[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 10]
Jesucristo profetizó la destrucción completa de la ciudad de Jerusalén y de su templo, para poco tiempo después de su muerte (y esto se cumplió aproximadamente tres décadas más tarde). Ésta sería la destrucción definitiva y total de la ciudad y del sistema social judío que la tenía como centro emblemático, pues siglos atrás ya había acontecido otra destrucción de la misma pero de ella hubo un recobro. En ambos casos, según los profetas, la calamidad venía a causa de una formidable perversión moral y religiosa manifestada por los pobladores judíos en general y por la reiterada terquedad de pasar por alto las advertencias suministradas por los mensajeros divinos para que el pueblo evidenciara un cambio de actitud y depusiera sus malas tendencias rebeldes. En palabras de Jesucristo: “Serpientes, generación de vívoras. ¿Cómo evitaréis el juicio del quemadero (se sobreentiende: juicio de destrucción completa). Por tanto, he aquí, yo envío a vosotros profetas, y sabios, y escribas; y de ellos, a unos mataréis y colgaréis de un madero, y a otros de ellos azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad. Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Berequías, al cual matasteis entre el Templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti. Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste. He aquí vuestra Casa os es dejada desierta (se sobreentiende: sin ninguna clase de protección divina para el futuro)” (Evangelio de Mateo, capítulo 23, versículos 33-39; Biblia del Oso, de Casiodoro de Reina, de 1569, actualizada y revisada en 1996 por Russell Martin Stendal).