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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 161]
    Hacia diciembre del año 69 Vespasiano envía una gran fuerza militar a Italia bajo el mando de Mucianus, quien, como las temperaturas eran bajas y desfavorables, marcha por la ruta de la Capadocia y Frigia. Vitelio, en prevención del levantamiento de Vespasiano, había puesto en marcha una serie de medidas defensivas desesperadas, que supusieron una considerable carga para el tesoro del Imperio; y cuando se enteró de que las huestes de Dalmacia e Iliria se habían unido a su adversario trató de dimitir de su cargo y muchos de sus allegados desertaron de su lado. Al parecer, Vitelio esperó a Vespasiano al mando de sus tropas en Mevania y cuando las fuerzas de su rival alcanzaron el lugar convino su dimisión con Marco Antonio Primo, comandante de la legión VI y uno de los principales partidarios de Vespasiano. Pero los soldados de la guardia pretoriana (cuerpo militar que servía de escolta y protección a los emperadores romanos) obligaron a Vitelio a violar el acuerdo y le hicieron volver a palacio. Suetonio y Tácito afirman que cuando las tropas de Vespasiano entraron en la capital, Vitelio se escondió en el hogar de un portero; finalmente, sus enemigos lo encontraron y, a pesar de sus súplicas, lo trasladaron al Foro, donde el pueblo en pleno y muchos soldados apoyadores de Vespasiano lo acribillaron con muchas vejaciones y lo mataron, y después arrojaron su cuerpo al río Tíber y su cabeza la pasearon por las calles de la capital; también mataron a su hijo y a su hermano. La gente de Roma aclama unánimemente a Vespasiano como nuevo emperador, y acto seguido es declarado oficialmente emperador por el Senado a finales de diciembre del 69, mientras él estaba todavía en la provincia de Egipto (según Tácito, el viaje de Vespasiano a Roma se retrasó a causa del mal tiempo, y algunos historiadores modernos sostienen además que éste permaneció allí a fin de consolidar su poder en la provincia y para sofocar una serie de protestas que estallaron en Alejandría motivadas por la nueva política fiscal, y que causaron que los envíos de grano de Egipto a Roma se detuvieran; no obstante, Vespasiano logró que se restaurara el suministro cuando la población de la capital imperial estaba al borde de desfallecer a causa de inanición). Al día siguiente de la muerte de Vitelio, Mucianus llega con sus fuerzas a Roma y se nombra herederos del César a Domiciano y a Tito, los hijos de Vespasiano. Entretanto, Mucianus, auxiliado por Domiciano (pues Tito estaba con su padre), administra el Imperio hasta la llegada a Roma de Vespasiano, hacia mediados del año 70. Y, a principios del año 70, Vespasiano envía a Tito desde Alejandría hacia Judea, con tropas romanas adicionales, para aplastar a Jerusalén. Tito llega a Caesarea, quizás a mediados del invierno del 70, y Josefo le acompaña.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 160]
    Durante ese mismo otoño (del 69), el ejército romano en Cesarea declara emperador a Vespasiano y le presiona para que acepte el cargo de primer mandatario del Imperio. Sin embargo, Vespasiano se inclina por la prudencia y la seguridad personal antes que exponerse a los peligros que supondría competir por el puesto de emperador. No obstante, sus tropas son vehementes y desean que alguien salve al Imperio de las manos de Vitelio y de otros incompetentes; de modo que sus oficiales le presionan enormemente y los soldados marchan en tropel por las calles blandiendo las espadas y amanazándole de muerte si no es capaz de tomar la iniciativa para salvar a Roma con la dignidad que siempre le ha caracterizado; ante esto, él cede y sus soldados se tranquilizan. Ahora tiene que actuar rápidamente, pues la guerra por el mando del Imperio lo ha engullido inexorablemente. Su primer movimiento consiste en adquirir el control de Egipto, donde se encuentra el principal suministro de grano del Imperio, por lo que escribe a Tiberius Alexander, gobernador de Egipto y Alejandría (y antiguo procurador Judea), para que le dé su apoyo. Tiberius lee la carta en público e insta a sus legiones y al pueblo a prestar juramento de lealtad a Vespasiano, y todos ellos lo hacen de buena gana. Las noticias acerca del alzamiento de Vespasiano se extienden rápidamente hacia el este y son acogidas con regocijo, y muchas legiones en Europa se suman a la causa. También, el general Mucianus, gobernador de Siria, le da su apoyo. Entonces, después que Vespasiano es objeto de muchos augurios favorables emitidos por diferentes visionarios, recuerda la predicción que le hizo Josefo y decide liberarlo, para lo cual pide a Tito que mande cortar las cadenas que atenazan al judío con un hacha, ya que esta acción significa que su encadenamiento ha sido injusto. Además, después Vespasiano convoca a Mucianus y a varios oficiales y amigos para referirles la anécdota de que él, en principio, no creyó a Josefo, pues pensaba que era un rebelde charlatán que pretendía eludir la pena de muerte, pero el tiempo y el desarrollo de los acontecimientos estaban dando la razón al judío, como si éste fuera portador de un mensaje divino, y entonces añadió: “Es vergonzoso que alguien que ha pronosticado mi subida al poder, y que era un portavoz de Dios, se encuentre todavía en cautiverio y tenga que soportar el destino de un preso”. Así fue como Flavio Josefo obtuvo su liberación y más que eso, es decir, adquirió gran prestigio y un puesto oficial como colaborador de Tito en la campaña de Jerusalén.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 159]
    En Cesarea marítima, en el otoño del 69, la indignación de Vespasiano y sus hombres ante la usurpación de Vitelio (o Vitelius) se va propagando y transformando rápidamente en deseos de rebelión contra el nuevo césar por parte de los oficiales militares de toda la Palestina. Esto se vio agravado por el hecho de que, de camino a la capital, Vitelio se ganó el odio del pueblo a consecuencia de los excesos a los que permitía entregarse a su corte, y cuando alcanzó el lugar donde se había producido la batalla en la que había fallecido su enemigo, el emperador Otón, exclamó ante los soldados que se apartaban del hedor de los cadáveres, según el historiador Suetonio: “El cadáver de un enemigo siempre huele bien, y mejor aún si es un conciudadano”; además, luego de pronunciar esta frase, se dirigió a la tumba de Otón y allí se burló de él en presencia de sus fuerzas; cuando llegó a Roma hizo gala de la opulencia que le había hecho ganarse los odios del pueblo, al entrar en la capital ataviado con lujosas vestimentas y a la cabeza de hombres vestidos con sus mejores ropajes, donde asumió el pontificado, estableció las nuevas magistraturas y se declaró cónsul vitalicio, y el 19 de abril del 69 se hizo proclamar emperador por el Senado. Las fuentes clásicas afirman que Vitelio se valió de su posición para entregarse a los más suntuosos placeres culinarios, y en la capital eran conocidos sus banquetes. Suetonio dice que este emperador era un ser cruel al que le gustaba ordenar asesinatos y contemplarlos, y asesinó a todos aquellos acreedores que le habían exigido el dinero de sus cuantiosas deudas y también a sus dos hijos por haberse expresado públicamente contra la facción de los azules del circo (nota: cuenta Grimal que en la antigua Roma la pasión por las carreras de carros tirados por caballos que se celebraban en el Circo era indescriptible y la disputaban 4 facciones de oponentes competitivos: la blanca, la roja, la verde y la azul; los aurigas vestían una túnica y un gorro de cuero del color correspondiente y el emperador Vitelio castigó con pena de muerte a los partidarios de los verdes por haber hablado mal de los azules); se llegó a afirmar, incluso, que había dejado morir a su propia madre.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 158]
    El 23 de junio del año 69 Vespasiano avanza desde Caesarea hacia áreas aún no conquistadas de Judea, tales como las colinas del país, Gophna (al norte de Judea) y Acrabetta (al nordeste), sometiéndolas; y también toma Betel (al sudeste de Gophna) y Efraín (al nordeste de Betel). Entonces se lanza a caballo, con sus escuadrones de caballería, hasta casi las mismas murallas de Jerusalén, matando a muchos de los que encontró a su paso y haciendo gran cantidad de prisioneros. Por su parte, Ceraelius, de la legión V, toma Idumea superior, Caphethra y Capharabis, que se rindieron con mucho gusto; luego pasa a Hebrón, matando a todos sus habitantes e incinerando la ciudad. Cada fortaleza queda ahora sometida a los romanos, excepto Herodión, Masada y Maqueronte, que fueron defendidas por los bandoleros y resultaron ser de poco interés para los romanos en esos momentos. Jerusalén era ya el objetivo prioritario y único a tomar en cuenta, pues toda Palestina había quedado prácticamente controlada por los romanos. Pero entonces llegan noticias a Vespasiano sobre la lamentable situación en Roma, esto es, la muerte del emperador Otón a consecuencia de su enfrentamiento contra el general Vitelius, cuyo ejército lo aclama como el nuevo emperador. Esto enfurece mucho a Vespasiano y a sus tropas, y éste decide detener la campaña contra Jerusalén y volver a Cesarea con las legiones. Son los comienzos del otoño del 69, y Vespasiano, antes de regresar a Cesarea, deja bien afianzado el territorio conquistado mediante guaniciones y destacamentos.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 157]
    Con la noticia de la muerte de Nerón, recibida por Vespasiano probablemente hacia mediados del verano del 68, éste detiene las operaciones contra Jerusalén y decide esperar para ver sobre quién recae el gobierno del Imperio, es decir, el sucesor de Nerón. No tarda en saber que el nuevo emperador es Galba, nombrado por el Senado, por lo que envía a Tito y Agripa hacia finales del otoño del 68 para que le transmitan sus saludos y para obtener instrucciones adicionales procedentes del emperador, si las hubiere, acerca de la guerra en Judea y con relación a la campaña contra los judíos rebeldes concentrados en Jerusalén. Sin embargo, cuando Tito se aproxima a Roma recibe noticias de la muerte de Galba (asesinado la mañana del 15 de enero del 69) y del nombramiento de Otón por el Senado como su sucesor, además de la marcha hacia Roma desde la Baja Germania de Vitelio con la pretensión de eliminar a Otón y arrebatarle el mando del Imperio. Entonces Tito, no queriendo arriesgarse a ser absorbido por ninguno de los dos bandos en contienda, cancela el viaje y vuelve a unirse con su padre en Cesarea; por su parte, parece que Agripa continuó hacia Roma. Según Suetonio, Tito pasó por Pafos a su regreso y allí consultó el oráculo de Venus, que pronosticó su futuro ascenso al poder, y esto debió incrementar positivamente su respeto hacia Josefo, pues éste ya le había augurado un buen futuro en Roma; de hecho, tanto Vespasiano como Tito parece que admiraban el ingenio que este judío había demostrado en la defensa de Jotapata y el talento que manifestó después para poder zafarse de la obstinación suicida del grupo de rebeldes supervivientes que se refugió con él en una cueva cercana tras la caída de dicha ciudad. En cuanto a la campaña de Jerusalén, ésta se detuvo hasta los comienzos del verano del 69, pues el caos en Roma (causando una corta guerra civil) mantuvo a los ejércitos de Judea (acaudillados por Vespasiano) en expectación respecto al futuro incierto del Imperio. Entretanto, en la ciudad de David se produjo una nueva lucha intestina ocasionada por un tal Simón de Gioras, edomita fanático que lideraba a una hueste de sicarios. En efecto, según la Wikipedia, en el 68, segundo año de la gran revuelta, aparecieron cuatro jefes de los rebeldes judíos: Juan de Giscala, Simón bar Giora, Eleazar ben Simón y Eleazar ben Yair; Simón bar Giora (epíteto que probablemente signifique “hijo del prosélito”) era un general muy experto que reunió 40.000 soldados prometiendo la libertad a los esclavos y recompensas a los que ya eran libres; su programa político era radical y se atrajo la aversión del conservador Flavio Josefo; pero por temor al aumento de poder de Juan, otro grande y peligroso fanático, el pueblo de Jerusalén invitó a los edomitas a entrar en la ciudad en la primavera del año 69, para así tratar de disolver el absolutismo de Juan, y con tal acción, Simón, adalid edomita, se apresuró a gobernar como un rey; de modo que ahora, en el interior de Jerusalén, lejos de alcanzarse un equilibrio de poderes, lo que sobrevino fue el estallido de una guerra civil entre los zelotes de Eleazar, los guerreros de Simón y los seguidores de Juan; al final Simón consiguió vencer a Juan después de asediarlo en el Templo; pero en la primavera del año 70 Tito atacó Jerusalén, la tomó y procedió al saqueo de la ciudad, y Simón tuvo que rendirse a los romanos, quienes lo llevaron a Roma, lo pasearon en la procesión triunfal de Tito y lo arrojaron al vacío desde la Roca Tarpeya (una abrupta pendiente de la antigua Roma, situada junto a la cima sur de la colina Capitolina, que se utilizaba como lugar de ejecución de asesinos y traidores, a los que, sin ninguna piedad, se les lanzaba desde ella: un lugar apenas reconocible actualmente, debido a la erosión y a la acción humana que se han acumulado allí por casi 2 milenios).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 156]
    Según la Wikipedia, A finales del 67 o principios del 68, Cayo Julio Vindex, gobernador de la Galia Lugdunensis, se rebeló contra la política fiscal de Nerón. El emperador envió a Lucio Verginio Rufo, gobernador de la Alta Germania, a sofocar la revuelta y Víndex, con el objetivo de recabar aliados, pidió apoyo a Galba, gobernador de la Hispania Tarraconense. Verginio Rufo, sin embargo, derrotó a Vindex y éste se suicidó, mientras que Galba, por su parte, acabó siendo declarado enemigo público. Nerón había recuperado así el control militar del Imperio, pero esto fue utilizado en su contra por sus enemigos en Roma. En junio del 68, el Senado romano votó que Galba fuera proclamado emperador y declaró enemigo público a Nerón, utilizando para ello a la Guardia Pretoriana, que había sido sobornada, y a su prefecto Ninfidio Sabino, que ambicionaba convertirse en emperador. Según Suetonio, Nerón huyó de Roma a través de la Vía Salaria. Sin embargo, a pesar de haber huido, Nerón se preparó para suicidarse con ayuda de su secretario Epafrodito, quien lo apuñaló cuando un soldado romano se aproximaba. Según Dion Casio, las últimas palabras de Nerón demostraron su egocéntrico amor por las artes; exclamó: “Qué gran artista muere conmigo”. Con la muerte de Nerón desapareció la Dinastía Julio-Claudia y el Imperio se sumió a continuación en una serie de cortas guerras civiles, conocidas como “el año de los cuatro emperadores”. Según Suetonio y Dion Casio, el pueblo de Roma celebró la muerte de Nerón. Tácito, sin embargo, habla en sus escritos de un panorama político mucho más complicado en donde la muerte de Nerón fue bien recibida entre los senadores, la nobleza y la clase alta, pero no por la clase baja, los esclavos y los asiduos del teatro, que habían sido los beneficiarios de los excesos del emperador, de modo que éstos recibieron la necrológica noticia con gran rechazo. El ejército, mientras tanto, se debatía en la encrucijada entre el deber de obediencia a Nerón como su emperador y el ceder a los suculentos sobornos ofrecidos para derrocarlo.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 155]
    A finales de marzo del 68, Vespasiano se dispuso a reiniciar la campaña de Judea y marchar hacia Jerusalén, habiendo ya sometido a otras partes estratégicas del país para prevenir ataques. Entonces llegan a sus oídos noticias de una rebelión contra Nerón en la Galia, llevada a cabo por su gobernador, Julio Vindex, quien está asqueado de los derroches y las excentricidades del emperador; sin embargo, Vindex mismo rehusaría más tarde ser proclamado emperador por sus soldados. Iniciada la primavera, Vespasiano se mueve hacia el sur por el lado occidental, donde las planicies del terreno costero son altamente favorables para el despliegue de sus tropas. Toma la ciudad de Antipatris en 2 días, luego somete a Tamna, Lyda, Jamnia (Yamnia) y Ammaus (Emmaus o Emaús) en poco tiempo, hace frecuentes incursiones sobre Idumea y toma 2 pueblos en el corazón de ella, Betabris y Cafartoba, matando a más de 10.000 pobladores, capturando a 1.000 de ellos y expulsando al resto, y colocando finalmente una división de sus tropas para que dominara preventivamente toda la colina de este país. A principios de junio del 68 Vespasiano vuelve a Ammaus y luego atraviesa Samaria y pasa cerca de Neápolis, alcanzando Corea (Coreae o Nablus) por la frontera de Judea. Acampa allí el 20 de junio del 68 y al día siguiente llega a Jericó, sumándose a las fuerzas de Perea comandadas por el general Trajano. Los habitantes de Jericó y del área circundante huyen a las colinas cercanas a Jerusalén. Vespasiano visita el Mar Muerto (Lago Asphaltitis) y comprueba sus propiedades sigulares, entre las que destaca el hecho de que la gente que no sabe nadar flota sobresalientemente en el agua profunda; luego establece guarniciones en Jericó y Adida (a unos 32 kilómetros al noroeste de Jerusalén) y envía a Lucius Annius a tomar Gerasa, quién mata a 1.000 jóvenes, captura mujeres y niños, incendia las casas y a continuación acomete contra los pueblos circundantes. Ahora, la ciudad de Jerusalén ha sido aislada; pero entonces Vespasiano recibe noticias del fallecimiento del emperador Nerón, acaecido el 9 de junio del 68.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 154]
    Lo cierto es que la huida de Juan de Giscala y sus seguidores hacia Jerusalén, donde fue acogido como un héroe, trajo malas consecuencias para los apoyadores de la rebelión contra Roma, pues este individuo instigó una purga entre muchos notables de la ciudad, a los que acusó de colaboración con los romanos y muchos de ellos fueron ejecutados sin juicio previo. La capital judía quedó dividida entre los grupos zelotes más exaltados y extremistas, que eran dueños de la gran explanada del Templo, y los grupos moderados dirigidos por los sacerdotes. Los zelotes llamaron en su ayuda a 20.000 idumeos (éstos eran descendientes de los pobladores del noroeste de Edom o Idumea que el gobernante macabeo Juan Hircano subyugó y obligó a aceptar el judaísmo a finales del siglo II antes de la EC, y, como prosélitos judíos, fueron incorporados a la parte sur del territorio de Judea), que lograron entrar una noche en Jerusalén tras abrírseles las puertas desde dentro, llevando a cabo una matanza general de sacerdotes, de seguidores de éstos y de supuestos simpatizantes de los romanos. En efecto, Una vez que Juan de Giscala llegó a Jerusalén, se desató un enfrentamiento entre los saduceos y los zelotes y sicarios, porque estos últimos culparon a los primeros de la pérdida de Galilea y por intentar convencer al pueblo de la necesidad de una guerra más arriesgada contra los romanos. El enfrentamiento se extendió por toda la ciudad, y a pesar de que las autoridades judías intentaron por todos los medios que la sangre “no llegara al río”, a través de discursos como los del fariseo Simeón ben Gamaliel (parece que éste fue posteriormente conocido como el Rabban Shimon ben Gamliel I, nacido el año 10 antes de la EC y fallecido el año 70 de la EC, hijo primogénito y sucesor en la presidencia del Sanedrín de Gamaliel el Viejo, quien murió en el año 50 de la EC y fue probablemente el famoso Gamaliel que se menciona en el libro sagrado de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 5, versículo 34) o los de los sumos sacerdotes Anás y Jesús, los zelotes, decididos por la causa hasta el final fueron eliminando a los sospechosos de simpatizar con Roma, lograron hacerse con el poder político, convocaron al pueblo y decidieron elegir, por sorteo, a un nuevo Sumo Sacerdote llamado Fanías, que parece ser que no descendía de ningún miembro del Sanedrín y no tenía ni idea del oficio sacerdotal, con lo que fue elegido de manera oportunista para el cargo, a sabiendas de que no estaba preparado para ello. No obstante, los zelotes, descontentos aún, y estando en inferioridad numérica, pidieron ayuda a los idumeos suplicándoles que se unieran en alianza con ellos, con la excusa de que en los ambientes sacerdotales estaban urdiendo entregar la ciudad a los romanos; pero al llegar los idumeos a las puertas de Jerusalén y siendo descubierta su asociación con los zelotes, no se les permitió entrar. Sin embargo, la noche siguiente, en medio de una gran tormenta, los zelotes consiguieron abrir las puertas y dejarlos pasar; y una vez entrados, se cometieron todo tipo de barbaridades, saqueos y asesinatos, sobretodo dirigidos hacia los más ricos y notables, produciéndose también una gran matanza depurandora en la ciudad en la que cayeron entre otros los sumos sacerdotes Anás y Jesús. Finalmente, los idumeos mismos, asqueados de ver tantas atrocidades perpetradas por los zelotes fanáticos contra ciudadanos honrados, no quisieron saber más de los zelotes y se retiraron. Por su parte, los zelotes, con Juan de Giscala al mando, consiguieron el control absoluto de la ciudad.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 153]
    Hacia finales de noviembre del 67, Tito regresó a Cesarea desde Giscala y Vespasiano emprendió una campaña por la costa, bajando desde Cesarea hacia el sur de Jope (o Joppa, tomada por Trajano a mediados del verano del mismo año y donde ahora residía una guarnición romana) y sometiendo a las ciudades de Jamnia (Yamnia) y Azotus; y luego regresó a Cesarea con un gran número de cautivos, quienes habían acordado su rendición sin presentar batalla; entonces, Vespasiano y todo el ejército se dispusieron a invervar (descansar durante el invierno en Cesarea, antes de acometer la campaña de Judea). Pero previamente, y para asegurarse el control de toda Palestina y el fin de toda insurrección en el territorio reconquistado, redujo los últimos islotes de resistencia judía en Perea enviando al tribuno Plácido a tomar su capital, Gadara, y dejando sólo subsistir la fortaleza de Maqueronte (Machaerus). Entretanto, los rebeldes galileos se refugiaron en Jerusalén y también lo hizo Juan de Giscala entre ellos; sin embargo, los judíos, lejos de mantener la unidad frente a los romanos, con la llegada del tal Juan (recordemos que este personaje, jefe de una banda extremista, le presentó a Josefo en Galilea una gran oposición poco antes del avance de Vespasiano) dieron comienzo a una lucha de poder entre facciones que provocó enfrentamientos en el interior de la ciudad de David (es decir, Jerusalén). Esto llegó a oídos de Vespasiano, pues las disputas en Jerusalén eran bastante notorias; y ante esto, algunos comandantes romanos creyeron oportuno que Vespasiano atacara la ciudad de David y la tomara sin más dilación, argumentando que la providencia divina estaba a favor de Roma; pero Vespasiano fue muy cauteloso y prudente, y decidió esperar tranquilamente durante todo el invierno del 68 para dar tiempo a que las distintas facciones judaicas se debilitaran entre sí (lo cual hicieron, efectivamente, llegando incluso a provocar matanzas intestinas en Jerusalén; y más, porque, debido a que los líderes de los distintos grupos en disputa no sentían ahora ninguna necesidad de protegerse de un eventual e inminente ataque romano, querían resolver definitiva, insensata y rápidamente el asunto del liderazgo por la fuerza de las armas, antes de que un tal ataque romano se produjera; y de hecho las luchas entre facciones se recrudecieron y se hicieron muy sangrientas, y como consecuencia las reservas de grano de la ciudad fueron destruídas o quemadas, los alrededores del templo arrasados y más de 20.000 judíos perdieron la vida). Por lo tanto, los romanos esperaron y miraron; y entonces Vespasiano comentó: “Dios es mejor general que yo, pues nuestros enemigos se destruyen entre sí con sus propias manos”. Aparentemente, la fuente de información de Vespasiano fueron los muchos judíos que desertaron de Jerusalén y se entregaron a los romanos, suplicando que se protegiera a la ciudad de la violencia de los rebeldes y se rescatara al resto de sus habitantes, pues éstos no apoyaban la insurrección y desgraciadamente se encontraban atrapados en la metrópoli, en medio de unas condiciones que empeoran de día en día y que se extendían incluso a las pequeñas poblaciones circundantes.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 152]
    Tras la toma de Jotapata y la sumisión de la Galilea occidental, los romanos se aprestaron a organizar las siguientes operaciones en torno a la Galilea oriental y otras regiones más alejadas del país. La siguiente operación, realizada a comienzos de agosto del 67, fue marchar hacia Cesarea de Filipo, en donde Agripa II proporcionaría ayuda y colaboración a los romanos. Desde allí, Vespasiano mandó a su hijo Tito a tomar la ciudad de Tiberiades y más tarde Senabris o Tariquea, tomándola, a esta última, por asalto y sometiendo a los sobrevivientes a la esclavitud. A finales de agosto, tras varios enfrentamientos sangrientos en el mar de Galilea a bordo de balsas y barcazas (que resultaron en grandes estragos para los judíos), el dominio de este lago quedó en poder de los romanos. Para el mes de septiembre sólo quedaban Gamala (en el reino de Agripa) y Giscala (al norte de Galilea). Gamala había sido fortificada por Josefo y por ese motivo supuso un escollo infranqueable para Agripa, quien no contaba con una fuerza militar suficientemente poderosa para tomar la ciudad. Entonces, aparentemente hacia finales de septiembre o primeros de octubre del 67, Vespasiano sitió Gamala con las 3 legiones V, X y XV, y comenzó a levantar terraplenes para el asedio. Agripa intentó parlamentar con los sitiados, pero éstos le lanzaron piedras y una de ellas le golpeó en el codo. Los romanos, pues, acometen contra Gamala, pero sufren una serie de reveses e incluso Vespasiano es atrapado en la ciudad y tiene que luchar para salir de ella, muriendo en ese intento un comandante suyo llamado Aebutius, quién había luchado antes contra Josefo en la toma de Jotapata. Las tropas romanas se desmoralizan y Vespasiano tiene que arengarlas, diciéndoles que ellos no pueden esperar ganar siempre fácilmente y que en realidad las pérdidas romanas son insignificantes en comparación con las miríadas de rebeldes muertos y que, por tanto, deben recobrar el valor que caracteriza a los buenos soldados y dejar de portarse como afeminados. Ante esto, el asedio es renovado y la gente comienza a huir de la ciudad por barrancos y pasos subterráneos. En el ínterin, Tito se encontró con Mucianus en Siria, quien sustituía a Cestio Galo por orden de Nerón como gobernador de dicha provincia (pues, poco después del desastre de Bethorón, Cestio murió, probablemente durante el invierno del año 67). También, Placidus, que había sido enviado por Vespasiano hacia el suroeste, tomó una fortificación que había sido levantada por orden de Josefo en el monte Tabor;y no se dejó engañar por los defensores, que pretendieron salir para hablar con él en términos de rendición cuando en verdad estaban organizados para un ataque por sorpresa; pero Placidus puso una emboscada contra ellos y los derrotó, y muchos de los insurrectos huyeron a Jerusalén, quedando sólo en el lugar los naturales, los cuales se rindieron pacíficamente. Por su parte, entrados ya en la segunda semana de noviembre del 67, aunque la defensa de Gamala estaba muy debilitada, el sitio de la ciudad continuó hasta que 3 soldados de la legión XV entraron sigilosamente al amanecer y socavaron una torre. Entonces, los guardias de la ciudad huyeron y los 2 líderes que comandaban a los rebeldes murieron. A continuación, el día 11 de noviembre del año 67, el ejército romano entró en Gamala y se produjo un suicidio masivo de los habitantes de la ciudad. Los romanos, además, mataron a 4000 personas. Sólo dos mujeres sobrevivieron, que resultaron ser sobrinas del hijo de un tal Filipo de Jacimus, un comandante de Agripa. Tras su regreso de Siria, Tito avanzó contra Giscala, la última ciudad rebelde, y le ofreció la posibilidad de rendirse explicándole que las demás ciudades, más fuertes que ésta, ya habían caído. Juan de Giscala respondió a la propuesta solicitando que se concediera un plazo hasta el día siguiente, pues el día actual era sábado. Tito estuvo de acuerdo y se retiró, pero Juan aprovechó la oportunidad para huir antes de la caída de la noche, con sus zelotes seguidores armados y con sus familias. Se dirigieron hacia Jerusalén, pero Tito los persiguió con una fuerza de caballería y mató a 6.000 de ellos, y capturó a 3.000 mujeres y niños; pero Juan se escapó y llegó a Jerusalén. Finalmente, Tito entró en la ciudad y la aseguró con una guarnición. Oficialmente, antes de la llegada de diciembre del 67, la campaña romana de Galilea se dio por terminada.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 151]
    A finales de julio del año 67, tras la toma de Jotapata y la sumisión de la Galilea occidental, Vespasiano levantó el campamento y se dirigió a Ptolemaida, y de allí a la ciudad costera de Cesarea. Dejó en Cesarea las legiones V y X para que invernaran allí y envió la legión XV a Escitópolis con el mismo objeto. No obstante, en las ruinas de la ciudad costera de Jope (que fue destruída por Cestio Galo durante el inicio de su campaña, el año anterior, es decir, durante su aproximación a Jerusalén) se aglutinaron numerosos fugitivos judíos huídos de la Galilea reconquistada por Vespasiano y la reconstruyeron burda y rápidamente, fletando y reuniendo embarcaciones que dedicaron a la piratería en las costas; y asaltaban el tráfico marítimo entre Siria-Fenicia y Egipto. Por lo tanto, se hizo objetivo de importancia militar este peligro, que minaba las rutas costeras de Palestina y Fenicia y obstaculizaba las comunicaciones con Egipto. Vespasiano, entonces, envió una fuerza romana al mando del general Trajano, legado de la legión X (Fretensis), que ocupó la ciudad rápidamente, antes de la caída de la noche; y los bandidos huyeron en sus barcos. Al alba, se libró una batalla naval ante las costas de la ciudad que terminó con la derrota y destrucción de las naves judías, en buena parte debido a una tempestad que hizo encallar las naves judías contra las rocas, destrozándolas. Aquéllos de los náufragos que vinieron de vuelta hacia la playa, para no ahogarse, fueron muertos por los romanos. En total, parece que murieron 4.200 piratas, tragados por el mar o a manos de los soldados. Finalmente, y por orden de Vespasiano, quedó una guarnición romana allí, en Jope, en prevención de alguna presumible acción de piratería futura. Ahora bien, la fuerza romana apostada en la ciudad pasó a convertirse en un azote devastador y expoliador para las poblaciones judías de los alrededores.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 150]
    El jefe judío, Josefo, que tenía por entonces unos 32 años de edad, fue conducido ante Vespasiano. Y cuando ya el general romano había dispuesto enviárselo prisionero a Nerón, al astuto Josefo (encadenado como estaba) se le ocurrió una inspiración que le resultó muy providencial: pidió hablar a solas con él de algo muy reservado, y Vespasiano hizo salir a todos excepto a su hijo Tito y a dos amigos de toda confianza. Entonces Josefo, dándoselas de profeta, le dijo: “Me mandas a Nerón. ¿Para qué? Después de Nerón no quedará ningún sucesor excepto tú. Tú, Vespasiano, serás el César y emperador, y también lo será tu hijo aquí presente”. Aunque todo tenía el aspecto de una invención del sinuoso judío para evitar el castigo que le esperaba en Roma, el caso es que Vespasiano (que sin duda había pensado más de una vez en esa posibilidad, que colmaba las aspiraciones de cualquier general romano lo suficientemente ambicioso) decidió retener al judío junto a sí, en espera de que se cumpliese su profecía. De momento no le liberó de las cadenas, pero él y Tito le regalaron ropas nuevas y le trataron con ciertas atenciones (con el tiempo la predicción se cumpliría, y Joseph ben Matthías, con su nuevo nombre romanizado de Flavio Josefo, se convertiría en un protegido de los nuevos emperadores flavios durante largos años en Roma: Vespasiano, Tito y Domiciano).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 149]
    Era ya el comienzo del verano del año 67 de nuestra era, y el asedio de Jotapata no progresaba. Sin embargo, un destacamento de 2.000 infantes y 1.000 jinetes enviado por Vespasiano conquistaba una ciudad vecina, Jafa, donde los romanos degollaron a todos los habitantes varones en las calles o en las casas, esclavizando a mujeres y niños pequeños. Otro destacamento, aparentemente al mando de un tal Cerealius, bajó hacia Samaria e hizo una masacre de gentes que se habían reunido en el monte Garizim o Guerizim, la montaña sagrada de los samaritanos; murieron cerca de 10.000 hombres. Se apostaron varias guarniciones romanas, vigilando esta región densamente poblada. Al norte, por fin un desertor judío informó a Vespasiano que los defensores de Jotapata estaban agotados por la continua falta de sueño y por la debilidad, pues el asedio se prolongaba ya por 47 días, en lucha sin descanso por parte de los sitiados, y le dijo que la mejor hora para sorprenderlos era la última de la madrugada, dado que los cansados guardias se quedaban profundamente dormidos. Vespasiano, aunque no se fiaba demasiado, decidió probar. De madrugada, el ejército avanzó hasta la muralla silenciosamente; Tito, el hijo de Vespasiano, junto con uno de sus tribunos y unos pocos soldados escogidos, subieron al muro, mataron a los centinelas, entraron en la ciudad y abrieron las puertas de ésta con sigilo. Tras ellos empezaron a entrar, en grupos, más y más soldados. Al amanecer, en medio de una densa niebla que se había declarado, el ejército romano entró en la ciudad y muchos de sus habitantes se dieron cuenta de ello en el preciso momento en que eran degollados. No se perdonó a nadie, y los romanos empujaban a la gente cuesta abajo por las estrechas callejuelas, donde al apiñarse eran fácilmente masacrados. Algunos de los soldados judíos de la guardia personal de Josefo se suicidaron. Los romanos sólo tuvieron un muerto en este asalto final, a saber, un centurión que, al intentar sacar a un judío que se había refugiado en una cueva, fue herido por éste con una lanza por debajo de la ingle. En los días siguientes, los romanos buscaron a todos los escondidos en las cuevas y cloacas de la ciudad y mataron a todos los que encontraron, excepto a mujeres y niños pequeños (que eran más de un millar de supervivientes). La cifra total de muertos judíos en Jotapata fue, según Josefo, de unas 40.000 personas. La ciudad fue demolida por orden de Vespasiano. Eran los últimos días del julio del año 67. Se buscó por todas partes al general Josefo, pero no aparecía. Se había refugiado con algunos de sus soldados en una cueva de difícil acceso. Los romanos se enteraron por las confidencias de una mujer, e intentaron convencerle para que saliera y se entregara por mediación de un tribuno, antiguo conocido suyo. Pero los demás soldados judíos que estaban con Josefo no se lo permitieron y le amenazaron de muerte con sus espadas si intentaba salir. Los romanos, enfurecidos, querían pegar fuego a la cueva, pero el tribuno los contuvo, pues estaba empeñado en cogerlo vivo. En el interior de la cueva, Josefo intentó al principio convencer a sus compañeros con palabras, hablando acerca de la ilicitud moral del suicidio, pero ante semejante discurso religioso-filosófico ellos estuvieron a punto de matarle allí mismo. Es el propio Josefo el que cuenta lo que sucedió y cómo consiguió librarse de la muerte a manos de los suyos: a uno de ellos le llamó por su nombre, a otro le miró con mirada de jefe, a otro le cogió de la mano derecha y a otro le suplicó, y de este modo consiguió apartar de su cuello todas las espadas. No cabe duda de que este hombre tenía grandes cualidades histriónicas y un gran poder de persuasión con la palabra y los gestos, al tiempo que un buen conocimiento de la psicología humana. De todas formas, viendo que no era posible convencerlos, fingió cambiar de actitud y les propuso una solución intermedia: que se suicidaran todos por sorteo, siguiendo un orden, de manera que el segundo matase al primero, el tercero al segundo, y así sucesivamente; y de esta forma no sería exactamente un suicidio. A todos les pareció bien la idea. No sabemos cómo (Josefo no lo dice), pero el caso es que él mismo se las arregló para salir elegido entre los dos últimos. Uno a uno fueron dándose muerte sucesivamente, y al final quedaron sólo Josefo y otro más, a quien no le costó convencerle de que se entregasen a los romanos, cosa que hicieron a continuación (no obstante, ésta es la versión del propio Josefo acerca de lo sucedido en la cueva, y no puede descartarse que incluso sea una semblanza acomodaticia y tergiversada de los hechos). Lo más grotesco del caso es que, cuando se enteraron en Jerusalén de la caída de Jotapata, tributaron a Josefo unos funerales de honor, con un duelo de 30 días. Más tarde, sin embargo, al ser informados de que estaba con los romanos y colaboraba con ellos, fue considerado un verdadero enemigo público de los judíos.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 148]
    La toma de Gabara debió ocurrir a mediados de la primavera (mayo) del año 67. A continuación, vino el asedio de Jotapata, que fue muy duro. Los judíos luchaban a la desesperada, bien dirigidos por Josefo. Vespasiano desplegó las máquinas de asedio y empezó la construcción de un terraplén que alcanzase la altura de la muralla, según la costumbre militar romana habitual en estos casos. Sin embargo, los judíos hacían frecuentes salidas y retrasaban los trabajos de construcción del terraplén e incendiaban las obras; además, elevaron las murallas todavía más, trabajando en ellas día y noche. Vespasiano estrechó el cerco en torno a la ciudad, para forzar a los sitiados por hambre y sed. Josefo, para desmoralizar a los sitiadores y hacerles ver que tenían provisiones de agua más que suficientes, ordenó a sus hombres que mojasen sus ropas y las colgasen empapadas y chorreantes en las almenas de la muralla. Desalentados, los romanos reanudaron las obras para el asalto. Pero el propio Josefo se daba cuenta de que la caída de la ciudad era cuestión de poco tiempo, e intentó huir, con la excusa de reunir gente en los pueblos de la región y acudir a romper el cerco levantado por los romanos. Sin embargo, Todos los habitantes (hombres, mujeres y niños) se lo impidieron, y tuvo que seguir en su puesto. Los romanos montaron un gigantesco ariete, pero los judíos colgaron sacos llenos de paja para amortiguar los golpes; los romanos dispusieron entonces largas pértigas con guadañas y cortaron las cuerdas de las que colgaban los sacos sobre la muralla; finalmente, los judíos consiguieron romper la cabeza metálica del ariete con una gran piedra que le acertó de lleno; pero los romanos lo repararon. El asedio alcanzaba momentos de gran virulencia, y en uno de ellos el propio Vespasiano fue herido levemente por una flecha en la planta del pie. Las catapultas lanzaban continuamente contra las torres piedras de hasta 50 kilos de peso (una de esas piedras, dice Josefo, alcanzó a uno que estaba junto a él en la muralla, le arrancó la cabeza y envió el cráneo a varios centenares de metros; al día siguiente, una mujer embarazada recibió de lleno el impacto de una de esas piedras en el vientre cuando acababa de salir de su casa, y el feto fue a parar a gran distancia de allí). Por fin, una parte de la muralla cedió, pero los judíos protegieron la brecha con sus cuerpos y los romanos no pudieron entrar. Al día siguiente, Vespasiano ordenó el asalto general. Tras someter a la ciudad a una lluvia de flechas y proyectiles de honda que oscurecieron la luz del día, la infantería romana avanzó y comenzó a tender las escaleras sobre la muralla. Los judíos ensayaron otra cosa (en su obra testimonial histórica, Josefo se atribuye la invención de todos y cada uno de los recursos y estratagemas empleados por los sitiados): arrojar aceite hirviendo sobre los asaltantes. El procedimiento, que no era ninguna novedad, hizo aquí verdaderos estragos entre los soldados romanos que avanzaban en bloque en la clásica formación de testudo o tortuga (cubiertos por todos lados con los escudos, unos sobre otros). El aceite hirviente se metía por debajo de las corazas desde la cabeza hasta los pies y devoraba la carne como si fuera fuego, y los soldados aullaban de dolor y retrocedían saltando sobre sus compañeros, siendo fácilmente alcanzados por las flechas de los sitiados.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 147]
    En las ciudades galileas del norte, los judíos también se preparaban para hacer frente a los romanos. Desde Jerusalén se les envió como general para toda la Galilea a un sacerdote fariseo llamado Joseph ben Matthías (a saber, el futuro historiador de esta guerra, con nombre romanizado, Flavio Josefo). Este Joseph o Josefo dirigió los preparativos de la defensa de las ciudades, recaudó dinero y amuralló algunas de las principales villas galileas. Pero su autoridad era muy discutida u objetada, especialmente por un galileo llamado Juan de Giscala, jefe de una banda extremista propia. Además, algunas ciudades galileas intentaban todavía nadar entre dos aguas, esto es, dejar abierta la posibilidad de pactar con los romanos, por lo que Josefo, para evitar la desunión, tomó como rehenes a sus personajes principales. La ciudad de Séforis envió mensajeros de paz a Vespasiano, y éste dejó una guarnición de 1.000 jinetes y 6.000 soldados de a pie para proteger la ciudad, y, esta guarnición, después que Vespasiano con el grueso del ejército se habían adentrado más en Galilea, se convirtió en una milicia de rapiñadores, pues desde la ciudad hacían frecuentes salidas para devastar la región, matando a todos aquellos hombres que eran aptos para llevar armas y esclavizando a los demás. Por este motivo, la gente comenzó a huir y refugiarse en las ciudades amuralladas por Josefo. Parece que el ejército de Vespasiano partió en dirección sureste, desde Ptolemaida (Fenicia) hacia Tiberíades (Galilea). Cuando penetró en Galilea, la columna de marcha romana era impresionante y alcanzaba varios kilómetros de longitud. Muchas de las tropas de Josefo huyeron y se dispersaron nada más divisarla, y Josefo y los suyos marcharon a refugiarse en la ciudad de Tiberíades. El ejército romano se dirigió primero contra la ciudad de Gadara, que tomó sin apenas lucha, ejecutando a todos los habitantes varones. Josefo decidió entonces refugiarse en Jotapata, la mejor fortificada de todas las ciudades de Galilea gracias a su propio emplazamiento natural. Esto a pesar de que, inicialmente, el ejército de sublevados con los que llegó a contar Josefo ascendió a unos 100.000 hombres: “Al volver a Jerusalén (se sobreentiende: Después de aplastar a los romanos en Bethorón), los judíos convocaron una asamblea en el Templo, y designaron generales para la guerra. José, el hijo de Gorión, y Anano, el antiguo sumo sacerdote, recibieron autoridad suprema en la ciudad (se sobreentiende: En la ciudad de Jerusalén). Eleazar, hijo de Simón, fue dejado de lado, porque era sospechoso de tiranía. Pero más tarde, y debido a que controlaba gran parte del tesoro público, Eleazar logró el mando supremo. Enviaron a generales para los varios distritos, incluyendo a Josefo, hijo de Matías, que fue enviado a asumir el mando en Galilea. Gobernó este distrito (se sobreentiende: Josefó gobernó el distrito de Galilea) mediante 78 magistrados designados para promover la armonía entre los habitantes. Fortificando todos los lugares defendibles (se sobreentiende: Josefo fortificó lugares estratégicos de Galilea), movilizó un ejército de 100.000 hombres, entre los que introdujo la disciplina militar romana” (“Los escritos esenciales”, tomo II, capítulo XXV, página 286, de Flavio Josefo).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 146]
    Mientras Vespasiano daba los primeros pasos en su campaña, los judíos, eufóricos por la reciente victoria, empezaron a su vez a nombrar generales y mandos para su improvisado ejército y a reclutar varones por todas las ciudades y aldeas de Palestina. Los sacerdotes fariseos y saduceos, y los notables de Jerusalén, viendo ya lo irreversible de la situación, apoyaron sin reservas y decididamente la revuelta, poniéndose al frente de ella, aunque el verdadero poder lo seguían detentando los jefes celotes más extremistas. Se fabricaron armas y flechas, se dió una sumaria instrucción militar a los grupos de jóvenes, se repararon las murallas y se prepararon máquinas de guerra. Pero algunos grupos de antiguos bandidos seguían haciendo la guerra por su cuenta, sobre todo en la región meridional de Idumea. Uno de esos jefes era Simón bar Giora, que se había dedicado anteriormente a saquear las casas y haciendas de los ricos y que luego sería uno de los principales dirigentes de la guerra. La efervescencia del momento impulsó a los judíos a tomar la iniciativa bélica. Un ejército heterogéneo e indisciplinado dirigido por tres jefes de bandas (Níger el pereo, Silas el babilonio y Juan el esenio) se dirigió contra la ciudad de Ascalón, en la llanura filistea o franja de Gaza, que tenía una guarnición romana formada por una cohorte de infantería y un ala o escuadrón (500 jinetes) de caballería. Los romanos, en cuanto los vieron aproximarse, sacaron la caballería, que rechazó sin dificultad a los que se acercaban a las murallas. Allí se enfrentaron la disciplina contra la indisciplina, la experiencia contra la inexperiencia, la caballería (actuando en un terreno extenso, llano y muy apto para el despliegue) contra una infantería mal armada y tan temeraria como inexperta. En el primer choque los hebreos huyeron, y lo que siguió fue una verdadera matanza de los fugitivos por obra de los jinetes romanos, que podían retroceder y maniobrar a voluntad en la extensa llanura. Perecieron, según Josefo, cerca de 10.000 judíos, entre ellos dos de sus generales, Juan y Silas. El resto, heridos en su mayor parte, se refugiaron en una aldea de Idumea. Los romanos sólo tuvieron unos pocos heridos. De nuevo intentaron los judíos el ataque contra Ascalón poco después, y de nuevo fueron desbaratados con miles de pérdidas. Finalmente huyeron de allí, perseguidos por la caballería romana. La derrota había sido casi total, pero el ánimo de los exaltados judíos supervivientes (entre ellos su jefe Níger) estaba intacto y más eufórico que nunca, valorando mucho más el hecho de haber sobrevivido a un choque frontal contra los temibles romanos que el hecho de haber sido estrepitósamente derrotados por éstos.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 145]
    Vespasiano tomó el mando del ejército de Siria, a saber, de las legiones V (Macedónica) y X (Fretensis), y partió hacia Judea por tierra, mientras enviaba a su hijo Tito por mar a Alejandría para recoger a la legión XV (Apollinaris). Tito atravesó con la legión recogida en Egipto toda la costa de Palestina y se reunió con su padre en la ciudad de Ptolemaida, en la Galilea costera. El ejército de operaciones lo constituían por tanto 3 legiones completas, más otras 23 cohortes sueltas y dobladas en sus efectivos (es decir, el equivalente a otras 4 legiones más), y seis alas o escuadrones de caballería. Éstas eran las tropas legionarias romanas, a las que se añadió un importante contingente de tropas auxiliares de los reyes aliados extranjeros (entre ellos Agripa II, que envió 2.000 infantes con arcos y 1.000 jinetes, y un reyezuelo de Arabia, que aportó 5.000 arqueros y 1.000 jinetes). El ejército en su conjunto alcanzaba la impresionante cifra de 60.000 soldados, más varios miles de criados de los soldados romanos, también muy expertos en la vida militar. Sin embargo, parece que las fuerzas totales con las que podía contar Vespasiano incluían 6 legiones más y un cierto número de auxiliares y criados anexos a las mismas, esto es, unos 40.000 hombres extras; pero, finalmente, sólo movilizó a los 60.000 descritos. Ahora bien, manejar semejante cantidad de hombres, avituallarlos diariamente, conducirlos, acamparlos y hacerlos maniobrar sobre el terreno eran cosas que requerían buenas dotes de organización y estrategía, algo que cualquier general romano sabía hacer bastante bien, pues, en realidad, toda la ciencia militar romana se basaba en la disciplina y en efectuar las tareas según el protocolo habitual, como siempre se habían hecho, sin apenas concesiones a la improvisación, al azar o a la audacia personal; por ello, los generales romanos no eran grandes estrategas, pero la disciplina y el no apartarse nunca de los esquemas tácticos habituales hacía de las legiones romanas una maquinaria de guerra prácticamente invencible; y frente a esto las huestes judías quedaban en muy precaria situación. La legión romana estaba dividida en diez cohortes de 500 hombres cada una y era la unidad organizativa y logística básica del ejército; pero las unidades operativas y tácticas eran las propias cohortes de infantería, subdivididas a su vez en manípulos (dos centurias), y éstos en centurias (de entre 80 y 100 soldados cada una).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 144]
    Según Josefo, después del desastre romano en Bethorón, muchos judíos distinguidos abandonaron la ciudad de Jerusalén, incluyendo a Costobaro y Saúl, dos hermanos de la familia real agripina, que se unieron a Cestio Galo; y por petición de ambos, Cestio los envió a Nerón, que estaba en Acaya (nombre romano de la Grecia continental), y les dijo que alertaran al emperador acerca de esta emergencia, y que culparan a Floro de la guerra, desviando así cualquier hipotético peligro de cólera nerónica que pudiera encenderse contra él. Y en la provincia de Acaya, Nerón estaba inspeccionando las obras de uno de sus grandiosos proyectos, a saber, la construcción de un canal en el itsmo de Corinto. Allí recibió la noticia de la derrota de Cestio Galo. Inmediatamente tomó las primeras medidas para aplastar la sublevación, y la persona elegida para general en jefe del ejército que debería reconquistar Palestina era, como ya se ha mencionado, un hombre maduro y militar profesional con gran experiencia, Tito Flavio Vespasiano, de origen plebeyo por parte de madre y algo más ilustre por parte de su familia paterna; y era viudo, pero convivía con una antigua amante suya, una liberta a la que siempre tributó honores de esposa. Había desempeñado varios cargos políticos y militares, en los que también tuvo la necesidad de mostrarse sumiso, adulador y rastrero ante los emperadores de turno, como todos los romanos que por aquel entonces aspiraban a un cargo en la capital. Fue edil o magistrado urbano en Roma en tiempos de Calígula, el cual, en cierta ocasión, irritado por la suciedad de las calles de Roma, hizo que le arrojaran barro y estiércol a la cara; y desempeñó también el cargo de cuestor (secretario del emperador, de cónsules o de procónsules) y más tarde el de gobernador de la provincia de África. Había acompañado a Grecia a Nerón y a su séquito, pero cayó en desgracia por haberse quedado dormido en una ocasión en que el lunático emperador recitaba versos y poemas durante un banquete. Nerón, entonces, le prohibió comparecer nunca más ante él, y Vespasiano, atemorizado, se retiró a una pequeña aldea a esperar a que al emperador se le pasase el enfado. No tenía Vespasiano una gran cultura griega, como la que tenían los propios emperadores julio-claudios (desde Octavio Augusto hasta el propio Nerón), pero no desconocía la lengua y la literatura helénicas; en todo caso, su modo de vida y costumbres estaban muy alejadas de las de los refinados, cultos y decadentes aristócratas de la capital. Físicamente era corpulento y de aspecto macizo, de cabeza voluminosa y gesto tenso (dice el historiador Suetonio, de la forma más elegante posible, y los propios retratos que de Vespasiano se conservan lo corroboran). Era socarrón, jovial y de buen humor, y no tenía otro defecto moral que el hecho de que le gustaba mucho el dinero, pero no era avariento, ni lujurioso ni cruel. Tenía dos hijos mayores: Tito Flavio, culto, refinado y militar como su padre, y Flavio Domiciano, a quien no parecía gustarle ni la vida militar ni la cultura ni los estudios de ninguna clase, aunque daba la impresión de tener algún interés por la compleja ciencia jurídica y por el elaboradísimo Derecho Romano.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 143]
    Si bien Vespasiano fue enviado como legado o lugarteniente del emperador a Judea a principios del año 67, parece que fue en la primavera de ese mismo año cuando recibió la orden de Nerón de iniciar la reconquista del territorio palestinense rebelado. El general Flavio Vespasiano tenía entonces 57 años y, aunque no gozaba precisamente de todas las simpatías del emperador, era el mejor soldado de Roma en aquellos momentos. Veinte años antes, siendo legado (comandante en jefe) de la Legión Augusta, se había destacado heroicamente durante la conquista de Britania (Inglaterra), bajo el reinado de Claudio. Era un militar nato, con una tremenda experiencia de décadas de servicio en las legiones y un instinto guerrero ante el que los judíos poco podían oponer. Vespasiano tenía con él a su hijo Tito, un oficial de 27 años que había heredado las virtudes militares de su padre. Tenía el mando de 9 legiones (cada legión se componía de unos 5.000 hombres) y aproximadamente el mismo número de auxiliares, y era muy admirado y respetado por sus tropas. Además, como los estados aliados de Roma estaban obligados a aportar sus servicios militares a la causa del emperador, el total de fuerzas a las órdenes de Vespasiano ascendió finalmente a unos 100.000 hombres, aunque sólo utilizó para la campaña de Judea a las legiones V, X y XV, unidades curtidas que nada tenían que ver con las relativamente inexpertas tropas auxiliares sirias a las que los judíos habían masacrado en Bethorón. La legión X estaba al mando del general español Marco Ulpio Trajano, el padre del futuro emperador Trajano (53-117).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 142]
    Tras el desastre romano en Bethorón, muchos judíos que estaban vacilantes de rebelarse contra Roma se unieron ahora a los rebeldes y una corriente de exaltación nacionalista arrastró a parte del sacerdocio y de la aristocracia judía. Asimismo, los zelotes se hicieron con el control absoluto de la situación y se organizó la defensa bajo una especie de gobierno provisional que unió a todos los judíos, si bien compuesta por todos los grupos existentes, lo que poco más tarde daría lugar a rencillas que irían progresivamente en aumento hasta desembocar en un desenlace fatal. Por su parte, Roma no podía perdonar tales insultos a su poder. El historiador hebreo Rav Berel Wein, en su libro “Ecos de gloria” (página 155) relata: “Los judíos tuvieron éxito y expulsaron a Roma de Jerusalén. Sin embargo, esto generó ondas expansivas por todo el Imperio romano. También desató una ola de sangrientos pogromos en contra de los judíos, especialmente en Cesarea, Alejandría y Damasco. Miles de judíos fueron asesinados en esos disturbios y miles más fueron vendidos en el mercado de esclavos de Roma”. La derrota de Cestio Galo llegó a oídos del emperador Nerón, quien tomó cartas en el asunto y estimó que la situación era muy grave ya que los rebeldes habían puesto en peligro el dominio romano en Judea y se temía, no sin razón, que la revuelta pudiera extenderse a otras zonas como Siria o Egipto, lo cual sucedió, especialmente en Damasco, donde 10.500 judíos reunidos en el gimnasio, desarmados, fueron pasados a golpe de espada delante de sus esposas, y en Alejandría, donde el prefecto de Egipto, Tiberio Julio Alejandro, tras un enfrentamiento judeogriego en el teatro, con motivo de ponerse de acuerdo sobre quién iba en representación de la ciudad a hablar ante Nerón en Roma, mandó pasar por las armas a 50.000 judíos, al desoírse los consejos de este prefecto, quien recibió además insultos y agresiones. Era, pues, necesario enviar nuevas legiones a Judea; y este cometido sería llevado a cabo por Vespasiano, el más apto, quien sería enviado como legado a Judea, probablemente a principios del año 67, al mismo tiempo que Cayo Licinio Muciano fue nombrado gobernador de Siria, para mantener la normalidad en la provincia. Vespasiano contó con tres legiones, la Legión V (Macedónica), la Legión X (Fretensis) y la Legión XV (Apollinaris), siendo Tito, el hijo de Vespasiano, el jefe de esta última; y dejando de lado la Legión XII (Fulminata) por el desastre de Bethoron (no obstante, durante el asalto a Jerusalén, en el año 70, la Fulminata se vio dignificada al participar en él). A este núcleo se le sumaron 23 cohortes y seis alas de caballería y los refuerzos de príncipes clientes como Agripa II, Antíoco de Comagene, Soaemo de Emesa y Malco II de Nabatea, lo que hizo que finalmente el ejército de Vespasiano tuviera entre 50.000 y 60.000 hombres. La estrategia de Vespasiano fue de tipo silencioso, reduciendo primeramente los conflictos por toda la región de Judea y poniendo bajo su dominio ciudad tras ciudad, de manera centrípeta o cautelarmente aproximativa hacia Jerusalén, con la intención de finalmente tomar por asedio la ciudad.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 141]
    El legado propretor de Siria, Cestio Galo, cometió graves errores al aventurarse con sus tropas en retirada por las colinas de Bethhorón. Los romanos, que eran imbatibles en terreno despejado por su disposición táctica formando 3 líneas intercambiables, tenían un punto débil: si les atacaban en plena marcha no podían formar las líneas y se exponían a ser derrotados. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. No obstante, haciendo uso de su soberbia disciplina, consiguieron reagruparse y salir del atolladero, pero tuvieron que abandonar su caravana de provisiones y el equipo pesado, que los judíos llevaron en triunfo a Jerusalén. Ebrios con su éxito, pero sabiendo que Roma era imbatible en campo abierto, se dispusieron a resistir atrincherados tras los muros de la Jerusalén y de otras ciudades fortificadas sin comprender que los romanos, maestros absolutos del arte del asedio, tenían todas las de ganar. Parece que esperaban la protección divina y creían que cuando los romanos regresaran a tomar venganza Dios los derrotaría nuevamente, devolviendo a la ciudad el antiguo esplendor que tuvo bajo el reinado de Salomón. Aparentemente, muchos sublevados estaban erróneamente persuadidos de que el reinado del Mesías, del que hablaron los profetas, estaba a punto de llegar y que éste restauraría a Jerusalén y a todo el territorio de Israel a la condición bendita que alcanzó en los días de David y Salomón. Como no escucharon al hombre de Nazaret, el verdadero Mesías, ahora estaban en vías de acarrearse contra sí mismos la peor aflicción de toda su historia. Por ejemplo, en el desastre romano de Bethorón, el cual pudo haber acontecido sobre el 25 de noviembre del año 66, la legión XII (Fulminata) fue diezmada y perdió además su emblema (el águila), y aunque no fue disuelta (debido a la valentía de 400 de sus hombres que cubrieron la retirada), sí sufrió un importante desprestigio, del que intentó resarcirse posteriormente cuando fue incorporada al ejército de Tito con vistas al asedio de Jerusalén en el año 70. Por lo tanto, la ira del ejército romano que asoló a esta ciudad en ese año 70 rezumaba una ira extrema contra los judíos acorralados tras sus murallas, lo cual nos trae a la memoria las siguientes palabras de Jesucristo: “Ay de las que están embarazadas y de las que están criando en esos días. Porque habrá una gran aflicción en la Tierra (se sobreentiende: en la tierra de Judá) e ira contra este pueblo” (Evangelio según Lucas, capítulo 21, versículo 23; Biblia Peshitta).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 140]
    La retirada de Cestio Galo fue humillante y muy costosa para los romanos, y una gran vergüenza que Roma no iba a perdonar de ningún modo (entre otras cosas porque había abierto una enorme grieta en el ejercicio de autoridad y dominio del Imperio sobre las demás provincias conquistadas, y consecuentemente demandaba un escarmiento ejemplar). Recordemos que los judíos atacaron la retaguardia del ejército de Cestio durante gran parte del camino hasta Gabaón y provocaron una verdadera masacre en las últimas filas. Murieron varios tribunos y comandantes romanos y, para poder escapar, tuvieron que abandonar gran parte de los bagajes del ejército. Los enemigos estaban por todas partes, y Cestio, para huir con más rapidez, ordenó abandonar todo lo que no fuera necesario. Se mataron a las mulas, a los burros y a otras bestias de carga, excepto a las que llevaban las máquinas de guerra y las municiones, y con tremendas dificultades llegaron a las cercanías de Bethorón, una población situada al final de un largo desfiladero. Allí se produjo lo peor: los judíos hostigaron a los romanos en los lugares angostos que éstos tenían que atravesar y les lanzaron grandes cantidades de flechas y proyectiles. Los soldados, y en especial la caballería, tenían que estar más atentos a no resbalar y caer por los barrancos y precipicios que a la propia lucha y defensa. La llegada de la noche salvó al ejército de Cestio Galo, que pudo llegar por fin a Bethorón. Allí, Cestio se dispuso a convertir la retirada en una verdadera huida y para ello dejó 400 soldados en los tejados de las casas, con órdenes de gritar las voces habituales de los centuriones en los campamentos, para que los judíos creyeran que todo el ejército permanecía aún allí; y mientras tanto él y el ejército avanzaron varias millas en silencio al amparo de la noche. Al amanecer, cuando los judíos vieron el campamento vacío, mataron a flechazos a los 400 soldados que allí quedaron y corrieron detrás de Cestio, que apresuraba la marcha y les sacaba cierta ventaja. Aun así, tuvo que abandonar las catapultas y otras máquinas de guerra, de las que se apoderaron los judíos. Finalmente, el ejército romano consiguió llegar a la llanura costera, cerca de Antípatris, donde la caballería podía desplegarse, y los judíos desistieron de la persecución. Las pérdidas judías fueron pocas; los romanos, en cambio, tuvieron varios miles de bajas en la infantería y varios centenares en la caballería. Fue la mayor derrota sufrida por los romanos desde su llegada a Palestina 130 años antes, y fue además la más bochornosa; pero sería también la última.

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 139]
    Eusebio, en su “Historia eclesiástica”, afirma que los cristianos de Jerusalén y de Judea, ante el ataque y subsiguiente fracaso de Cestio Galo en su campaña contra la ciudad santa, huyeron masivamente a la localidad de Pela, ubicada en la montañosa frontera del norte de Perea con la Decápolis. Ellos sabían, por lo que Jesucristo dijo poco antes de su muerte, que tanto la ciudad como el entero sistema nacional y religioso judío, con su imponente Templo o centro emblemático, habían sido abandonados de la mano de Dios y ya no contaban con la protección del Todopoderoso. Sin embargo, para la inmensa mayoría del pueblo judío de aquella época la derrota de Cestio Galo fue interpretada como una reacción de Dios contra los profanadores de su Templo y como una victoria aplastante que provenía del cielo. Por lo tanto, mientras los cristianos se marcharon lejos de la ciudad y se mantuvieron a buena distancia de ella, los judíos en general interpretaron los acontecimientos como señales sobrenaturales indicadoras de que Dios iba a librarlos del yugo de Roma y posiblemente hacer resurgir o restaurar el reino de Israel en todo su esplendor. En realidad, no se percataron de que estaban siendo afectados por un espejismo, es decir, por una visión engañosa producida por una mejoría premortem que en breve iba a desembocar en la peor tribulación experimentada por Jerusalén en toda su historia, ya pasada o ya futura. La fe en Jesucristo les hubiera evitado semejante catástrofe.

    Editado 1 vez. Última edición: 2017-09-01 13:07:25

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 138]
    Por otro lado, la situación de los cristianos atrapados en Jerusalén en noviembre del año 66 EC no podría ser vista desde los tribunales celestiales bajo el mismo prisma que la de los cristianos romanos del año 64 bajo Nerón. Por ejemplo, el entero sistema religioso judaico de aquellos tiempos estaba bajo maldición a causa del asesinato del Mesías y a causa de la insidiosa y maligna persecución que había mantenido contra los seguidores de éste; y, además, sumaba contra sí mismo el agravante de que, por instigación del estamento sacerdotal, la gente agolpada ante Pilato, a principios de la década de los años 30 del primer siglo, pidió la muerte de Jesús con desafiante descaro, al hacerse merecedora por voluntad propia de que la sangre del Inocente cayera sobre el pueblo. En consecuencia, con la llegada del año 66, e incluso poco antes de ese año, el clima social de Judea presentaba claros síntomas de pérdida de la protección divina y galopante decadencia con muerte en perspectiva; una muerte de índole nacional y religiosa que el imperio romano iba a materializar, con terribles e indescriptibles sufrimientos para el pueblo israelita, consecuencia de un juicio con sentencia capital o fatal emitido en los tribunales celestiales (consenso de criaturas del suprauniverso). Ante tal decisión, pues, nada se podría alegar entonces contra la acción bondadosa de Jesucristo, en nombre de Dios el Padre, de proteger a los cristianos atrapados en Jerusalén de ese juicio condenatorio; y para ello, simplemente, se hizo abortar la primera intentona de Roma de aplastar la gran rebelión judía. Pero, casi 4 años más tarde, el general Tito sitió la llamada “ciudad santa” y, a pesar de sus deseos de preservar el Templo como joya arquitectónica del Imperio, el control de la furia de sus tropas se le escapó de las manos, quizás por instigación angélica, y tanto ese templo como la entera ciudad acabaron triturados y quemados, teniendo como telón de fondo una masacre de proporciones descomunales, nunca antes vista en los asaltos sufridos por dicha ciudad y que jamás volvería a repetirse en el futuro, como señaló Jesucristo proféticamente poco antes de su muerte, dado que con esa destrucción concluía la sentencia condenatoria elaborada en los tribunales celestiales. En consecuencia, la objeción suscitada sólo encuentra una respuesta convincente, a partir de las sagradas escrituras, tomando en consideración la presencia y deliberación, más allá de este universo, de millones de seres sobrehumanos que componen el más alto tribunal que podamos imaginar y que aquí hemos denominado “cortes celestiales”. Es por eso que el apóstol Pablo, en una de sus misivas, escribió: “Por lo que veo, a nosotros los apóstoles de Dios nos ha hecho desfilar en el último lugar, como a los sentenciados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres (se sobreentiende: Existía, y existe, una gran expectación por los acontecimientos humanos en la Tierra que interesa a los ángeles, esto es, a las criaturas que integran los tribunales celestiales, y que tienen que ver con la salvación eterna)” (Primera epístola de Pablo a los cristianos corintios, capítulo 4, versículo 9; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 137]
    También, Pablo habló de cristianos de Roma que se torcerían en su fidelidad y actuarían de manera contraria a la enseñanza de Jesucristo. Éstos habrían de ser evitados, puesto que tenían el poder de corromper a sus compañeros y obviamente eran una buena herramienta en manos del Acusador; de hecho, se puede decir que, aunque participaban en las actividades propias del discipulado cristiano, en realidad se estaban posicionado, tal vez sin percatarse plenamente de ello, dentro de las filas de la simiente serpentina. No obstante, las duras y extremas dificultades persecutorias que habrían de venir tendrían adicionalmente el efecto de hacer que esos desleales completaran del todo su posicionamiento en el seno del bando opositor a la descendencia de la mujer simbólica: “Les ruego, hermanos, que se cuiden de los que causan divisiones y dificultades, y van en contra de lo que a ustedes se les ha enseñado. Apártense de ellos. Tales individuos no sirven a Cristo nuestro Señor (se sobreentiende: No cumplen las directrices que Jesucristo dio a sus discípulos y a sus futuros seguidores), sino a sus propios deseos. Con palabras suaves y lisonjeras engañan a los ingenuos. Es cierto que ustedes viven en obediencia, lo que es bien conocido de todos y me alegra mucho; pero quiero que sean sagaces para el bien e inocentes para el mal. Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes (se sobreentiende: El apóstol señala a un tiempo futuro, relativamente corto en comparación con los milenios que llevaba en existencia el conflicto que se desarrolló en Edén y que dio lugar a la mayoritaria descendencia terrestre satánica y a la minoritaria y perseguida descendencia terrestre de la mujer simbólica; un tiempo, pues, que se extiende más allá del fin del mundo venidero y que culmina con la extinción o muerte de todos los demonios según el Apocalipsis; y, además, en dicho tiempo o sazón los cristianos glorificados, junto con Jesucristo, poseedores de cuerpos extraordinariamente poderosos del suprauniverso, como se desprende de los escritos de Pablo, se encargarían de llevar a cabo el exterminio completo, definitivo e irreversible de esas fuerzas inteligentes y diabólicas del mal). Que la gracia de nuestro Señor Jesús sea con ustedes” (Epístola a los romanos, capítulo 16, versículos 17 a 20; nueva versión internacional de la Biblia, de 1978).

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