calmar los ánimos y evitar a toda costa la sublevación. El discurso, íntegramente reproducido por Josefo (La guerra de los judíos, libro II, 345 a 404), es una pieza oratoria de gran calidad, y seguramente sin reinterpretaciones añadidas por el propio Josefo, pues éste dice en otra de sus obras que unos 10 años después de estos hechos le entregó personalmente su obra sobre la guerra judía a Agripa en Roma y que éste la elogió y recomendó por carta su lectura a otras muchas personas. El discurso comenzó con un exordio en el que el rey habló claramente de sus propias intenciones (evitar la guerra) y rogó a todos que examinaran uno por uno los motivos por los que el pueblo se sentía impulsado a sublevarse. Entre otras cosas, dijo: “No hay nada que haga frente a los golpes como el hecho mismo de aguantarlos, pues la paciencia de los agredidos provoca la confusión entre los agresores”. Agripa expuso a continuación un cuadro general de la formidable potencia militar romana, enumerando uno por uno, del oriente al norte y del sur a occidente, todos los grandes pueblos y naciones sometidos al poder de Roma (casi todo el Mundo conocido entonces), haciéndo ver así a los judíos su propia insignificancia y su escasez de recursos para enfrentarse a todo un Imperio: griegos, macedonios, galos, germanos, las numerosas ciudades de Asia Menor, tracios, ilirios, iberos, egipcios, etc. Añadió: “Sólo nos queda refugiarnos en la alianza divina. Pero Dios... está también de parte de los romanos, puesto que es Él el que les ha permitido crear un imperio tan extenso”. Por último, expuso crudamente las calamidades que, por la mala decisión de unos pocos y por la crispación de los ánimos en esos momentos, podían provocar entre sus propios compatriotas y familiares (ancianos, mujeres y niños), además de que facilitarían la completa destrucción del Templo y de las ciudades judías. Cuando acabó de hablar, dice Josefo, rompió a llorar junto con su hermana Berenice, y sus lágrimas calmaron bastante los ímpetus de las masas. Gritaban algunos que no luchaban contra los romanos, sino contra Floro, y Agripa les replicó que los hechos les desmentían, pues habían dejado de pagar el tributo al César y habían demolido los pórticos de la fortaleza Antonia en Jerusalén; y les exhortó seguidamente a pagar ese tributo y a reconstruir dichos pórticos, diciéndoles que ni uno ni otro eran de Floro. Ante esto, el pueblo quedó medianamente convencido, y los magistrados y miembros del Sanedrín se dispusieron a ir por las aldeas recaudando el tributo. De esta forma parecía que el peligro de la guerra se alejaba. Sin embargo, Agripa sobreestimó su propio poder de convicción y quiso también persuadir al pueblo para que de momento obedecieran a Floro hasta que el César enviara a otro procurador. Sin embargo, aquella recomendación echó todo a perder y la masa de los judíos, excitada por los zelotes y otros extremistas, insultaron al rey y algunos hasta le lanzaron piedras, haciéndole abandonar Jerusalén. Agripa envió a Cesarea como comisionados ante Floro a los notables judíos, para que éste escogiera entre ellos a los que habían de recoger los tributos, y a continuación se retiró a su reino, en el nordeste de Palestina.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 114]
    Por lo tanto, a instancias de los sacerdotes, las muchedumbres judías salieron, pues, al encuentro pacífico de los soldados y les saludaron al pasar éstos junto a ellos; pero como las tropas no les contestaron, los más exaltados comenzaron a proferir gritos contra Floro. Ésa era la señal que esperaban los romanos para cargar contra los judíos, de modo que las tropas se desplegaron, les rodearon y les golpearon con palos sin ningún miramiento, mientras que la caballería arrollaba a los que huían y los pisoteaba. Cundió el pánico y la multitud se apelotonó en las puertas de la ciudad. Muchos murieron asfixiados y pisoteados por la propia masa humana, que era empujada violentamente por los soldados por detrás, en dirección al barrio norte. Los soldados recién llegados, por un lado, y Floro y sus tropas desde el palacio real, por otro, querían llegar hasta la fortaleza Antonia y el Templo. Pero las gentes empezaron por fin a reaccionar; se distribuyeron por los tejados y comenzaron a atacar a los romanos con dardos, piedras y otros proyectiles, y los soldados tuvieron que retirarse al campamento situado en las inmediaciones del palacio real, al no poder superar a la muchedumbre que les bloqueaba el paso por las callejuelas. Los sublevados actuaron con rapidez; se subieron a los pórticos que comunicaban el Templo con la fortaleza Antonia, cortando de este modo las pretensiones de los romanos. Floro, viendo fracasados sus planes de llegar al Templo, convocó a los sacerdotes y al Sanedrín y les dijo que abandonaría la ciudad, pero que dejaría en ella la guarnición que ellos considerasen oportuna si se comprometían personalmente a mantener el orden. A sí se lo prometieron, y Floro, dejando una cohorte, volvió a Cesarea con el resto del ejército.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 113]
    Regresando hacia los finales del año 65 o principios del 66, aproximadamente, tras la espantosa matanza que los soldados romanos bajo Floro perpetraron en el barrio o mercado alto de Jerusalén, con un saldo de unos 3600 judíos muertos en aquella trágica jornada, contando mujeres y niños; Floro no dejó que se apagaran los ánimos de una posible revuelta, sino que los avivó aún más. Al día siguiente de la matanza, la multitud acudió al barrio alto y prorrumpió en escalofriantes gritos de duelo por los muertos, a la usanza judía, entre los que se mezclaban gritos contra Floro. Los altos sacerdotes y los personajes judíos más notables, asustados de ello, se rasgaron las vestiduras (según costumbre típicamente hebraica) y se postraron ante la multitud para rogarles que no provocasen a Floro y atrajesen con ello nuevas desgracias y calamidades. La multitud les hizo caso y se dispersó. Pero Floro no estaba satisfecho. Exigió a los sacerdotes y notables que ordenasen al pueblo que acudiesen al encuentro pacífico de las tropas que en ese momento venían desde Cesarea (dos cohortes más); sin embargo, mientras ellos convocaban al pueblo, el procurador envió mensajeros a los centuriones de esas cohortes para que prohibiesen a sus soldados devolver el saludo a los judíos y, en caso de que dijeran algo en contra de él, que utilizaran sus armas. Los más sediciosos de Jerusalén no quisieron obedecer al principio a los sacerdotes y se atrajeron el apoyo de las masas, todavía muy impresionadas por la matanza anterior. Fueron entonces los propios sacerdotes los que tomaron de nuevo la iniciativa y, provistos de los ornamentos sagrados y con la cabeza cubierta de ceniza, consiguieron convencer a la muchedumbre mediante muchos ruegos y súplicas, haciéndoles ver que los romanos buscaban un pretexto para apoderarse de todo el tesoro del Templo y saquear la ciudad.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 112]
    En realidad, a pesar de su brevedad, la vida de Tito (39-81, 41 años) estuvo marcada por muchos sucesos históricos significativos, como la guerra judeo-romana empezada en el 66 del primer siglo y culminada con el sitio y la conquista de Jerusalén en el 70. Tito tuvo un papel muy importante en la guerra, como comandante de las fuerzas romanas de asedio y fue él quien dirigió la destrucción de la capital judía y de su Templo, aunque parece que quiso salvar a este útimo debido a su belleza monumental pero las cosas se le escaparon de las manos. Fue en aquellos años cuando Tito conoció a la princesa Berenice, hermana del rey de Judea Agripa II, aliado de Roma. Los dos se enamoraron y empezaron una relación que continuó durante toda la guerra hasta que Tito tuvo que volver a Roma para celebrar el triunfo de su padre Vespasiano en el 71. Cuando se encontraron por primera vez, Tito apenas tenía 28 años y Berenice 39 y había estado casada ya 3 veces. No son muchos los autores antiguos que hablan de la relación amorosa entre el futuro emperador de Roma (Tito) y la princesa oriental (Berenice). Flavio Josefo, historiador judío y uno de los testigos más importantes de la guerra judeo-romana, omite por completo este aspecto de la vida de Tito. Otros historiadores, como Tácito y Suetonio, hablan muy poco de ella. El silencio de los autores demuestra la hostilidad que Berenice suscitaba en la opinión pública romana, que la considerada un potencial peligro para la estabilidad del imperio. Además, circulaban fuertes rumores de que existía una relación incestuosa entre Berenice y su hermano Agripa. Según algunos autores, el tercer matrimonio, que la princesa contrajo con Polemón rey de Cilicia en el año 65, tenía el objetivo de disipar esos rumores. Pero la unión matrimonial no duró casi nada y el año siguiente Berenice abandonó a su marido para volver a la corte de su hermano. En el mismo año 66 tuvo lugar el primer encuentro con Tito. Su relación con Tito evocaba la de Marco Antonio y Cleopatra y, por su personalidad y sus orígenes orientales, a menudo Berenice fue comparada a la reina egipcia: una “Cleopatra en miniatura” como la describe Theodor Mommsen en su obra (es decir, una reina inteligente y carismática que supo jugar bien con la baraja diplomática para esquilmar de Roma buenos dividendos o ganancias a favor de su país). Pero, a pesar de todo, en el 75 Berenice llegó a Roma junto con su hermano; y, en la capital, Agripa recibió los “ornamenta praetoria” (distinción honorífica de pretor) y Berenice vivió en el palacio imperial, reanudando su relación con Tito. Es muy probable que Berenice esperase convertirse en emperatriz casándose con él y por eso se quedó en Roma hasta el 79; y durante su larga estancia actuó y se comportó como una esposa, llegando incluso a participar en algunos “consilia” (asambleas jurídicas y políticas de ordenación del régimen interior romano); su influencia sobre Tito fue muy fuerte y se reflejó también en las condiciones de los judíos y de los cristianos, que durante los reinados de Vespasiano y de Tito pudieron profesar su religión con libertad. Algunos historiadores modernos piensan que el mismo Tito estuvo muy cercano al ambiente cristiano, tal vez conmovido por haber recibido alguna clase de información acerca de la actuación de los seguidores de Jesús que huyeron de Judea en el año 66 siguiendo las indicaciones proféticas de Jesucristo. Pero cuando Vespasiano fue proclamado emperador, fue inaceptable en Roma que el heredero al trono (Tito, hijo de Vespasiano) tuviera una amante de este talante; no se trataba de escrúpulos morales, bastante escasos en Roma, sino que se temía más bien que la presencia de una princesa carismática oriental conllevase un aumento de los elementos tiránicos del régimen. Es muy probable que Tito tuviera la intención de casarse con Berenice, pero todo en ella representaba una amenaza para el equilibrio del imperio, pues, además, la princesa había ya dado muestra de sus “agallas” durante la guerra, cuando intervino para impedir la masacre de la población en Jerusalén, arriesgando su propia vida ante Floro. El historiador Dion Casio cuenta que hubo una segunda visita de Berenice a Roma, cuando Tito ya era emperador, pero esta vez su estancia fue mucho más breve y ella tuvo que volver a Judea. Después no se sabe lo que le ocurrió a la princesa ni la fecha exacta de su muerte, porque todas las fuentes testimoniales cesan de hablar sobre ella.

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