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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 211]
    Durante el período macabeo, la religión judía se dividió fundamentalmente en 2 facciones rivales: los fariseos y los saduceos. Los fariseos enseñaban que Dios había dado a Israel una ley doble, parte escrita y parte oral, y fue sobre la base de esta ley oral que reconocieron la legitimidad de la línea sumo sacerdotal incluso después de haberse interrumpido la línea tradicional. Por otro lado, los saduceos negaban la existencia de una ley oral y afirmaban que sólo podía servir de sumo sacerdote un descendiente directo de Sadoc. El término “fariseo” deriva de una palabra hebrea que significa “separado” o “distinguido”. Hay quienes dicen que lo utilizaban sus opositores para calificarlos de herejes, mientras que otros afirman que se refiere a la posición “distinguida” que asumían, separándose de la denominada “gente de la tierra” (gente del vulgo), a la que consideraban inmunda o contaminada por el error. Los fariseos eran personas extremadamente pagadas de su propia justicia en lo referente a sus observancias tanto de la ley escrita como de la oral. La actitud igualmente rígida de los saduceos hacia la ley escrita posiblemente no surgió de algún sentimiento religioso especial, sino como un arma política de oposición a los poderes legislativos fariseos. También, se cree que durante la revuelta macabea surgió otro grupo religioso menos relevante al principio: los esenios. Éstos rompieron con el sacerdocio oficial y se abstuvieron de participar en los servicios y sacrificios religiosos que se llevaban a cabo en el Templo; pero, por lo demás, se adherían estrechamente a la Ley; y al igual que los fariseos, a quienes se parecían en muchos sentidos, cayeron víctimas de la influencia helenística y adoptaron creencias completamente ajenas al judaísmo tradicional, como, por ejemplo, la enseñanza platónica del alma inmortal. Este grupo probablemente no constaba de más de 4.000 miembros, todos ellos varones adultos, muchos de los cuales eran célibes. Vivían en casas comunales ubicadas en comunidades aisladas que estaban diseminadas por toda Palestina. La “Enciclopedia judaica” habla de su supuesto pacifismo, pero, por otra parte, la obra judía “Enciclopedia bíblica ilustrada” asegura que lucharon heroicamente durante la rebelión contra Roma que se inició en Jerusalén en el año 66, y hasta algunos de los líderes rebeldes salieron de sus filas. El historiador judío Josefo menciona a uno de estos líderes: un tal “Juan el esenio”, quien sirvió como general judío durante aquella Gran Revuelta. Los Rollos del mar Muerto, descubiertos en 1947, suministran información sobre una secta religiosa de Qumrán, la cual, según algunos eruditos, es idéntica a la de los esenios. Pero todas estas facciones religiosas judías se opusieron de una manera u otra a la actividad de Juan el Bautista y de Jesucristo. Por ejemplo, en lugar de dar crédito al mensaje de Juan, según Josefo, muchos de los sacerdotes recurrieron a los zelotes, un grupo de revolucionarios judíos empeñados en conseguir la autodeterminación. Grupos como éste, opuestos a la dominación romana (que había reemplazado a la griega en el año 63 antes de la EC), perpetraron actividades terroristas durante décadas. Finalmente, en el año 66 se rebelaron abiertamente, lo cual condujo, como sabemos, a la destrucción del Templo y a la desaparición de su sacerdocio. La esperanza mesiánica se vio, de nuevo, desvanecida.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 210]
    Después de la muerte de Alejandro, Palestina permaneció en manos de Grecia, primero bajo la dinastía ptolemaica de Egipto y después bajo la seléucida de Siria, ambas fundadas por los sucesores de Alejandro. Como aumentaba la influencia ejercida por Grecia, los judíos prominentes y aristocráticos empezaron a considerar desfasadas las tradiciones y costumbres judías. Los más influyentes en este sentido pertenecían a la familia de los Tobíades, quienes durante la gobernación del rey seléucida Antíoco IV Epífanes (175-164 antes de la EC) ayudaron a Menelao, por lo visto pariente suyo, a llegar a sumo sacerdote, y esto sucedió aunque Menelao no pertenecía a la ancestral familia sacerdotal de Sadoc, sumo sacerdote del templo de Salomón; por lo tanto, según el Pentateuco, esto era una usurpación y una grave ofensa contra le ley de Dios. Sin embargo, la influencia griega cobró tanta fuerza que finalmente las celebraciones religiosas judías fueron proscritas y el Templo se convirtió en un santuario griego. Esto llevó a que en el año 167 antes de la EC estallara una rebelión encabezada por el sacerdote judío Matatías y sus 5 hijos, comúnmente llamados “Los macabeos o asmoneos”. La revuelta de los macabeos, en un principio de naturaleza puramente religiosa, pronto se convirtió en una lucha política por la autodeterminación judía. En el año 165 antes de la EC, los macabeos recuperaron el Templo y lo volvieron a dedicar al servicio religioso tradicional, suceso que en la actualidad los judíos de todo el mundo celebran anualmente durante la denominada “Fiesta de las luces”, de 8 días de duración, llamada en hebreo “Hanuká”. No obstante, todavía no se divisaba ningún Mesías en el escenario. Pero para entonces, los sacerdotes no sólo tenían en sus manos el liderazgo espiritual y social del pueblo, sino que constituían la clase más poderosa y rica de Jerusalén, tanto en sentido político como económico. En consecuencia, dado que los sacerdotes se habían hecho muy altivos y negligentes en el cumplimiento de sus deberes de pastoreo y de instrucción religiosa del pueblo, algunos judíos bien instruidos que no eran sacerdotes empezaron a reemplazar a éstos en las tareas de interpretar la Ley mosaica y administrar justicia a favor de la gente común según dicha Ley. Estos hombres, conocidos como “escribas”, terminaron corrompiéndose y haciéndose diestros en encontrar pretextos y subterfugios para los individuos que utilizando el soborno estaban resueltos a burlar la Ley. No extraña, pues, que, a partir de estas malas actuaciones, el concepto de Mesías también fuera tergiversado y comenzara a diverger de su verdadero significado según las santas escrituras.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 209]
    Durante la primera mitad del siglo I de nuestra era muchos judíos palestinenses y de la diáspora se encontraban en gran expectación con relación a la profetizada venida del Mesías, el anhelado Libertador de Israel. ¿Por qué? La respuesta se relaciona con los acontecimientos que ocurrieron en Babilonia durante el siglo VI antes de la EC, cuando Ciro el rey de Persia conquistó esta ciudad y todo el imperio babilónico y permitió a los judíos, que estaban cautivos allí (pues Nabuconodosor había destruído Jerusalén a finales del siglo anterior y había deportado a los habitantes de Judea a las ciudades de Caldea), que regresaran a su tierra y reconstruyeran la ciudad santa y su Templo. Esta liberación avivó la esperanza judía de gozar del derecho a la autodeterminación, como una nación libre, y de ver cumplida la profecía mesiánica de un Libertador definitivo de Israel (una profecía varias veces señalada en el Pentateuco y en los libros de los profetas mayores, así como en los Salmos). Pero lo cierto es que estas expectativas no llegaron a materializarse. No tenían rey, y la autoridad política de sus gobernadores pronto quedó eclipsada por la autoridad religiosa del sumo sacerdote, quien llegó a ser considerado cabeza de la nación. De acuerdo con “The concise jewish encyclopedia” (La enciclopedia judía concisa), fue durante ese período cuando surgió el concepto de un Mesías guerrero liberador del pueblo hebreo, un monarca ideal para los días del futuro, quien no sería tan sólo otro gobernante más, sino el caudillo que acabaría con los enemigos de Israel y daría comienzo a una era perfecta de paz y perfección. Las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV antes de la EC permitieron que se reuniera a todos los judíos bajo su dominio (tanto en Palestina como en la Diáspora, es decir, fuera de Palestina). Según Flavio Josefo, cuando Alejandro llegó a Jerusalén los judíos le abrieron las puertas y le mostraron un vaticinio registrado en el libro de Daniel el profeta (escrito más de 200 años antes de aquel día) que claramente describía las conquistas de Alejandro como “el Rey de Grecia” (Antigüedades de los judíos, Libro XI, capítulo VIII, 5; Josefo). La citada profecía es la siguiente: «Mientras reflexionaba yo al respecto (se sobreentiende: Daniel estaba pensativo acerca de una visión profética presentada en símbolos, que se le estaba dando en aquellos momentos), de pronto surgió del oeste un macho cabrío, con un cuerno enorme entre los ojos, y cruzó toda la tierra sin tocar siquiera el suelo. Se lanzó contra el carnero que yo había visto junto al río, y lo atacó furiosamente. Yo vi cómo lo golpeó y le rompió los dos cuernos. El carnero no pudo hacerle frente, pues el macho cabrío lo derribó y lo pisoteó. Nadie pudo librar al carnero del poder del macho cabrío. El macho cabrío cobró gran fuerza, pero en el momento de su mayor grandeza se le rompió el cuerno más largo, y en su lugar brotaron cuatro grandes cuernos que se alzaron contra los cuatro vientos del cielo... El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tiene entre los ojos es el primer rey» (Libro profético de Daniel, capítulo 8, versículos 5-8 y 21; Nueva versión internacional de la Biblia, Castilian). Pero era del todo obvio que Alejandro Magno no podía ser el Mesías prometido, pues éste habría que venir de la estirpe de Abrahán por la línea de David; aunque bien es verdad que el imperio alejandrino influyó enormemente en la tierra, la cultura y la religión judías.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 208]
    En el versículo 4 del capítulo 24 del evangelio según Mateo, Jesús dijo: “Tengan cuidado que nadie los engañe. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: Yo soy el Mesías, y engañarán a mucha gente” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 4 y 5; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996). La cuestión pertinente es si hubo “falsos cristos” entre los años 30 y 60 del primer siglo de nuestra era, es decir, desde que Jesús pronunció esas palabras hasta la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70. Luego nos podemos plantear la interrogante de si también ha habido “falsos cristos” durante el siglo XX y lo que va del XXI, un período, según muchos historiadores, en el que la humanidad parece haber entrado en un callejón autodestructivo sin salida (vale decir: En la víspera del fin del mundo). ¿Por qué? Bueno, no hay que ser ninguna lumbrera intelectual para darse cuenta de ello; simplemente basta tener un poco de sensatez o sentido común. Por ejemplo, una de las fuerzas que determinan la suerte del planeta está en manos de gobernantes y políticos, quienes, lejos de someterse a un consenso común y universal, se inclinan irracionalmente en la dirección de anteponer su egoísmo personal y nacionalista a los intereses legítimos de otros líderes y de otros países; y la intensidad que esta tendencia egocéntrica ha adquirido últimamente es imparable y, peor aún, se está acelerando. En el ámbito del comercio, que es otra de las grandes fuerzas determinantes del futuro planetario, es más que evidente la marcha consumista y explotadora que tienen las grandes multinacionales, así como la mayoría de las empresas menos grandes, las cuales ofrecen un espectáculo parecido al de una “arena de gladiadores” (donde, o matas, o eres muerto; y no hay otra opción menos cruenta). El terreno religioso no puede ser más caótico y confuso, pasándose de un extremo de intolerancia (con terrorismo incluido) a un extremo de relajación tal que en él toda clase de conducta tiene cabida y disculpa (posiblemente, hasta el propio Hitler encontraría aquí amparo); y esta situación no puede menos que abocar hacia el oportunismo, el engaño de masas, la decepción, la desconfianza, el odio a lo sagrado y así sucesivamente, hasta desembocar en el materialismo puro y duro (pues los engañados y escarmentados no atisban ya otra cosa por la que luchar en la vida que no sea el animalesco instinto gratificatorio inmediato y mundanal, aunque de esto tal vez escapen unos cuantos “quijotes” reaccionarios que ni siquiera saben adónde van). Y, para abreviar, si a semejante potaje de sinrazón le añadimos el manejo de una tecnología potentísima en auge, cada vez más asequible a cualquier desaprensivo o loco psicópata que puede pulverizar nuestro planeta si se obsesiona con emplearla para fines militares, entonces se hace más que obvio que estamos moviéndonos precisamente en el mismo borde del fin del mundo.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 207]
    Evidentemente, aquellas palabras de Jesucristo tocante a la destrucción del Templo de Jerusalén no pueden aplicar al venidero fin del mundo, pues tal Templo ya no existe. No obstante, la profecía sigue así: «Luego (se sobreentiende: al poco rato de pronunciar Jesucristo la sentencia divina contra el Templo de Jerusalén) se fueron al Monte de los Olivos. Jesús se sentó, y los discípulos (se sobreentiende: Los seguidores más allegados al Maestro) se le acercaron para preguntarle aparte (se sobreentiende: Con disimulo, en privado): “Queremos que nos digas cuándo va a ocurrir esto. ¿Cuál será la señal de tu regreso y del fin del mundo? (se sobreentiende: Los discípulos, en su precario conocimiento, asociaban la destrucción del Templo de Jerusalén y de la ciudad santa con la venida de Jesucristo como rey triunfante del Reino de Dios, y con el fin del mundo de los gentiles o no judíos)”. Jesús les contestó: “Tengan cuidado que nadie los engañe (se sobreentiende: Jesucristo, dándose cuenta del superficial conocimiento profético que al presente tenían sus discípulos y del que adolecerían todavía por una o dos décadas más, les expresó su preocupación de que fueran confundidos o extraviados por maestros hábiles y farisaicos que podrían usar las santas escrituras engañosamente con relación a la liberación del pueblo de Dios por un rey mesiánico). Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: Yo soy el Mesías, y engañarán a mucha gente. Ustedes tendrán noticias de que hay guerras aquí y allá; pero no se asusten, pues así tiene que ocurrir; sin embargo, aún no será el fin (se sobreentiende: Se presentarían señales o síntomas alarmantes que podrían hacer pensar en la inminencia del fin del mundo, pero tal fin no vendría tan rápidamente como para que los discípulos se aterrorizaran por no estar suficientemente preparados para poder afrontar la situación bajo la guía divina). Porque una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; y habrá hambre y terremotos en muchos lugares. Pero todo eso apenas será el comienzo de los dolores (se sobreentiende: El fin del mundo sería algo mucho más terrible que las hambres, terromotos y cuantiosas guerras que salpicarían a la sociedad humana durante la víspera de ese acontecimiento final)”» (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 3-8; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 206]
    Como ya se ha mencionado anteriormente, la profecía de Jesucristo relativa al fin del mundo que se encuentra registrada en el evangelio según Mateo, capítulo 24, sugiere, para algunos doctos bíblicos, un entrelazamiento de 2 acontecimientos similares (esto es, con características o rasgos parecidos) separados entre sí por un gran trecho de espacio (es decir, uno de tales acontecimientos tiene carácter local y el otro tiene carácter planetario) y de tiempo (a saber, aproximadamente 2 milenios entre ambos). Se trata ahora, pues, de buscar la manera más coherente de distinguir qué parte de la profecía no es aplicable para los tiempos venideros y qué parte sí lo es. El pasaje sagrado comienza así: «Jesús salió del templo (se sobreentiende: Salió de los grandes patios del Templo de Jerusalén, donde solía enseñar a los que se congregaban allí, pues muchos judíos veían en él la figura de un profeta y de un obrador de milagros), y ya se iba, cuando sus discípulos se acercaron y comenzaron a atraer su atención a los edificios del templo (se sobreentiende: Aquellos discípulos todavía no tenían ni idea de lo que le esperaba a la ciudad santa, ni alcanzaban a comprender cómo Dios podría rechazar su propio Templo; y al presente quizás se imaginaban que el reinado predicho del Mesías estaría vinculado de alguna manera a aquel majestuoso Templo). Jesús les dijo: “¿Ven ustedes todo esto? Pues les aseguro que aquí no va a quedar una piedra sobre otra. Todo será destruido” (se sobreentiende: Estas palabras de Jesucristo debieron dejar perplejos y alarmados a sus discípulos, puesto que rompían por completo el esquema mental que ellos tenían con respecto al futuro cercano)» (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 1-3; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 205]
    Por consiguiente, parece que el momento más propicio para que los cristianos de Jerusalén huyeran a Pela fue inmediatamente después de la retirada de Cestio Galo en la primera mitad de noviembre del 66, pues poco antes de eso la climatología rigurosa del verano hubiera dificultado la marcha (pero en la primera mitad de noviembre la meteorología debió ser suave, pues faltaba un mes y medio para el comienzo del invierno); además, según Josefo, el verano del 66 se caracterizó por el aumento alarmante de matanzas por toda Palestina, tanto de judíos como de gentiles, unos contra otros, por lo que el camino desde Jerusalén hacia Pela debió ser poco seguro en este sentido. En cambio, para noviembre del 66 habían cesado esas matanzas y el conflicto armado estaba desplazado hacia el noroeste, en la dirección que va desde Bethorón hacia Cesarea. Finalmente, parece que hay una confusión con relación al distrito al que pertenecía Pela, pues los testimonios históricos la sitúan unas veces en la Decápolis y otras en Perea. Por ejemplo, Eusebio y Epifanio mencionan el lugar al que huyeron los judeocristianos de Jerusalén denominándolo a veces Pela de la Decápolis y a veces Pela de Perea. Sin embargo, este problema de ubicación exacta no es exclusivo de Pela, pues también se dio en el caso de su vecina Gadara y en otras descripciones territoriales antiguas de la Transjordania. Aparentemente, la causa de esta inestabilidad ubicatoria tenía que ver con la fluctuación de las zonas fronterizas en función de los gobiernos de turno y de los repartos territoriales o de las adjudicaciones favoritistas del propio césar.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 204]
    Si bien parece cierto que el momento idóneo para salir de Jerusalén y huir hacia Pela fue en los alrededores inmediatos de la Gran Revuelta, aproximadamente a primeros de agosto del 70, así como inmediatamente después de la retirada de Cestio Galo, aproximadamente a primeros de noviembre del 70, los testimonios históricos de Josefo (mayormente) y de otras fuentes (minoritariamente) permiten entrever que hubo múltiples casos de deserción de la ciudad en el tramo comprendido entre los años 67 y 70. Por ejemplo, Josefo enumera cuantiosos casos de huidas de Jerusalén en noviembre del 66, en el invierno del 67-68 y en junio e incluso en agosto del 70, siendo a veces las fugas de grupos numerosos de 2.000 personas; y los datos de Josefo son confirmados por la noticia de la Misná respecto a la huida de Jonatán ben Zakkay, que se hizo el muerto para que se permitiera a sus discípulos salir de la ciudad a enterrar el cadáver, tras lo cual todos ellos se entregaron a Vespasiano y el rabino consiguió que el emperador le permitiera abrir su escuela de Jamnia. No obstante, las fugas de la ciudad entre los años 67 a 70, y en especial durante el año 70, estaban cargadas de peligros, no sólo por causa de las represalias de los rebeldes fanáticos judíos sino también por parte de las tropas romanas, las cuales despreciaban asesinamente a los judíos en general y además estaban predispuestas a la expoliación y saqueo de los bienes de éstos; de manera que los desertores que caían en manos romanas corrían el abundante riesgo de ser asesinados por los soldados romanos o por las huestes auxialiares de éstos antes siquiera de que Tito o Vespasiano tuvieran noticias de las fugas y pudieran decidir sensatamente en cuanto al destino de los prisioneros.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 203]
    En cuanto a la ocupación de la región por Vespasiano, no sólo no contradice la presencia de judeocristianos en Pela, sino que la refuerza. En efecto, tras la conquista de Galilea en la campaña del 67, Vespasiano se retiró a sus cuarteles de invierno en Cesarea, dejando la XV legión (a la que después añadió la X legión, cuyo legado era Trajano, padre del futuro emperador) en Escitópolis, ciudad en la que los escitas habían matado a traición a sus vecinos judíos en el verano del 66, declarándose abiertamente a favor de los romanos. En la primavera del 68 Vespasiano cruzó el Jordán para ocupar la gran ciudad helenística de la Decápolis, Gadara, a la que los judíos habían convertido en capital fortificada de Perea. Gadara entregó pacíficamente la ciudad a los romanos, no sin que antes los judíos mataran al noble Doleso, responsable de la embajada a Vespasiano y de la decisión de derruir las murallas, y huyeran hacia el sur. Según flavio Josefo, había muchos ricos en Gadara (casi todos gentiles, aunque pudiera haber algunos judíos entre ellos) y éstos deseaban guardar sus posesiones más que nada, por lo cual eran muy favorables a pasarse a los romanos y enviar una embajada de bienvenida a Vespasiano, que estaba cercano a la ciudad; de hecho, enviaron tal embajada al general romano sin el conocimiento de los sublevados judíos, que a duras penas habían conseguido el control de la ciudad; así que éstos, cuando se enteraron de ello, decidieron huir no sin antes tomarse una rápida venganza y “derramar sangre por los daños que habían recibido (se sobreentiende: Por haber sido burlados): por esta causa prendieron a Doleso, quien era en su dignidad y nobleza el príncipe de la ciudad, y también había sido el autor de entregarse a los romanos, y luego lo mataron”; no obstante esta huída fue aplastada por Plácido, enviado por Vespasiano, con 500 jinetes y 3000 infantes, quien efectuó una terrible matanza de rebeldes y de aldeanos inocentes marchando hacia el sur de la Transjordania (masacró a 15.000 judíos fugitivos, a los que se añadieron miles de ahogados en el Jordán, los cuales habían puesto su esperanza en refugiarse en Jericó, al otro lado del Jordán). Vespasiano, tras su tranquila entrada triunfal en Gadara, volvió a Cesarea y avanzó por Judea e Idumea, dejando el mando de la región de Perea al tribuno Plácido. Y ahora Josefo explica que, una vez que Plácido se apoderó de Abila, Julia, Besimot y todas las localidades que había hasta el Mar Muerto, estableció al frente de cada una de ellas a los desertores que le parecieron más idóneos. Por lo tanto, los judeocristianos de Pela, mejor que ningún otro grupo de judíos, entrarían en esta favorable categoría de “desertores” desde el prisma de Plácido.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 202]
    La ciudad de Pela quedaba fuera de la jurisdicción de Agripa II y pertenecía más bien a la provincia romana de Siria, razón por la cual parece que la ciudad estaba controlada militarmente por una guarnición romana hacia mediados del año 66. Se puede decir que Pela, como las otras 9 ciudades de la Decápolis, era una especie de municipio con varias aldeas bajo su límite territorial y con una capital, Pela propiamente dicha, situada en un punto interior de dicho municipio, hacia el poniente; y la guarnición romana estaba en dicha capital. Al parecer, el desastre de Bethorón y la subsiguiente campaña militar de los rebeldes judíos hacia el norte a comienzos del año 67 no produjo enfrentamientos con la guarnición romana destacada en Pela, aunque tal vez sí fueran arrasadas algunas aldeas del “municipio” puesto que hubo matanzas de gentiles a manos de los exaltados rebeldes en varios enclaves de la Decápolis y de Siria, y viceversa, estando Pela dentro de la zona de peligro. Existe un texto autobiográfico de Flavio Josefo, que se ha llegado a titular “La vida de Josefo”, escrito por éste en torno a los años 94-99, posiblemente como un apéndice de su obra “Antigüedades judías”, donde el autor revisa los acontecimientos que vivió durante la guerra judeo romana, al parecer en respuesta a las alegaciones formuladas contra él por un tal Justo de Tiberíades (un autor e historiador judío que vivió en la segunda mitad del siglo I, del que poco se sabe, excepto lo que de él refiere el propio Flavio Josefo. Hijo de Pisto, nacido en Tiberíades, una ciudad de Galilea fuertemente helenizada. Hombre erudito, próximo al tetrarca Herodes Agripa II y uno de los ciudadanos más importantes de su ciudad natal. Durante la primera guerra judeo-romana (66-73) entró en conflicto con Flavio Josefo, el líder judío nombrado por el gobierno rebelde de Jerusalén para controlar Galilea. Justo escribió una historia sobre la guerra en la cual acusaba a Flavio Josefo de responsabilidad criminal en los problemas que se produjeron en Galilea). Parte de la citada réplica de Josefo, contra este Justo, lee como sigue: “Antes de que yo fuese nombrado gobernador de Galilea por la comunidad de Jerusalén, tú y todos los habitantes de Tiberíades no sólo habíais tomado las armas, sino que estabais ya en guerra contra la Decápolis de Siria. En todo caso, tú incendiaste sus aldeas y tu criado cayó en aquella empresa”. De este texto se deduce que durante la segunda mitad del año 66 y hasta el comienzo de la primavera del 67, al menos, ninguna ciudad de la Decápolis fue arrasada sino tan sólo algunas aldeas. Ahora bien, esta situación precisamente debió favorecer la posibilidad de la emigración a Pela por parte de los judeocristianos, según opinan algunos investigadores, ya que el exterminio de la población gentil de las aldeas de la comarca produjo un vacío de población que permitiría la emigración de un grupo numeroso, como los judeocristianos de Jerusalén (supuestamente unas 5.000 personas). De hecho, casi con toda seguridad, los zelotes estarían encantados de que los judeocristianos abandonaran en ese momento Jerusalén, dejándola más a merced de su partido, y de que repoblaran una zona anteriormente infectada de gentiles, puesto que el objetivo de los zelotes era un Israel limpio de gentiles. Sí es cierto que, tras la derrota del legado de Siria, Cestio Galo, esta región fue ocupada totalmente por los rebeldes bajo el mando de un tal Manasés, sin embargo Pela no fue quemada ni destruida, tal como se desprende de los trabajos arqueológicos de Smith y McNicoll. Probablemente, la actitud de los ciudadanos de Pela en el momento de incertidumbre del otoño del 66 fue similar a la de los ciudadanos de sus vecinas Gadara e Hippos, que sólo expulsaron a los sediciosos, permitiendo a los demás judíos su permanencia en la ciudad, lo que demuestra que eran proclives a la buena convivencia entre vecinos. Por otra parte, como ha argumentado Ray Pritz (del Centro de Caspari para estudios bíblicos y judíos), es muy probable que hubiese gentiles cristianos en la región (visitada por Jesús cuando sanó a los endemoniados de Gadara), y que estos gentiles hubiesen propiciado el refugio de sus hermanos correligionarios judíos huídos de Jerusalén.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 201]
    El nombre semítico antiguo de Pela, atestiguado en textos egipcios, era Phahel, que ha pervivido en la denominación actual del lugar. Los macedonios, al ocupar la región, en el siglo IV antes de la EC, le cambiarían el nombre por el de la capital de su país de origen, Pela, lugar de nacimiento de Alejandro Magno. Así que esta ciudad pasó de ser llamada Phahel a ser llamada Pela o Pella, dada la semejanza fonética. Posteriormente, los griegos la apodaron Berenikea. Aproximadamente, en el año 80 antes de la EC el rey asmoneo o macabeo Alejandro Janneo (125-76 antes de la EC), en su campaña transjordana, demolió la ciudad de Pela porque sus habitantes no quisieron adoptar las costumbres nacionales de los judíos ni convertise al judaísmo. Sin embargo, parece que la ciudad fue reconstruída poco después. En el año 63 antes de nuestra era, el general romano Pompeyo capturó la ciudad y ésta fue integrada en la parte del Oriental del Imperio. Bajo la dominación romana recibió el apelativo de Filipea (Las monedas del siglo II de Pela incluyen el apelativo Philippeia, en honor a Marcio Filipo, legado de Pompeyo entre el 61 y el 60 antes de la EC). Para el tiempo de la Gran Revuelta Judía, a mediados del año 66, Pela era aparentemente una ciudad tranquila, mayormente habitada por gentiles pacíficos que estaban bien arraigados en la cultura grecorromana. Incluso es posible que residieran en la ciudad algunos cristianos gentiles, como resultado de la brebe actividad que Jesucristo realizó en la zona, al expulsar una multitud de demonios que habían poseído a 2 gadarenos (habitantes de la ciudad de Gadara), según se registra en el evangelio de Mateo.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 200]
    Pela era una ciudad de la Transjordania (en francés, “Oultrejordain”, es decir, más allá del Jordán; nombre usado durante las “cruzadas” medievales para definir una extensa región situada al este del río Jordán) cuyas ruinas se encuentran en la actual Tabaqat Fahl. En la época romana fue una ciudad mediana, con su foro (zona central de la metrópoli, semejante a las plazas centrales de las ciudades actuales, donde se encuentran las instituciones gubernamentales, mercantiles y religiosas), sus termas (baños públicos, con estancias reservadas para actividades gimnásticas y lúdicas; también considerados como lugares de reunión a los que acudía la gente común que no podía costear el tener uno en su casa) y su Ninfeo monumental (fuentes artificiales y ornamentales de agua, generalmente dedicadas a las ninfas mitológicas griegas). Tras la campaña de excavación de 1992, se ha comprobado que tuvo una vida cultural interesante, ya que además de la muralla y el gran muro del témenos (terreno consagrado o dedicado a fines religiosos paganos) del templo en el Tell el Husn, ha aparecido un odeón (pequeño anfiteatro destinado a competiciones de música cantada) en la ladera. No era la ciudad más grande de la Decápolis (Gadara tenía 3 foros), pero sí una ciudad que podemos denominar “civilizada”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 199]
    Como acabamos de ver, Eusebio asegura que los cristianos prominentes (o pastores del rebaño cristiano) de Jerusalén recibieron algún tipo de revelación antes de la guerra contra Roma (que aparentemente estalló a comienzos del verano del año 66, cuando se produjo la Gran Revuelta Judía) para huir de la metrópoli y asentarse en Pela. Epifanio, por su parte, matiza que fue un ángel el dador de dicha revelación o advertencia sobrenatural, con el objetivo de que todos los discípulos de Cristo fueran alertados del peligro. Una síntesis de todo esto nos llevaría a suponer que en la víspera de la Gran Revuelta Judía, un ángel de Dios se apareció a los pastores cristianos de Jerusalén para advertirles “por qué” y “hacia dónde” debería huir todo cristiano de Judea en breve, despejando la relativamente abstracta orden de Jesucristo de “huir hacia las montañas” y concretizando que se trataba (no de cualquier zona montañosa de los alrededores, sino más bien) de las “montañas de Pela”. Ello parece armonizar con lo que sabemos que sucedió, según los datos que poseemos gracias a Josefo, o sea, que los romanos bajo Cestio Galo arrasaron ciertas ciudades situadas en las planicies al oeste del río Jordán en su marcha hacia Jerusalén y bajo Vespasiano arrasaron otras ciudades pertenecientes a las zonas montañosas situadas al este del río Jordán, por encima y por debajo de Pela, pero aparentemente esquivaron esta ciudad. Además, de haberse producido dicha revelación angélica, sería razonable que ésta hubiera acontecido antes de que Cestio Galo acampara contra la ciudad de David, en el otoño del año 66, no sólo para poder dar una correcta orientación de huida a los cristianos situados en intramuros (pues, tras la retirada de Cestio, hubieron de actuar deprisa y con resolución) sino también para permitir a los cristianos afincados en las villas de Judea su perentorio inicio del éxodo hacia la ciudad de Pela. De todas formas, es posible que, entremezclados con los cristianos judíos, hubiera también cierto número de cristianos gentiles, especialmente en las ciudades de la Decápolis, de Galilea y de Perea, de modo que la advertencia de huir a Pela también resultaría de gran utilidad para ellos, puesto que esas zonas también fueron sacudidas por la onda expansiva provocada por la Gran Revuelta y por los primeros momentos de la campaña de reconquista de Vespasiano. Por lo tanto, el hecho de que desde el año 41 ya se encontrara disponible en Palestina el evangelio según Mateo, y desde el año 58 el evangelio según Lucas, obraría favorablemente en todos estos cristianos palestinenses para mantener la debida expectación de cara a la profecía de los finales catastróficos de Jerusalén y de su Templo, que significarían la devastación de toda la Judea y la puesta en peligro de millones de vidas.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 198]
    La huida a Pela (o Pella) de los judeocristianos (es decir, de los cristianos de raza judía) de Jerusalén durante el ocaso del año 66 de nuestra era, cuando se produjo el fallido ataque romano comandado por Cestio Galo como respuesta a la gran revuelta judía de mediados de ese mismo año, es una creencia que se basa en una tradición bien atestiguada por Eusebio de Cesarea (quien, a su vez, hace referencia a fuentes más tempranas, a saber, Aristón de Pela o, más probablemente, Hegesipo de Jerusalén), Epifanio de Salamina (que menciona sus propias fuentes de información), Teodoreto de Ciro y Alejandro de Chipre. Eusebio (263-339) afirma: “También el pueblo de la iglesia de Jerusalén (se sobreentiende: Los cristianos primitivos de Jerusalén), por seguir un oráculo (se sobreentiende: Una predicción profética) remitido por revelación a los notables del lugar (se sobreentiende: A los cristianos experimentados que dirigían la evangelización en Jerusalén), recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra (se sobreentiende: Antes del ataque de Cestio Galo a Jerusalén en el año 66) y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pela” (Historia Eclesiástica III 5,3). Epifanio (315-403), comentando acerca de una hipotética desviación temprana del cristianismo primitivo según su cuestionable punto de vista de la apostasía, explica: “Esta herejía de los nazarenos (se sobreentiende: Una secta judeocristiana con criteriología diferente a la de la Iglesia, desde el prisma de este autor, que supuestamente se desvió de la fe transmitida por los apóstoles poco después de la huida a Pela) existe en Berea, en las vecindades de Cele-Siria y de la Decápolis, en la región de Pela y en Basanítide, en la denominada Kokaba, en hebreo Khokhaba. Allí se establecieron después del éxodo desde Jerusalén, cuando todos los discípulos se fueron a vivir a Pela porque Cristo les había dicho que abandonaran Jerusalén y se fueran lejos de allí y evitarían un cerco. Por este aviso vivieron en Perea después de haberse movido a ese lugar que he dicho. Allí tuvo su origen la herejía de los nazarenos (se sobreentiende: Herejía, en boca de Epifanio, puede consistir perfectamente en una particular apreciación eminentemente subjetiva de la verdad revelada, tal como sucedería a un viajero que se alejara progresivamente de la estación en donde tomó el tren y que interpretara la realidad afirmando que los que verdaderamente se alejan son los peatones, que permanecen en la estación)” (Panerion XXIX, 1,7,7-Ocho). Sobre este mismo tema también añade, un poco más adelante, hablando de otras hipotéticas heregías, en este caso sí desviadas de la sagrada escritura aunque globalmente a un grado no mayor que el del propio Epifanio: “Su origen (de los ebionitas) se remonta al tiempo posterior a la captura de Jerusalén. Después de eso, todos aquéllos que creían en Cristo generalmente se habían ido a vivir a Perea, a una ciudad llamada Pela de la Decápolis de la que está escrito en el Evangelio que está situada en las cercanías de Batanea y Basanítide. La predicación de Ebión se originó aquí, después de que se hubieran trasladado a este lugar y hubieran vivido allí. Inicialmente, ellos vivían en una aldea llamada Kokaba, no lejos de la región de Karnaim y Asteroth, en la región de Basaítide. Esto de acuerdo con el contenido de la información que nos ha llegado. Desde allí comenzaron su viciosa enseñanza, desde el mismo lugar donde los nazarenos surgieron, de los que yo he dado cuenta arriba. Después de haber estado unidos unos y otros, cada cual compartió su propia suciedad con el otro” (Panerion XXX, 1,2,7-9). Epifanio, escribe: “Cuando la ciudad (se sobreentiende: Jerusalén) estaba a punto de ser capturada por los romanos (se sobreentiende: Al tiempo de la campaña de Cestio Galo, en el otoño del año 66, antes de la humillante retirada de éste; o bien al tiempo de la campaña de Vespasiano, en la primavera del año 67), todos los discípulos fueron advertidos del avance por un ángel para que abandonaran la ciudad, destinada a ser destruida totalmente. Ellos se establecieron en Pela, una villa de la Decápolis, al otro lado del Jordán. Después de la destrucción de Jerusalén, retornarán, como ya he dicho, y cumplirán grandes signos (se sobreentiende: El autor afirma que algún tiempo después de la devastación de la ciudad por los ejércitos de Tito a principios del otoño del año 70, los judeocristianos que se fueron a Pela retornaron a Jerusalén, la repoblaron y cumplieron notables señales proféticas)” (De mens, 15). Finalmente, Teodoreto afirma: “En los días en que Vespasiano y Tito preparaban la guerra (se sobreentiende: Casi al tiempo de la primavera del año 67), los fieles (se sobreentiende: Los cristianos de Jerusalén), siguiendo una revelación, abandonaron la ciudad” (Comentario de Zacarías. PG 81, 1951).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 197]
    En abril del año 73 o 74, antes del verano, que Flavio Silva quería evitar a toda costa por las duras condiciones climatológicas de aridez y sequía, estaba por fin todo listo. Los romanos subieron la torre por la rampa hasta la base de la muralla enemiga, donde empezó a trabajar el ariete a la vez que la artillería de la torre despejaba las almenas de defensores. Al poco tiempo, el ariete consiguió abrir una brecha en el muro, pero cuando los romanos se dispusieron a entrar, descubrieron que los rebeldes sicarios habían levantado una muralla de emergencia compuesta de tierra y madera principalmente, en donde el ariete no podía realizar su trabajo ya que los golpes eran amortiguados por la arena, que además se prensaba y daba cohesión al muro. Entonces, el legado, ordenó lanzar proyectiles incendiarios consiguiendo que el muro de emergencia comenzase a arder, pero, en un momento dado, un fuerte viento del este estuvo a punto de empujar el fuego provocado por los romanos hacia su propia torre de asalto, aunque finalmente, e inesperadamente, el viento cambió y volvió a soplar en la dirección opuesta y original, hacia el oeste, es decir, contra el muro, el cual terminó reducido a cenizas. Esto fue interpretado, tanto por romanos como por sicarios, como una señal divina a favor de los atacantes, aumentando la moral de los romanos y deprimiendo la de los segundos, quienes imaginaban que Dios les había abandonado por sus múltiples pecados. Entonces, los romanos se retiraron para dar el asalto definitivo al día siguiente, mientras que los sicarios esa noche se reunieron para decidir por sus vidas. Exhortados por la elocuencia de Eleazar ben Yair, finalmente deciden suicidarse antes que caer en manos romanas y ser reservados para los juegos de gladiadores, sus hijos esclavizados y sus mujeres violadas. Por lo tanto, quemaron en una gran pira sus objetos de valor y, dejando las provisiones intactas para atestiguar que la razón de sus muertes no era por hambre sino por evadir la esclavitud, se inmolaron colectivamente. A la mañana siguiente, cuando los romanos entraron en la fortaleza, el espectáculo era dantesco, pues todos los habitantes de Masada estaban muertos a excepción de 2 mujeres y 5 niños, que se habían escondido y refugiado para huir de la matanza; y éstos fueron los que relataron a los romanos lo sucedido durante la noche. Con la toma de Masada, se concluyó formalmente la Gran Rebelión Judía. Según Josefo, la entrada de los romanos en dicha fortaleza ocurrió el día 15 de abril del año 73, aunque otras fuentes la ubican en el año 74.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 196]
    Flavio Silva, emulando a Tito en Jerusalén, ordenó construir una “circunvallatio” con el objetivo de bloquear la fortaleza de Masada y prevenir posibles fugas. Para ello, los romanos levantaron 8 campamentos: 2 principales y 6 auxiliares. Uno de los campamentos estaba dedicado a funciones administrativas, otro a dirigir las operaciones de asedio, los dos principales servirían de cobijo a la legión X (Fretensis) y el resto de los campamentos estaban destinados a las cohortes auxiliares y a las alae de caballería, cuyas funciones básicas eran protegerse los unos a los otros, vigilar las posibles vías de escape de los rebeldes y apoyar a los 2 grandes campamentos principales para protegerlos de posibles escaramuzas de los sitiados. Levantados básicamente de piedra, que era cortada directamente de la roca de los acantilados, pues escaseaba la madera, fueron unidos entre sí mediante un muro, salvo en las partes donde había alguna barrera natural, con 14 torres intercaladas a intervalos de 75 a 100 metros, lo que hizo un total de 3'5 kilómetros de circunvalación, que pudo haber sido levantada en unos 10 días. Tras la finalización de los trabajos, Flavio Silva decidió que la única vía de asalto era la del camino situado al oeste, bajo la torre, donde había un promontorio que venía a quedar a unos 150 metros del nivel de la meseta y era conocido como el “espolón blanco”. Desde este punto, se comenzó la construcción de una rampa de asedio, de unos 100 metros de ancho en la base, que pronto alcanzó una altura también de unos 100 metros, aunque todavía insuficientes para alcanzar la meseta. Entremedias, los romanos recibían ataques desde el interior de Masada, pero no realizaban escaramuzas debido al escaso número de defensores, ya que si fallaban podrían ser prácticamente exterminados, y porque también en la realización de la rampa trabajaban prisioneros judíos, lo cual impedía moralmente a los sitiados atacar a los suyos. Muchas semanas después, la rampa estaba casi finalizada, con una pendiente de más del 30% de desnivel, lo que dificultaba la labor de subir maquinaria de asedio, y además seguía estando por debajo del nivel, problema que se salvó con la construcción de una plataforma de roca de una anchura de 25 metros por otros tantos de altura, a utilizar como sólido apoyo para la una torre de asedio de 30 metros de altura revestida de hierro, al objeto de protegerse del fuego y de los proyectiles de los sitiados. En el interior de la torre de asedio se acomodaría un ariete, en el piso inferior de la misma, mientras que la parte alta estaría ocupada por las balistas y los escorpiones.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 195]
    Ya sólo quedaba la fortaleza de Masada, bajo mando sicario desde el año 66, tras la muerte de Menajem su líder principal. Pero cuando Sexto Lucilio Basso se dispone a ir al asalto de la fortaleza, cae gravemente enfermo y fallece. Le sucederá Lucio Flavio Silva (gobernador de Judea desde el 73 al 81 y justo después nombrado cónsul; y, en una etapa posterior, existen indicios de que fuera asesinado por orden de Domiciano), quien se hace cargo como legado de la legión X (Fretensis) con el propósito de que en el tiempo más breve posible asedie Masada y de una vez por todas acabe con cualquier conato de resistencia judía. Masada, fundada por Jonatán Macabeo en el contexto de la revuelta judía contra el Imperio Seleúcida y reconstruida por Herodes el Grande hacia los años 36-30 antes de la EC, se encontraba situada en el territorio de Idumea, cerca de la orilla oeste del Mar Muerto, alzada a una altura de unos 600 metros sobre el nivel del mar. Rodeada de majestuosos precipicios y fuertes pendientes, poseía una situación topográfica que la convertía en un auténtico baluarte en caso de que sucediese algún tipo de revuelta. En efecto, Herodes la reconstruyó con un doble objetivo (según Flavio Josefo): ponerse a salvo en caso de que recibiera algún golpe de Estado, ya que su carácter de extranjero no le hacía precisamente grato al pueblo judío, y el temor de que por entonces la reina de Egipto, Cleopatra, convenciera a Marco Antonio de que depusiera a Herodes y anexionara Judea a Egipto. Para ello, este rey dotó a la fortaleza de un lujoso palacio, construyó un muralla de 6 metros de altura por 4 de anchura que rodease la totalidad de la cima, destinó una parte de la superficie de la meseta al cultivo que se almacenaría para asegurar una buena reserva de víveres, solucionó el problema del abastecimiento de agua con la construcción de cisternas en la roca en donde un acueducto transportaba el agua hacia las mismas desde arroyos cercanos y también dotó a la fortaleza de un arsenal con todo tipo de armas, capaces de pertrechar a 10.000 hombres. Por último, el acceso a la fortaleza era casi imposible, ya que la misma naturaleza se había encargado de hacerlo así; pero existían dos caminos, uno al oeste, custodiado por una gran torre que distaba unos 500 metros de la fortaleza, y otro al este, el conocido “camino de la serpiente”, cuya pronunciada pendiente, estrechez y ondulaciones a manera de culebra dificultaba muchísimo un asalto frontal. Con estas premisas, los romanos se enfrentaban a una misión casi imposible, pero gracias a la táctica, la tecnología y la estrategia del propio legado, pudieron hacer frente al propósito de tomar la inexpugnable fortaleza. En cuanto a los efectivos, sabemos que el grueso del ejército estaba formado por la legión X (Fretensis), que muy posiblemente aun no dispondría de todos los soldados de los que se compondría una legión, por haber participado en el asedio de Jerusalén y en la toma de Herodión y Maqueronte. Además, Lucio disponía de 4 cohortes auxiliares (cada cohorte auxiliar era una unidad de infantería ligera compuesta por unos 500 hombres y proporcionada por los aliados de Roma, y mandada por un prefecto de la comunidad originaria), una cohorte praetoria (guardia personal y escolta del legado de la legión X, Flavio Silva, y también probablemente encargada de la guardia del praetorium o centro de mando de dicho legado), otra cohorte equitata (compuesta de caballería e infantería), otra cohorte miliaria (compuesta por 1.000 hombres) y una última cohorte desconocida, además de 2 alae de caballería, lo que daría un número aproximado de 7.000 u 8.000 hombres, junto con varios millares de prisioneros judíos que servían de porteadores de agua, comida y madera. En cuanto a los rebeldes, parece ser que éstos no llegaban ni siquiera a mil, pues tal vez eran unos 960, incluyendo tanto a sicarios como a ancianos, mujeres y niños bajo el mando de Eleazar ben Yair, acogido como un héroe tras su huída de Maqueronte el año anterior debido al pacto con Basso; pero tenían la gran ventaja de su posición estratégica y de la abundancia de armas y sobretodo víveres y agua, lo que descartaba a todas luces un asedio por hambre o sed.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 194]
    Tras la toma de Herodión, el siguiente objetivo fue Maqueronte, fortificada originariamente por Alejandro Janeo (125-76 antes de la EC, rey asmoneo o macabeo y sumo sacerdote de los judíos, hijo menor de Juan Hircano y hermano de Aristóbulo I; prosiguió la política de su padre y conquistó y convirtió al judaísmo a los territorios vecinos, expandiendo el reino asmoneo hasta su mayor extensión, bajo una tiranía despiadada marcada por intrigas y luchas internas, especialmente contra los fariseos, a quienes reprimió salvajemente) y reforzada por Herodes tras la destrucción llevada a cabo por Aulo Gabinio (político y militar romano de la primera mitad del siglo I antes de la EC). Sexto Lucilio Basso, atravesó el río Jordán y se dirigió al borde del Mar Muerto, hacia las estribaciones montañosas del sur de Perea, que lindaban con el reino de Nabatea, para poder llegar a la fortaleza. Protegida por una doble muralla y rodeada de barrancos profundos, estaba mejor defendida naturalmente que Herodión, y preparada para soportar un asedio prolongado. En efecto, Basso, consciente de ello, se decidió a sitiarla con el objetivo de conquistar y destruir la fortaleza, situada en su parte más alta, ya que era perfectamente apta para poder acoger a miles de judíos que pudieran resistir firmemente frente a cualquier invasor. Construyó una rampa de asedio, mientras que los judíos (situados en la parte alta habían expulsado a los extranjeros, probablemente nabateos, a la ciudad baja) realizaban algunas incursiones inesperadas para retrasar el trabajo de la misma. En una de ellas, los romanos capturaron a Eleazar ben Yair, miembro de una distinguida familia y uno de los 4 grandes jefes judíos surgidos en el año 68 tras la Revuelta (los otros 3 fueron Juan de Giscala, Simón bar Giora y Eleazar ben Simón), y Basso le amenazó con la crucifixión a la vista de los sitiados, que reaccionaron pidiendo que se respetara la vida de Eleazar a cambio de la entrega de la fortaleza y de que los romanos les dejaran salir libremente. Los extranjeros confinados en la ciudad o ciudadela baja, al no formar parte del acuerdo, trataron de huir por la noche, pero fueron denunciados por los judíos y para no caer en manos de los romanos hubieron de abrirse paso luchando contra éstos, que dieron muerte a 1.700 de ellos y esclavizaron a las mujeres y a los niños. Respecto a los judíos, el pretor al final cumplió el acuerdo y les dejó marchar, entregándoles a Eleazar, tras lo cual ordenó destruir la fortaleza, dejando sólo los cimientos; esto sucedía en el año 72 de nuestra era. Por otra parte, según Flavio Josefo (Antigüedades Judaicas, Libro XVIII, capítulo 5), en esta fortaleza tuvo lugar el encarcelamiento y la posterior decapitación de Juan el Bautista, al parecer en el año 32.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 193]
    La primera fortaleza a la que el nuevo gobernador fijó su mirada fue la de Herodión, situada a tan sólo unos 12 kilómetros al sur de Jerusalén, pero ya dentro del abrupto y compartimentado desierto de Judea. Flavio Josefo nos hace una descripción de la misma, diciendo que se asienta sobre una colina artificial hecha por la mano del hombre y fastuosamente amueblada como palacio, cuyo acceso se realiza a través de 200 escalones de piedra labrada. No obstante, a pesar de poseer cisternas, el agua debía de traerse desde gran distancia. Con la legión X (Fretensis), Basso debió tomar la fortaleza de manera relativamente sencilla, ya que no disponemos de suficientes datos del asedio perpetrado por los romanos contra dicha fortaleza, lo cual induce a pensar que fue bastante rápido. Este palacio-fortaleza de Herodes el Grande, el Herodión (que se traduce como “el pequeño paraíso”), fue construido entre los años 23 y 20 antes de la EC y su destino no sólo era el de palacio fortificado sino también el de mausoleo de Herodes después de su muerte. Su altura es de 758 metros sobre el nivel del mar, y de 300 metros sobre el suelo del desierto que le rodea. Se yergue a 60 metros de altura sobre la cima de una colina natural y estaba formado por 2 murallas paralelas de 65 metros de diámetro, con un torreón circular de unos 16 metros de altura embebido parcialmente dentro de los muros y 3 torres circulares adosadas, aquél y éstas orientadas hacia los puntos cardinales. En el interior de las murallas existía una geometría perfecta que dividía en dos el espacio, dejando la mitad próxima a la torre como un jardín rodeado de columnas y la otra mitad para diversos aposentos orientados hacia el patio y el jardín con la excepción de los baños y de otras pequeñas estancias que se adaptan ambas geometrías (la circular de las murallas y la ortogonal de las estancias palaciegas). El conjunto tenía un aspecto cónico por la acumulación de basura y de escombro que se tiraban desde las murallas, y al recinto fortificado se subía por un pasadizo subterráneo desde el pie de la colina que llevaba desde una entrada abovedada de 5 metros hasta el patio del jardín. El muro tenía 30 metros de altura y 7 plantas, dos de las cuales eran subterráneas. Dentro del patio circular se erigía el palacio, de dos plantas, con un atrio con peristilo. El Herodión Superior formaba un conjunto residencial con el Herodión Inferior, y en este nivel inferior están las ruinas de un palacio, con una piscina de tamaño suficiente para el uso de alguna embarcación, y con almacenes y baños para uso de Herodes, su familia y sus colaboradores de mayor confianza. Como se ha mencionado, el Herodión fue usado como fortaleza sicaria durante la primera revuelta judía (66-73), siendo destruido por los romanos en el año 71.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 192]
    Sin duda, Vespasiano, confiadamente, creyó que la Gran Rebelión Judía había finalizado definitivamente, pero la situación en Palestina aún no daba pie a que realmente se diera por terminado el conflicto. Tito, en cambio, aunque sabía que con la caída de Jerusalén se había terminado prácticamente con el grueso del conflicto, antes de volver a Roma se aseguró de acabar con éste definitivamente, por lo que dejó como gobernador de rango pretorio (gobernador de rango senatorial, con gran poder militar) en Judea, con el objetivo de terminar con los últimos focos rebeldes (Herodión, Maqueronte y Masada), a Sexto Vetuleno Cerealis, el antiguo legado de la legión V (Macedonica), del que no sabemos nada de su actuación en el breve tiempo que estuvo en el puesto, lo que nos hace pensar en que no debieron producirse disturbios ni hostilidades durante su mandato en Judea. Entonces, a mediados del 71, Cerealis fue reemplazado por Sexto Lucilio Basso, quien ahora era el legado de la legión X (Fretensis) en sustitución de Aulo Lancio Lépido Sulpiciano. Inmediatamente, Sexto Lucilio Basso se propuso acabar con la resistencia judía pendiente, compuesta exclusivamente por rebeldes sicarios, que se concentraba principalmente en las grandes fortalezas que Herodes el Grande mandó construir cuando era rey dentro de un entramado defensivo y de comunicación de grandes dimensiones, y como consecuencia de ello, y de su cercanía, resultaban ser un vital recurso estratégico en donde poder, en caso necesario, defenderse y aguantar un asedio largo si las circunstancias así lo requerían.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 191]
    El desfile triunfal por las calles de Roma, en el que Flavio Josefo estuvo presente en primera plana, comenzó ya de madrugada, en donde la gente se empezó a agolpar en los lugares de paso del cortejo. Estando amaneciendo aparecieron Vespasiano y Tito, vestidos de seda púrpura y coronados de laurel, y posteriormente asistió Domiciano, el hijo menor de Vespasiano, pero relegado a un segundo plano. Salieron del templo de Isis, situado en el Campo de Marte, y seguidos de un gran despliegue de tropas se dirigieron hacia los paseos de Octavia, donde se encontraban los senadores y caballeros. Entre aclamaciones del gentío situado allí, padre e hijo se sentaron en una tribuna con asientos de marfil para la ocasión. Poco después, y tras una breve alocución imperial, se ofreció un sacrificio a los dioses, cuyas estatuas se levantaban cerca de la Puerta Triunfal, entre el Capitolio y el Tíber. Más tarde, el cortejo continuó en dirección al Capitolio, en cuyo desfile se presentaron animales exóticos, trofeos de guerra de oro, como la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de los siete brazos del templo de Jerusalén y también algunos rollos de la Torá, preciosas telas de púrpura o bordados para tapicerías y, sobretodo, los prisioneros, entre los cuales se encontraba Simón bar Gioras. Pero quizás lo que llamó más atención fue una serie de decorados móviles en donde se escenificaban episodios de la Guerra Judía, con ilustraciones que plasmaban las máquinas de asedio abriendo grietas en las grandes murallas gruesas, al ejército rompiendo el interior de las fortificaciones, el Templo incendiado, judíos suplicando piedad o enemigos que huían o eran llevados a la cautividad. Finalmente, el culmen del festejo fue el protocolo para la ejecución del jefe enemigo, Simón bar Gioras, a las puertas del templo de Júpiter Capitolino, reconstruido tras un incendio ocasionado por los enfrentamientos entre Vitelio y Vespasiano, de tal modo que cuando se anunció su muerte la gente estalló de júbilo. El día del triunfo terminó con nuevos sacrificios y un banquete oficial en el que el emperador reunió a sus allegados y a las gentes más notables de Roma. Con esta victoria y posterior desfile triunfal, el emperador Vespasiano consideró que la reconquista de Judea y Palestina era ya un hecho, e incluso acuñó una moneda en honor a tal victoria, con la leyenda “Iudaea Capta”, y además, a partir de entonces, ordenó que la contribución anual de medio siclo que todos los judíos del Imperio entregaban al Templo antes de su destrucción, fuera ahora destinada a una nueva caja imperial, el Fiscus Iudaicus, y entregadas al templo de Júpiter Capitolino. También se emprendió la construcción del Arco de Tito, por orden imperial, conmemorando así Vespasiano la victoria de su hijo y contribuyendo a continuación a un programa de reformas del centro de Roma, que había sido devastada por el fuego en el año 64 y por los grandiosos y despilfarradores proyectos de Nerón. Al parecer Tito se negó a aceptar una corona especial de laurel (condecoración militar romana), alegando: “No hay mérito en vencer a unas gentes abandonadas por su propio Dios”.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 190]
    Una vez abandonada Antioquía, Tito se dirige a Zeugma, junto al río Eufrates, y recibe allí a los enviados del rey parto Vologeses I, quienes le traen un presente en reconocimiento de su victoria ante los judíos. Después se dirige hacia el sur, atravesando la península del Sinaí en dirección a Egipto, no sin antes pasar de nuevo por Jerusalén, ahora en ruinas, en donde, según Flavio Josefo, expresó sus condolencias por la destrucción de la ciudad, maldiciendo a los responsables de la revuelta judía que había culminado con la ruína de la capital de Judea. Luego llega a Menfis y posteriormente a Alejandría; y allí dejó que la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) partieran a sus respectivos lugares, mientras él se dirigía a Roma. El viaje a Roma es contado no sólo por Flavio Josefo, sino también por Suetonio, detallando este último las sucesivas escalas del mismo y relatando cómo a su llegada a Roma, a mediados de junio del 71, el emperador Vespasiano quedó sorprendido por la rapidez del viaje. Josefo refiere que Tito fue aclamado en olor de fervor popular, al igual que anteriormente lo fue su padre, donde no sólo las gentes de Roma salieron a su encuentro sino también el mismo emperador, quien se presentó ante su hijo y aumentó así la gloria y prestigio del vencedor de Judea.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 189]
    Dejando confiada Jerusalén a la legión X (Fretensis), Tito se dirigió a Cesarea Marítima en donde se depositó el botín y se custodió a los prisioneros judíos antes de la partida hacia Roma. De las restantes legiones, mandó a la legión XII (Fulminata), antes acantonada en Siria, a Melitene, cumpliendo aún el castigo por la deshonra de Bethorón, mientras que las otras dos legiones, la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) acompañarían a Tito hasta que se embarcara a Roma, para posteriormente dirigirse a sus destinos de Moesia y Pannonia respectivamente. Después de ello, se dirigió a Cesarea de Filipo en donde organizó espectáculos gladiatorios debido a la gran cantidad de prisioneros judíos existentes, haciéndolos luchar entre sí o con las fieras. Posteriormente, regresa de nuevo a Cesarea Marítima, volviendo a celebrar juegos y espectáculos en honor a su hermano Domiciano con motivo de su cumpleaños (24 de octubre del 70), en el anfiteatro de la ciudad (donde 2.500 prisioneros judíos fueron arrojados a las bestias salvajes, quemados o matados en juegos de gladiadores), acto que repite de nuevo cuando viaja a Berito (actual Beirut), en esta ocasión por el natalicio de su padre Vespasiano (17 de noviembre del 70). Tras una prolongada estancia en la ciudad, Tito se dirige a Antioquía en una especie de marcha triunfal, y todas las ciudades que estaban en su camino fueron obsequiadas con espectáculos gladiatorios en los cuales los prisioneros judíos eran obligados a matarse entre ellos en combates de gladiadores. Pero cuando entró en Antioquía, la situación en la ciudad distaba mucho de ser pacífica. Los paganos deseaban desembarazarse de los judíos existentes, que tenían carta de ciudadanía con el mismo título que los griegos y hacían gran número de adeptos religiosos. Antíoco, un antiguo judío, y ahora antijudío, para incitar su cólera, les instó a hacer sacrificios a divinidades paganas, que lógicamente los judíos rechazaron y ello fue interpretado como falta de sensibilidad y de civismo, acarreando como consecuencia numerosas matanzas. Además, un incendio que devastó la ciudad fue atribuido maliciosamente a los judíos, con lo que el odio hacia ellos fue aumentando. Esto fue lo que se encontró Tito en la ciudad, en donde notó que en las aclamaciones del pueblo, celebrando su triunfo, también se mezclaban gritos hostiles hacia los judíos. Al día siguiente, en el teatro de la ciudad, el Senado y los notables le presentan una solicitud de expulsión de los judíos de la ciudad, pero Tito se negó a concederla, mostrando así que, a pesar de la Gran Rebelión, la justicia romana se situaba por encima de las rencillas locales y como garante de los privilegios de los ciudadanos del Imperio, ya fueran judíos o ya de otras etnias, de manera que los conflictos que surgieran entre los judíos y las poblaciones helenizadas deberían resolverse apelando al derecho y a las leyes establecidas y aprobadas por Roma.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 188]
    Para el 25 de septiembre del 70 los romanos completan los terraplenes de cara al ataque de la Ciudad Alta y los rebeldes son presas del pánico, de modo que huyen o se rinden sin presentar batalla a pesar de que su posición estratégica en las masivas torres herodianas aventajan considerablemente a la iniciativa de ataque romano a través de la rampa noroccidental. Por consiguiente, los soldados penetraron en la Ciudad Alta sin mayores problemas, ya que los sitiados apenas opusieron resistencia, y saquearon las calles, matando e incendiando todo a su paso. Los pocos sobrevivientes o fueron ejecutados, o enviados a las minas o reservados para los combates de gladiadores, o bien huyeron hacía las cuevas situadas en las cercanías. De los dos líderes, Juan de Giscala y Simón bar Giora, el primero fue perdonado de la muerte por sus súplicas y condenado a cadena perpetua y el segundo, que intentó huir por medio de excavar una galería subterránea, fue apresado y convertido en cautivo para el posterior desfile militar en Roma, donde acabaría siendo ejecutado según la tradición. De la ciudad, el Templo había sido destruido y sólo permanecieron en pie las 3 torres del Palacio de Herodes, a saber, las de Hipicco, Fasael y Mariamne, como exigua reliquia del memorial y de la perdida fortuna y grandeza de la antigua ciudad; y también pervivieron algunas partes de las murallas occidentales de la Ciudad Alta. La legión X (Fretensis) se convertiría en la guarnición romana de la ciudad tomada, estableciendo su puesto militar en las torres herodianas, y el asedio se dio por finalizado con un desfile formal celebrado por Tito para agradecer y recompensar a sus hombres el valor demostrado; después hubo un festín que duró 3 días. Según Josefo, para el tiempo de la victoria romana habían perecido 1.100.000 judíos; y de los 97.000 supervivientes, a algunos se les ejecutó al poco tiempo y a otros se les esclavizó. Los que tenían más de 17 años fueron encadenados y enviados a Egipto para los trabajos públicos. Tito hizo que muchos fueran enviados a las provincias, destinados a sucumbir en los anfiteatros, por la espada (obligados a matarse entre ellos mismos como espectáculo o a manos de gladiadores) o por las bestias feroces. Mientras esperaban su destino, 11.000 prisioneros perecieron de hambre. Además, después de matar a los prisioneros viejos y enfermos, se eligió a los 700 más altos y apuestos para que figuraran en el posterior desfile triunfal en Roma, y los demás (una mayoría), que fueron enviados a los anfiteatros de Oriente, no llegaron a vivir para ver la entrada del año 71. La conquista se completó oficialmente en tan sólo 4 meses y 25 días, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 de nuesta era. Así que la gran tribulación de Jerusalén, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judíos en el interior de la ciudad, especialmente de los fanáticos, contribuyeron a esa brevedad. La ciudad y el templo fueron arrasados hasta su total desaparición del mapa, para mostrar al mundo que aun las fortificaciones más sólidas no eran obstáculo para el ejército romano. Los encargados de demoler la ciudad la allanaron de tal manera, y tan concienzudamente, que daba la impresión de que en ese lugar jamás hubiese existido una población con habitantes. No obstante, a pesar de asestar tan mortífero golpe a la Gran Rebelión Judía comenzada en el año 66, ésta aun no se podía dar por finalizada del todo, ya que quedaban algunas fortalezas rebeldes en donde los judíos opondrían su última resistencia, a saber: Herodión, Maqueronte y Masada.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 187]
    Ahora los romanos rebasan el recinto del templo y se adentran en la Ciudad Baja, donde entablan batalla cuerpo a cuerpo con los rebeldes en retirada, algunos de los cuales alcanzan la muralla de la Ciudad Alta y se refugian en el interior, mientras que otros se esconden en los túneles y pasos subterráneos de la citada Ciudad Baja. El avance imparable de los soldados romanos se traduce asímismo en el saqueo e incendio de toda la Ciudad Baja, donde los archivos con los registros genealógicos para la descendencia familiar y tribal, así como los derechos de herencia, son pasto de las llamas, al serlo igualmente la cámara del Sanedrín (donde probablemente, en ella o cerca de ella, se guardaban esos archivos) y todas las casas y mansiones que se habían salvado hasta entonces son calcinadas también. La represión de los legionarios romanos fue muy feroz y Josefo la expresa de la siguiente manera: “Degollaron a todos aquéllos con los que se toparon, taponaron con sus cadáveres las estrechas calles e inundaron de sangre toda la ciudad, de modo que muchos incendios fueron también apagadados por esta carnicería”. El 7 de septiembre, unos 11 días después de la destrucción del Templo, se pone sitio hermético a la Ciudad Alta y Tito ordena la construcción de nuevos terraplenes para atacarla por el noroeste (cerca del palacio herodiano) y por el nordeste (cerca del lugar llamado Xisto); y dichos terraplenes tardan 18 días en completarse. Pero a pesar de la tardanza en levantarlos, la moral de los rebeldes era muy baja, y mucho más cuando los numerosos idumeos mandados por Simón bar Giora, intentaron desertar en masa sin éxito (en efecto, los jefes idumeos envían emisarios para pactar la rendición con Tito, pero Simón descubre el complot y ejecuta a los conspiradores; sin embargo, no puede evitar que cuantiosos desertores se entreguen a los romanos). Los rebeldes que caen prisioneros de los romanos, ellos y sus familiares (incluso mujeres y niños), son vendidos como esclavos a bajo precio debido al gran suministro de mercancía humana que se ha obtenido. Sin embargo, 40.000 ciudadanos capturados allí recientemente son puestos en libertad. El sacerdote Jesús ben Zebutí entrega algunos tesoros del Templo a Tito a cambio de que su vida sea protegida: dos candelabros, oro y mesas macizas, platos hondos, discos, velos, ropa del sumo sacerdote, gemas y muchos otros artículos preciosos; también el tesorero de Templo, un tal Fineás, provee material costoso adicional, como ropa sacerdotal e incienso (tesoros, éstos, que fueron llevados finalmente a Roma y mostrados a Vespasiano en un templo romano recién construido). Por su parte, Josefo obtiene permiso de Tito para liberar a su hermano y a 50 amigos de su familia, así como a un total de 190 mujeres que fueron aprisionadas en el Templo.

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